Células sanguíneas (glóbulos): definición y funciones

Por la sangre fluyen distintos tipos de células que cumplen con funciones imprescindibles, desde la oxigenación de órganos y tejidos hasta la defensa frente a patógenos.

Células sanguíneas

La sangre, pese a ser un líquido, es un tejido más de nuestro cuerpo. Y como tal, además de por distintas sustancias que le dan sus propiedades físicas y químicas, está constituida por células. Y son estas células las que precisamente permiten que la sangre desempeñe sus imprescindibles funciones.

La sangre es el medio líquido que nos mantiene vivos y los vasos sanguíneos, las “tuberías” por las que esta circula. Gracias a distintos tipos de células, la sangre hace llegar el oxígeno y los nutrientes a todas las células del organismo, al mismo tiempo que recoge las sustancias de desecho para su elimincación, nos defiende del ataque de patógenos y, en definitiva, nos mantiene saludables.

La sangre es un tejido vivo. Y que esta se encuentre en condiciones óptimas, pues, es imprescindible para garantizar que los otros órganos y tejidos del cuerpo también lo estén.

En el artículo de hoy analizaremos la naturaleza de estas células sanguíneas, entendiendo cómo se generan y qué funciones, dependiendo del tipo que sean, desempeñan dentro del cuerpo.

¿Qué son las células sanguíneas?

Las células sanguíneas, también conocidas como glóbulos, células hematopoyéticas, hematocitos o hemocitos, son, a grandes rasgos, las células que circulan por la sangre. A diferencia de otras células del organismo, que se estructuran para dar lugar a órganos y tejidos compactos, estas células “flotan” en el plasma sanguíneo y viajan por las arterias y venas del cuerpo.

De hecho, casi el 60% de la sangre es plasma sanguíneo, que es el medio líquido “sin vida” formado básicamente por agua, sal y proteínas. En este medio líquido es donde son liberadas y transportadas las células sanguíneas. Pero, ¿de dónde vienen estas células?

Las células sanguíneas proceden de un proceso biológico conocido como hematopoyesis. Este proceso ocurre en el interior de la médula ósea, una sustancia blanda y esponjosa que se encuentra en el interior de los huesos largos del cuerpo, así como en vértebras, pelvis, cráneo o esternón.

Sea como sea, lo importante es que en esta médula ósea hay un tipo de célula vital para entender la biología de nuestro cuerpo y centro de estudio de muchas de las investigaciones más recientes en medicina: las famosas células madre.

Estas células son las únicas de nuestro cuerpo con la capacidad de dividirse de una manera u otra para dar lugar a cualquier tipo de célula especializada. En su material genético tienen la información para convertirse en cualquier célula del organismo, desde una célula del riñón hasta una célula muscular, pasando por células sanguíneas.

Y esto es lo que nos interesa. Y es que dependiendo de las necesidades, estas células madre se diferenciarán en los distintos tipos de células sanguíneas, las cuales serán liberadas a la sangre para que circulen por ella y mantengan el cuerpo saludable.

Esta hematopoyesis está controlada por los mecanismos genéticos del cuerpo. Por ello, cuando hay errores en nuestros genes, es posible que haya un desequilibrio en la producción de células sanguíneas, lo que lleva a padecer distintos trastornos de la sangre.

Sea como sea, las células madre de la médula ósea tienen la capacidad de dividirse y diferenciarse en distintos tipos de células sanguíneas. Cada una de ellas cumple con una función distinta dentro del cuerpo, cosa que analizaremos a continuación.

Las 11 células sanguíneas (y sus funciones)

En la sangre básicamente hay tres tipos de células: glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Todos estas células, como hemos dicho, proceden de una misma célula madre que, dependiendo de las necesidades, se diferencia en un tipo celular u otro.

A grandes rasgos, los glóbulos rojos son las células especializadas en transportar el oxígeno a las células del cuerpo y recoger las sustancias de desecho para su posterior eliminación. Las plaquetas, en permitir la coagulación de la sangre cuando hay una herida. Y los glóbulos blancos, que son de distintos tipos, son las células inmunitarias, por lo que nos protegen del ataque de patógenos. A continuación las veremos individualmente.

1. Glóbulos rojos

Los glóbulos rojos, también conocidos como eritrocitos o hematíes, son las células sanguíneas más numerosas. De hecho, el 99% de las células de la sangre son de este tipo. Tienen una esperanza de vida de unos 120 días. Un aspecto interesante es que, a pesar de que se consideren células, están en la frontera. Y es que no tienen ni núcleo ni orgánulos celulares, algo que se considera un requisito indispensable.

De todos modos, los glóbulos rojos están tan especializados en su función que han prescindido de estas estructuras. Y sean o no células como tal, son absolutamente imprescindibles. Su principal función es la de ser un “transportador” de hemoglobina, una proteína que se engancha a estas células y que, al ser también un pigmento, es la responsable de que la sangre tenga el color rojo característico.

Esta hemoglobina transportada por los glóbulos rojos tiene una alta afinidad química por el oxígeno, es decir, es capaz de captar el oxígeno. En este sentido, los glóbulos rojos viajan por la sangre transportando hemoglobina, la cual, a su vez, transporta oxígeno.

Por ello, los glóbulos rojos son los responsables de llevar el oxígeno desde los pulmones hasta el resto de órganos y tejidos de nuestro cuerpo a lo largo de las arterias y de, una vez han “descargado” el oxígeno en estas células, recoger el dióxido de carbono, que es una sustancia tóxica fruto de la respiración celular, el cual se une también a la hemoglobina y es transportado hasta los pulmones, haciendo que lo liberemos con las exhalaciones.

En resumidas cuentas, los glóbulos rojos o eritrocitos son las únicas células del cuerpo con la capacidad de oxigenar hasta el último rincón del cuerpo y de recoger las sustancias de desecho.

2. Plaquetas

Las plaquetas, también conocidas como trombocitos, son las células sanguíneas más pequeñas, con un diámetro de, como mucho, 4 micrómetros (la milésima parte de un milímetro). Además, tienen una esperanza de vida de apenas 12 días y siguen sin ser células en el sentido estricto de la palabra, pues no tienen núcleo.

Pese a todo esto, las plaquetas son imprescindibles en nuestro cuerpo, y es que son estas células las que permiten que, cuando nos hacemos un corte, la sangre coagule, formándose así una especie de “tapón” que evita la pérdida de sangre. Sin estas células, cualquier corte supondría un problema grave. Y esto queda patente con la hemofilia, una enfermedad en la que, debido a problemas en la síntesis (o funcionalidad) de las plaquetas, la persona no puede coagular bien la sangre.

Cuando las plaquetas, que van “patrullando” la sangre, entran en contacto con un vaso sanguíneo lesionado, empiezan a hacer diversas cosas. Primero, son atraídas en masa hacia el lugar del corte. Una vez ahí, empiezan a hincharse, aumentando de tamaño y adoptando formas irregulares. Después, secretan distintas sustancias que les permiten unirse tanto entre ellas como a la superficie de los vasos sanguíneos. Esto es lo que forma el “tapón” o coágulo sanguíneo, que evita que la sangre salga al exterior.

Mientras forman este coágulo, además, secretan moléculas que sirven como alarma para las plaquetas vecinas, haciendo que cada vez el coágulo sea más compacto y resistente. Si la persona está sana, el coágulo, que, como vemos, es un conjunto de plaquetas unidas, se formará rápido y se impedirá la hemorragia.

3. Glóbulos blancos

Los glóbulos blancos sí que son células como tal, puesto que tienen núcleo y distintos orgánulos celulares. También conocidos como leucocitos o células inmunes, los glóbulos blancos son el componente móvil del sistema inmunitario.

En este sentido, los glóbulos blancos son las células de nuestro organismo especializadas tanto en detectar la presencia de cuerpos extraños como en desarrollar estrategias que culminen con la eliminación de estos patógenos.

La importancia de estas células a veces pasa desapercibida, pues constantemente nos están defendiendo de gérmenes que, a todas horas, intentan infectar los distintos tejidos y órganos de nuestro cuerpo.

Las enfermedades que afectan a la funcionalidad de estas células suelen tener consecuencias devastadoras para nuestra salud, siendo el SIDA, una enfermedad en la que el virus del VIH infecta a los glóbulos blancos y los destruye, el más claro ejemplo.

Leucocitos

La complejidad de estas células es mucho mayor, pues deben desempeñar funciones también más complejas que las otras células sanguíneas. Por ello, hay distintos tipos de leucocitos en nuestra sangre:

3.1. Linfocitos B

Los linfocitos B son los glóbulos blancos especializados en producir anticuerpos, unas moléculas imprescindibles para desencadenar la respuesta inmune frente a una infección, pues se unen a los antígenos del patógeno, evitando que tengan tiempo de hacernos enfermar.

3.2. Linfocitos T CD8+

Los linfocitos T CD8+ son unas células sanguíneas que, después de ser alertadas de la presencia de un patógeno por parte de los linfocitos B, que iban patrullando la sangre, se desplazan hasta el lugar y empiezan a generar sustancias que destruyen al germen en cuestión.

3.3. Linfocitos T CD4+

Los linfocitos T CD4+ son unas células sanguíneas que incitan a los linfocitos B a producir todavía más anticuerpos, llamando así a más células inmunes y consiguiendo una respuesta inmunitaria más efectiva.

3.4. Células Natural Killer

Las células Natural Killer son las células sanguíneas que eliminan a cualquier patógeno de forma poco selectiva, sin miramientos, pues no tienen que detectar ningún antígeno ni entran en juego los anticuerpos. Se han ganado a pulso su nombre, pues son auténticos asesinos que patrullan nuestra sangre.

3.5. Células dendríticas

Las células dendríticas son las células sanguíneas que actúan como “presentadoras de antígeno”, es decir, les muestran a los linfocitos B que en un lugar concreto hay un antígeno para que este lo detecte más fácilmente. De igual modo, también son capaces de fagocitar a los gérmenes.

3.6. Neutrófilos

Los neutrófilos son las células sanguíneas que constituyen el principal componente del pus y las primeras que llegan al lugar de la infección. Su función es la de segregar enzimas que ayudan a destruir el patógeno.

3.7. Macrófagos

Los macrófagos son células que, después de ser alertadas por los linfocitos, se desplazan al lugar de la infección para fagocitar al patógeno. Los macrófagos no segregan enzimas. Literalmente se comen al germen.

3.8. Basófilos

Los basófilos son las células sanguíneas responsables de iniciar los procesos inflamatorios cuando sufrimos una infección. Las enzimas que liberan son las que provocan la inflamación. Las alergias y el asma son debidas a una acción descontrolada por parte de estos basófilos.

3.9. Eosinófilos

Los eosinófilos son las células sanguíneas especializadas en abordar las infecciones no por bacterias ni virus, sino por parásitos. Estas células se acumulan en el lugar donde está el parásito y segregan enzimas que lo destruyen.

Referencias bibliográficas

  • National Institute of Health (2003) “Understanding the Immune System: How it Works”. U.S. Department of Health and Human Services.
  • Gómez Gómez, B., Rodríguez Weber, F.L., Díaz Greene, E.J. (2018) “Fisiología plaquetaria, agregometría plaquetaria y su utilidad clínica”. Medicina Interna de México.
  • Berga, L. (2009) “Nacimiento, vida y muerte de los glóbulos rojos. El glóbulo rojo visto por un ingeniero”. Revista de Obras Públicas.
  • Petrini, V., Koenen, M.H., Kaestner, L. et al (2019) “Red Blood Cells: Chasing Interactions”. Frontiers in Physiology.
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