Los 5 tipos de inmunidad (y características)

Dependiendo de si la desarrollamos a lo largo de nuestra vida o de si la tenemos desde el nacimiento y de qué procesos se siguen para obtenerla, la inmunidad puede ser de distintos tipos.

Tipos de inmunidad

A todas horas y en cualquier lugar, nuestro cuerpo está expuesto a millones de patógenos diseñados por y para un único propósito: infectarnos. Y teniendo en cuenta los innumerables ataques que reciben nuestros órganos y tejidos, enfermamos mucho menos de lo que deberíamos.

Pero, ¿por qué, si vemos la constante exposición, los patógenos consiguen infectarnos con éxito tantas pocas veces? Porque disponemos de una “máquina” perfectamente diseñada para protegernos sin descanso del ataque de todos los gérmenes: el sistema inmune.

Y es que desde el momento en el que nacemos (e incluso antes), el sistema inmune memoriza cómo son las bacterias y virus del ambiente y desarrolla el punto clave de nuestra supervivencia, que es la inmunidad.

Sin esta inmunidad, seríamos sensibles a cualquier germen. Y prueba de su importancia la vemos en las personas enfermas de SIDA, que pierden esta inmunidad que han adquirido a lo largo de la vida y terminan muriendo por no poder defenderse. Pero la inmunidad no siempre es igual. Dependiendo del origen y de los estímulos que la disparan, estaremos ante un tipo u otro. Y en el artículo de hoy analizaremos cada uno de ellos.

¿Qué es la inmunidad?

Como cualquier sistema de nuestro organismo, el inmune es un conjunto de órganos, tejidos y células que, trabajando de forma conjunta y coordinada, cumplen con un propósito muy claro. Y en este caso, el propósito es vital para sobrevivir: defendernos del ataque de gérmenes.

El sistema inmune está conformado por 8 tipos celulares distintos y por distintos órganos como por ejemplo el bazo, el timo, los nódulos linfáticos, etc, que permiten que el sistema inmune cumpla con sus dos funciones básicas: detección y neutralización.

Y es que gracias a que las células inmunes, conocidas popularmente como glóbulos blancos, fluyen por la sangre, pueden “patrullar” todo el organismo en busca de cosas extrañas. Y por cosas extrañas entendemos células que no son propias de nuestro cuerpo y que, por lo tanto, son potenciales amenazas.

Y el punto clave del sistema inmune es que tiene memoria. Es capaz de recordar cómo son los patógenos, virus, hongos, parásitos, etc, que han intentado infectarnos a lo largo de nuestra vida. Y gracias a que los recuerda, puede actuar y eliminarlos antes de que nos provoquen la enfermedad en cuestión. Esta capacidad de memoria es la inmunidad.

¿Cómo nos hacemos inmunes a las enfermedades?

Nos volvemos resistentes al ataque de los patógenos por distintas vías que analizaremos más adelante. Desde el momento del nacimiento, gracias a la lactancia materna, por exposición a enfermedades, a través de la vacunación… Hay distintas maneras de que el sistema inmune sea capaz de reconocer a los gérmenes y neutralizarlos antes de que nos hagan enfermar.

De todos modos, a grandes rasgos, el proceso de inmunización es siempre el mismo. Cualquier célula, incluidas las nuestras, tiene un material genético que le es propio. Y hay una serie de genes que todas las células de una misma especie comparten.

Y entre muchas otras cosas, estos genes específicos de especie dan lugar a las proteínas que rodean nuestras células y que, de algún modo, conforman la “huella dactilar” de la especie en cuestión. Y los gérmenes no son una excepción. Los microorganismos patógenos, ya sean bacterias, virus (aunque técnicamente no sean seres vivos), parásitos, hongos, etc, tienen en su superficie estas moléculas que les son propias.

Y en el campo de la inmunología, estas proteínas presentes en la membrana celular reciben el nombre de antígenos. Y son el punto clave para disparar las reacciones de inmunidad, ya sea de forma natural o a través de la vacunación. Porque el sistema inmune no reconoce al patógeno en su plenitud. El sistema inmunitario simplemente detecta estos antígenos, porque es lo que realmente le dice “quién” nos está atacando.

Cuando un patógeno entra en nuestro cuerpo, sea cual sea el órgano o tejido que infecta, las células del sistema inmune que patrullan el torrente sanguíneo se dan cuenta enseguida de la presencia de una célula extraña, es decir, de que en el organismo hay un antígeno que no reconocen.

Si es la primera vez que nos ataca ese germen, es muy posible que tenga tiempo de causarnos la enfermedad, pues el sistema inmune, que está todavía “a ciegas”, necesita un tiempo para analizar el antígeno en cuestión. Una vez lo ha hecho, “pasa” la información a otro tipo de células inmunes que están especializadas en el punto clave de la inmunidad: fabricar anticuerpos.

Estos anticuerpos son moléculas sintetizadas por nuestro cuerpo (aunque, como veremos, pueden ser transferidos desde el exterior) que son específicas de un antígeno concreto. Son una especie de antagonistas de los antígenos. Y es que una vez se han fabricado, los anticuerpos se desplazan al lugar de la infección y se juntan de forma específica al antígeno del patógeno.

Cuando esto se ha conseguido, las células inmunes especializadas en neutralizar a las amenazas ya pueden ir al sitio de la infección y atacar a todas las células a las que los anticuerpos se han unido. De este modo superamos la enfermedad.

Pero lo importante es que, una vez ya tenemos estos anticuerpos específicos, cuando llegue una hipotética segunda infección, las células que vuelvan a toparse con este antígeno avisarán inmediatamente a las células productoras de anticuerpos, que buscarán “entre sus archivos” para sintetizar el anticuerpo que se necesita para acabar con esa amenaza. En esta segunda (y en las posteriores) infecciones, el cuerpo recuerda cuál es ese antígeno y actúa sin darle tiempo al germen de hacernos enfermar. En este momento somos inmunes.

¿Cuáles son los tipos de inmunidad?

Ahora bien, aunque los procesos para conseguir la inmunidad son muy similares en todos los casos, no siempre tienen el mismo origen. Por ello, existen distintos tipos de inmunidad que se clasifican de la forma que veremos a continuación.

1. Inmunidad innata

La inmunidad innata hace referencia a todas aquellas estrategias y funciones que las células inmunes desempeñan de forma no específica, es decir, sin necesidad de reconocer un antígeno concreto. Es innata en el sentido que no hace falta exponernos al medio para desarrollarla. No hay detección de antígenos ni producción de anticuerpos.

Hay células inmunes que fagocitan y atacan a microorganismos sin tener que pasar por todo el proceso de anticuerpos. Por lo tanto, no es que haya memoria como tal. Simplemente se ataca a aquello que representa una amenaza. De igual modo, la piel, el ácido gástrico, el moco de las vías respiratorias y todas las estructuras que no forman parte del sistema inmune pero que sí evitan o reducen el riesgo de sufrir infecciones forman parte de esta inmunidad innata.

2. Inmunidad adaptativa

Entramos ya en el terreno de la inmunidad que sí que surge por la exposición a antígenos específicos. Por ello, esta inmunidad adaptativa también recibe el nombre de inmunidad específica. No nacemos con ella pero sí que la empezamos a desarrollar desde el primer contacto con el medio y surge por distintas rutas, las cuales se dividen principalmente entre si son naturales o artificiales.

2.1. Inmunidad natural

Como su propio nombre indica, la inmunidad natural es aquella que desarrollamos sin la necesidad de vacunas ni otros avances médicos. La inmunidad natural consiste en dejar que nuestro cuerpo se exponga a los distintos patógenos del mundo para que, una vez detectado el antígeno presente en el microorganismo real y haya pasado (o no) por la enfermedad, el sistema inmune tenga anticuerpos frente a él.

  • Inmunidad pasiva materna

El término de inmunidad pasiva hace referencia a que la persona consigue los anticuerpos contra un antígeno sin tener que exponerse antes al patógeno en cuestión. En la naturaleza, esto solo es posible a través del embarazo y de la lactancia materna. De ahí el nombre de inmunidad pasiva materna.

Este tipo de inmunidad consiste en la transferencia de anticuerpos de la madre al feto a través de la placenta alrededor del tercer mes de embarazo. No es posible pasar todos los anticuerpos, pero sí que es muy importante para que el bebé “salga de fábrica” con inmunidad frente a distintos patógenos. De lo contrario, enfermaría nada más nacer.

Además, durante la lactancia, a través de la leche materna también hay transferencia de otros anticuerpos que no pudieron pasar a través de la placenta. De este modo, la madre hace que el bebé estimule su sistema inmune al máximo. Y es que al principio, los niños no pueden producir anticuerpos.

  • Inmunidad activa por infección

De todos modos, si bien la inmunidad pasiva es imprescindible, todos debemos exponernos a la realidad de los patógenos. Y es que normalmente, aunque con la inmunidad artificial se han hecho grandes avances, en la naturaleza, la única manera de desarrollar la inmunidad frente a un patógeno es ser infectado y, una vez superada la enfermedad, disponer ya de anticuerpos para que ese microorganismo no vuelve a afectarnos.

En este caso, a diferencia del anterior, la única manera de conseguir los anticuerpos es exponerse a los antígenos presentes en un patógeno real. A medida que pasan los años, nos hemos expuesto a más gérmenes, por lo que cada vez tenemos un “catálogo” de anticuerpos más extenso. Esto explica que, si bien de pequeños enfermamos con mucha frecuencia, a lo largo de la edad adulta cada vez sufrimos menos infecciones.

2.2. Inmunidad artificial

La inmunidad artificial es aquella que sigue siendo adaptativa en el sentido que entran en juego anticuerpos y antígenos pero que ha sido inducida por el hombre, es decir, no se ha dado ni por la transferencia materna de anticuerpos ni por la exposición natural a los antígenos.

Consiste en inyectar fármacos que, de una manera u otra, nos hacen resistentes a distintos patógenos para que, cuando llegue un ataque real, el cuerpo ya sea inmune. Es decir, buscamos inducir la memoria para que el sistema inmunitario, pese a no haber entrado nunca en contacto con el germen, lo recuerde.

  • Inmunidad pasiva por transferencia de anticuerpos

Este tipo de inmunidad se basa en el mismo principio que la materna. Se busca introducir en una persona unos anticuerpos para desarrollar inmunidad, aunque esta suele ser a corto plazo, por lo que se reserva para proteger momentáneamente a las personas con algún tipo de inmunodeficiencia.

Consiste en inocular plasma sanguíneo humano o animal con los anticuerpos que la persona no puede producir. Por lo tanto, no buscamos que el cuerpo detecte unos antígenos y produzca los anticuerpos. Directamente inyectamos estos anticuerpos.

  • Inmunidad activa por vacunación

La forma más común de inmunidad artificial es a través de la vacunación. Las vacunas son fármacos líquidos que se inyectan directamente en el torrente sanguíneo y que contienen los antígenos de un patógeno concreto.

De este modo, sin que haya riesgo de enfermar ya que solo hay unos “trozos” de la bacteria o virus en cuestión, el sistema inmune analiza los antígenos de igual manera que hace cuando sufre una infección real y produce los anticuerpos específicos para que, cuando llegue un hipotético ataque, lo reconozca y elimine rápidamente. La inmunidad activa por vacunación tiene el mismo resultado que la natural pero sin tener que pasar primero por la enfermedad.

Referencias bibliográficas

  • Nicholson, L.B. (2016) “The immune system”. Essays in Biochemistry, 60(3).
  • McComb, S., Thiriot, A., Krishnan, L., Stark, F.C. (2013) “Introduction to the Immune System”. Methods in molecular biology.
  • National Institute of Health (2003) “Understanding the Immune System: How it Works”. U.S. Department of Health and Human Services.
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