Stanley Milgram: Biografía y resumen de sus aportes a la Psicología

Stanley Milgram fue un psicólogo estadounidense reconocido como una de las figuras más célebres de la psicología durante el siglo pasado. Pasó a la historia gracias a sus experimentos sobre la obediencia a la autoridad.

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A lo largo de la historia de la psicología han sido muchas las grandes figuras que han destacado gracias a aportaciones brillantes y, muchas veces, rompedoras. Stanley Milgram (1933 - 1984) fue uno de los psicólogos más célebres del pasado siglo, una fama que alcanzó gracias a sus universalmente conocidos experimentos acerca de la obediencia a la autoridad.

Los resultados que Milgram obtuvo en sus investigaciones abrieron una línea de trabajo nueva en psicología. Añadido a esto, su polémica manera de trabajar también sembró un encendido debate acerca de la ética en la ciencia. Milgram demostró que los seres humanos podemos llegar a actuar en contra de nuestros valores cuando nos lo ordena una autoridad superior.

Es decir, podemos llegar a desvincularnos de nuestro sentido de la responsabilidad si recibimos órdenes externas que nos señalan que debemos obrar de una determinada forma. El camino que Milgram inició es, cuanto menos, interesante, por lo que en este artículo vamos a hablar acerca de su vida personal y de sus aportaciones más importantes a la ciencia del comportamiento.

Biografía de Stanley Milgram

Stanley Milgram nació en Nueva York en 1933, hijo de una familia inmigrante judía afincada en Nueva York, siendo su madre rumana y su padre húngaro. Durante su adolescencia acudió a la Escuela Secundaria James Monroe, y ya entonces destacó por ser un estudiante destacado y un buen líder. Su facilidad para estudiar le permitió finalizar la educación secundaria en tan solo tres años. Durante esta época fue compañero de otro célebre psicólogo social, Philip Zimbardo.

Ya en la universidad, se licenció en Ciencias Políticas en el Queens College en el año 1954. A pesar de su formación, comenzó a sentir un creciente interés por el mundo de la psicología, por lo que intentó cursar un posgrado en Relaciones Sociales en la Universidad de Harvard. Sin embargo, encontró muchas dificultades para conseguirlo debido a que no había realizado cursos de formación de psicología durante su licenciatura.

A pesar de las dificultades, finalmente fue admitido y pudo llegar a doctorarse en Psicología Social en 1960, bajo la dirección de Gordon Allport. A lo largo de su carrera, Milgram fue un autor muy prolífico y realizó numerosos estudios de los cuales se obtuvieron interesantes hallazgos. Uno de los más conocidos fue su experimento acerca de la obediencia a la autoridad, un trabajo no exento de polémica que supuso una revolución en la comunidad científica.

El escándalo que supuso su manera de trabajar, que hoy sería inviable por cuestiones éticas, llevó a que la Universidad de Yale le despidiera en 1963. Tras abandonar su puesto, Milgram lideró un nuevo programa de psicología social en la City University de Nueva York. Años después, en 1974, publicó su libro Obediencia a la autoridad, que continúa siendo un clásico imprescindible para cualquier psicólogo en la actualidad.

El psicólogo permaneció en esta institución educativa hasta el final de su vida, falleciendo de un ataque cardíaco el 20 de diciembre de 1984 en la ciudad donde nació, Nueva York.

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Milgram y el experimento de la obediencia extrema

Todo comenzó cuando Stanley Milgram, ocupando un puesto en la Universidad de Yale, se propuso llevar a cabo un experimento para conocer hasta qué punto las personas eran capaces de acatar normas y órdenes aunque estas generen daño a los demás.

El evento que motivó al psicólogo a realizar este estudio fue la condena a muerte del nazi Adolf Eichmann por su implicación en el genocidio Nazi como ideólogo del plan sistemático para exterminar a la población judía durante el Tercer Reich. Durante el juicio al que fue sometido, Eichmann se defendió alegando que “solo cumplía órdenes”, asegurando que el Gobierno Nazi se había aprovechado de su obediencia. Milgram se planteó la posibilidad de que las palabras de Eichmann tuvieran parte de verdad, pudiendo así explicar su implicación en crímenes atroces contra la humanidad.

Para llevar a cabo el experimento, Milgram comenzó pegando carteles en paradas de autobús, donde ofrecía a los voluntarios que quisieran cuatro dólares por participar en un supuesto estudio sobre aprendizaje y memoria. El investigador aceptó personas de entre 20 y 50 años con perfiles de lo más variopintos.

La estructura del experimento requería tres figuras: el investigador, un “maestro” y un “alumno o aprendiz”. Aunque se elaboraba un sorteo para ver qué rol debe desempeñar cada voluntario (maestro o aprendiz), este se encontraba manipulado, de manera que el voluntario siempre era el maestro y el aprendiz un actor compinchado con el equipo de la investigación.

Durante el ensayo, el maestro se encuentra separado de su alumno por una pared de vidrio. El alumno se encuentra, además, atado a una silla eléctrica. El investigador indica al maestro que su labor es castigar con descargas eléctricas a su alumno cada vez que este se equivoque en la respuesta. Se aclara que las descargas pueden ser muy dolorosas, aunque no producen daños irreparables.

Lo que Milgram observó fue que más de la mitad de los maestros aplicó la máxima descarga a su aprendiz a pesar de las súplicas de éste. Aunque los maestros podían sentirse desconcertados, angustiados o incómodos, ninguno cesaba la administración de la descarga. El papel del investigador era el de insistir para que el maestro continuase en caso de duda (“Continúe, por favor”, “El experimento requiere que usted continúe”, “Debe continuar”...). Así, las presiones del investigador iban aumentando cada vez más. Aunque algunos se plantearon la utilidad del experimento o rechazaron el dinero, ninguno paró.

Lo que Milgram concluyó de este impactante experimento es que un tanto por ciento muy amplio de las personas simplemente se limitan a hacer lo que se les ordena, sin replantearse la acción en sí misma y sin sufrir algún tipo de peso en su conciencia, siempre y cuando perciban que la orden recibida procede de una autoridad legítima.

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Este experimento constituyó todo un hito para la psicología, aunque por razones evidentes se cuestionó su ética y ha sido duramente criticado por ello. En la actualidad sería inviable ejecutar una investigación de estas características, y en aquel momento toda la comunidad científica quedó conmocionada por la manera de trabajar de Milgram. Aunque todo se encontraba amañado y los aprendices nunca recibieron descargas eléctricas reales, los sujetos que habían participado creyendo que el daño era real sufrieron efectos psicológicos negativos tras formar parte del experimento.

Lo cierto es que Milgram actuó creyendo que el fin justificaba los medios. Como psicólogo, buscaba conocer hasta qué punto las personas somos capaces de obedecer a la autoridad, incluso cuando las órdenes se oponen frontalmente a nuestros valores y principios más básicos. Por supuesto, la información que se obtuvo en esta investigación tuvo un enorme valor y es por ello que hoy sabemos mucho más acerca de la obediencia a la autoridad y la manera en la que los seres humanos nos comportamos en este tipo de escenarios. Sin embargo, el trabajo de Milgram supuso un punto de inflexión en cuanto a cuestiones éticas se refiere.

Tras lo sucedido, la Asociación Americana de Psicología (APA) comenzó a establecer una serie de límites a la hora de realizar investigaciones. Así, se fijaron estándares éticos que bajo ningún concepto se podían sobrepasar, creando comités que evaluasen los diferentes proyectos para garantizar que lo llevado a cabo por Milgram no se volviese a repetir. En la actualidad los estándares éticos para realizar trabajos de investigación son muy exigentes y por ello este tipo de experimento no se ha vuelto a replicar de la misma manera.

No obstante, algunos autores han tratado de estudiar la obediencia a la autoridad dentro de los límites fijados por la APA, obteniendo resultados en la misma dirección que los que Milgram obtuvo en el siglo pasado. Es decir, es cierto que la obediencia a la autoridad puede inhibir la conciencia y el sentido de responsabilidad de las personas. Esto podría explicar la capacidad de muchos seres humanos de llevar a cabo actos deleznables en contra de la humanidad sin inmutarse.

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Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de la vida y aportaciones de uno de los psicólogos más célebres y polémicos del siglo XX: Stanley Milgram. Su fama se disparó gracias a un experimento en el cual pretendía ver hasta qué punto los seres humanos son capaces de obrar contra sus principios con tal de obedecer a una autoridad superior.

Este trabajo arrojó unos resultados impactantes, pues los participantes accedieron a dañar a otra persona por el simple hecho de cumplir con la orden de alguien a quien consideraban superior y legítimo. Añadido a esto, el trabajo de Milgram en materia de obediencia a la autoridad abrió un encendido debate acerca de la ética en la investigación científica.

Así, sus experimentos conmocionaron a la comunidad científica, lo que le costó el despido de la Universidad de Yale y llevó a la APA a marcar límites al respecto. Desde entonces los estándares éticos se han ido haciendo cada vez más exigentes, con el fin de evitar que experimentos como este puedan volver a repetirse.

No obstante, algunos autores han tratado de estudiar este fenómeno dentro de la normativa, obteniendo resultados en la misma dirección que Milgram. De esta manera, parece que el polémico psicólogo, a pesar de sus dudosos medios, estaba en lo cierto al afirmar que las personas podemos despojarnos de nuestra responsabilidad cuando recibimos órdenes externas que nos dictan desde arriba qué hacer.

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