Nuestro niño interior: ¿qué es y cómo sanarlo?

Todos los adultos llevamos al niño que fuimos en nuestro interior. Cuando se ha vivido una infancia traumática, abrazar y cuidar a ese niño cobra una importancia especial.

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Todos y cada uno de nosotros llevamos dentro al niño que fuimos en el pasado. Esa parte de nuestra persona que, con sus luces y sombras, da cuenta de quienes somos hoy. La infancia es un momento crucial en nuestro desarrollo como individuos. Es en estos primeros años cuando sentamos las bases de nuestra personalidad, adquirimos una visión particular del mundo y formamos la identidad.

El entorno en el que este crecimiento se produce es condicionante, ya que no todo el mundo ha disfrutado de una infancia feliz llena de amor y alegría. Para muchos adultos, la infancia es recordada como una etapa dolorosa y difícil, algo que muchas veces impide poseer unas bases sólidas y seguras para encarar la vida.

En otras palabras, el tipo de experiencias que hayan predominado en nuestra infancia pueden hacer que, siendo adultos, llevemos dentro a un niño alegre o, por el contrario, herido. Aunque al hacernos mayores esa parte de nosotros va quedando cada vez más escondida, lo cierto es que el niño que fuimos suele salir a relucir en momentos determinados, especialmente los más críticos o difíciles.

Es ahí donde nuestras experiencias más tempranas y la huella que han dejado se hacen evidentes, modulando la manera en la que hoy respondemos a las demandas del entorno. En este artículo hablaremos acerca del concepto del niño interior y de qué forma es posible sanarlo cuando se encuentra herido.

Cuando el niño interior se encuentra herido

Todo el mundo atraviesa experiencias positivas y negativas en su infancia. Sin embargo, la manera en la que hemos transitado estas últimas determina si salimos heridos de lo vivido o no. Cuando hemos podido resolver o actuar ante el evento negativo y nos hemos dado tiempo para experimentar el dolor, es más probable que dicha experiencia se integre en nuestra historia de vida sin mayores secuelas emocionales.

Sin embargo, cuando vivimos experiencias impactantes ante las que no hemos podido tener margen de reacción, es posible que el niño que fuimos quede herido. Así, en la etapa adulta se carga con un lastre de una forma incluso inconsciente. En algunos momentos, estas experiencias dolorosas y traumáticas vividas por el niño que fuimos condicionan nuestras emociones y nuestro comportamiento. Este es el caso de quienes han vivido malos tratos, abusos, abandono, acoso escolar… entre otras muchas experiencias adversas.

Las heridas de nuestro niño interior tienen mucha relación con el apego, es decir, el vínculo que nos une afectivamente con las personas más significativas de nuestra vida (generalmente los padres). Esta relación es única y cobra una especial relevancia en el desarrollo psicológico del niño, pues es gracias a la sintonía con el adulto que desde la infancia aprendemos a discriminar y regular las emociones que sentimos. Cuando las interacciones que se producen entre padres e hijos no son recíprocas, cercanas ni consistentes, es difícil que el niño pueda sentirse seguro y amado de forma incondicional.

Estas heridas de infancia dejan una marca en el interior de la persona, que muchas veces se exterioriza en la edad adulta en forma de conductas y emociones difíciles poco comprensibles para la propia persona y para los demás. En estos casos, se hace necesario trabajar de la mano de un psicólogo sobre esas heridas de infancia, haciendo hincapié en la conexión con ese niño interior que fuimos y que, en parte, seguimos siendo.

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¿Cómo sanar a tu niño interior?

Cuando el niño interior que llevamos dentro nos hace arrastrar sufrimiento, puede que sea momento de trabajar para conseguir su sanación. Sin embargo, este proceso de curación de las heridas provocadas por las experiencias tempranas puede ser largo y desafiante. Mirar hacia dentro y volver a contactar con el sufrimiento vivido tiempo atrás requiere hacer un enorme ejercicio de auto descubrimiento. Sólo cuando hemos podido sanar a nuestro niño interior podemos estar listos para mirar hacia el futuro y afrontar nuestra vida actual de forma adaptativa.

Revisar traumas de nuestra infancia es un trabajo espinoso, por lo que siempre requiere la intervención por parte de profesionales capacitados para ello, que cuenten con formación específica en trauma y herramientas para su elaboración (Terapia EMDR, Terapia somática…). Cuando se logra sanar y elaborar una experiencia traumática eso no significa que se borre de nuestra vida. En su lugar, implica darle a esa vivencia un lugar en nuestra trayectoria vital, de manera que permanece una cicatriz en lugar de una herida abierta que duele.

Existen técnicas específicas para trabajar con nuestro niño interior. Una de las más conocidas es la técnica de la fotografía. Esta técnica tiene como objetivo ayudar a la persona a sentir amor y compasión hacia sí misma, despertando en ella recuerdos, sentimientos y sensaciones que habían permanecido en un segundo plano. El psicólogo pide a su paciente que trate de hablar con ese niño interior utilizando como elemento central una fotografía suya en la niñez. La imagen es un símbolo que permite facilitar la comunicación del adulto con su yo del pasado.

Generalmente, se comienza con el paciente mirando durante algunos minutos su fotografía en silencio, tratando de conectar con esa parte de él. A partir de ahí, es el profesional el que debe ir realizando preguntas que ayuden a la persona a conectar con lo que ese niño sintió en diferentes momentos, qué necesitó y no le dieron, etc. Los sentimientos de ese niño son, en cierta forma, un reflejo de lo que la persona siente en la actualidad.

El objetivo es que el paciente comprenda que la seguridad ya no tiene que buscarla en sus padres, sino que puede cultivarla dándose afecto, amor incondicional y un trato compasivo. Sólo así es posible que ese niño interior reciba por fin aquello que nunca tuvo, pudiendo de esta manera reparar las heridas que llevan tanto tiempo abiertas. Esta técnica debe ir siempre seguida de acciones reales, de forma que la persona se comprometa a actuar para ayudar a ese niño herido dándole amor, atención, afecto, cuidados.

Como vemos, más allá del trabajo en terapia, la persona puede realizar algunas acciones en su vida cotidiana que le ayuden a conectar con ese niño que fue. En este sentido, también puede ser de ayuda recrear aquello que en la infancia le solía gustar hacer. Así, la persona puede pensar en qué cosas le apasionaban en la niñez y valorar la posibilidad de incluir alguna de ellas en su vida adulta. Esto puede ir desde abrazar a un peluche hasta tomar un alimento asociado con la infancia. En cualquier caso, dedicarse estos ratos de juego a uno mismo ayuda a alimentar esas necesidades que quizá no fueron bien satisfechas cuando tocaba.

De la misma manera, la persona puede tratar de fomentar un lenguaje interno compasivo y amable con ese niño interior. Ello implica reconocer esa parte de su yo y hacerle saber que se le cuidará y respetará. Algunas palabras que se pueden decir son : te quiero, gracias, te perdono ...Aunque al inicio puede resultar extraño, dirigir estas palabras de aliento a ese niño puede resultar muy reparador. De nuevo, hablarse con amor es una forma de sanar la herida, de cuidar de esa parte infantil que en su día sufrió tanto en soledad.

Cuando se llevan a cabo estos cuidados y atenciones, hay una reconciliación con el niño interior, lo que se traduce en una mejoría emocional. Todos los adultos necesitan sacar de vez en cuando a ese niño que llevan dentro. Hacerlo es saludable y denota que hay una conexión adecuada con esa faceta. Sin embargo, los adultos que poseen a un niño herido a menudo reprimen esas necesidades infantiles, pierden espontaneidad y alegría. Esto les hace adoptar un papel serio y correcto que esconde detrás mucho sufrimiento.

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Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca del concepto de niño interior. En psicología, hablar del niño interior implica hablar de esa parte del yo asociada a la infancia, que en la edad adulta sigue dentro de nosotros. Especialmente, esta parte de nuestra persona sale a relucir en momentos críticos donde afloran las emociones más profundas.

La infancia es una época esencial en nuestro desarrollo emocional, ya que es en los primeros años de la vida que empezamos a establecer los cimientos para formar nuestra personalidad e identidad, así como una visión del mundo particular. Aunque lo ideal es que la infancia sea una etapa alegre y caracterizada por el amor, la realidad es que muchas personas no han disfrutado de una niñez bonita. De hecho, son muchos los adultos que han atravesado experiencias traumáticas muy dolorosas a una corta edad. En estos casos, ese niño interior permanece herido, lo que se traduce en problemas y dificultades emocionales a posteriori.

Por esta razón, es aconsejable que las personas que han vivido infancias difíciles acudan a terapia psicológica. En este proceso, es muy utilizado el trabajo con ese niño interior de diferentes maneras. De esta manera, se busca que la persona pueda conectar con el niño que fue y comience a tratarlo con amor, respeto y compasión. Reconectar con esa parte del yo y atenderla es clave para poder sanar las heridas y seguir hacia adelante.

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