La Caza de Brujas de Salem: ¿cuál es la verdadera historia detrás de los juicios?

Los juicios por brujería de Salem fueron unas audiencias celebradas entre 1692 y 1693 que condujeron a la ejecución de 19 personas por, supuestamente, ser brujas. Un viaje al pasado para descubrir la verdad detrás de la leyenda.

Caza brujas Salem

En el año 600 a.C., el profeta Zoroastro se rebeló contra la religión reinante, donde ninguna figura oscura existía, y agregó una fuerza antagónica al bien. Un espíritu del mal llamado Ahriman. Siglos después, el cristianismo retoma este escenario haciendo suyo a este ser bajo el nombre de Satanás, el príncipe de todos los demonios.

La religión cristiana afirmaba que Lucifer usaba a las mujeres que practicaban la brujería como medio para conquistar el mundo, pues eran consideradas más vulnerables a ser tentadas por el diablo. El temor a estas supuestas brujas se extendió por la Europa medieval y desde la Iglesia Católica nació la voluntad de luchar contra estas fuerzas del mal a través de la tortura y el fuego.

Así, en el año 1326, el Papa Juan XXII firma la bula pontificia “Super Illius Specula”, un documento en el que se concedió la categoría de herejía formal a la brujería. Con ella, comenzó una encolerizada persecución a las brujas que duró cerca de cuatro siglos, dejando más de 40.000 víctimas en las horcas y las hogueras.

El punto álgido de esta caza de brujas llegó con los Juicios de Salem, celebrados entre 1692 y 1693. Y en el artículo vamos a viajar al pasado para descubrir la aterradora historia detrás de las supuestas brujas de Salem, viendo la explicación científica a la histeria colectiva que azotó esa comunidad de Nueva Inglaterra y que provocó la muerte de 19 personas.

La fundación de Salem y la llegada de Parris

Hacia el año 1620, los primeros colonos procedentes de Inglaterra y los Países Bajos llegaron a las tierras de Nueva Inglaterra, lo que hoy es Estados Unidos. Conocidos como los Padres Peregrinos, fundaron las primeras colonias, entre ellas el poblado de Salem, en la colonia inglesa de Massachusetts.

Enclavada entre pantanos, Salem era una comunidad sin un gobierno oficial y habitada por puritanos, un grupo de ingleses protestantes, que veían América del Norte como el territorio del demonio. El miedo a las historias acerca de rituales y congregaciones de brujas que supuestamente tenían lugar en el corazón de los oscuros y frondosos bosques circundantes hizo que todo el mundo se aferrara a la fe como vía para protegerse del diablo.

Ante esta situación y con la necesidad de tener una figura representativa de la Iglesia, el reverendo Samuel Parris se trasladó de Boston a Salem junto a sus hijos Thomas, Elizabeth y Susanna, además de su sobrina Abigail Williams, que había perdido a sus padres a manos de los indios. Y con ellos llegó Tituba, una esclava que, por desgracia, se convertiría en protagonista de esta atroz historia.

Parris vivía obsesionado con ganarse el amor de Dios y el respeto de los habitantes de Salem. Pero sus escasas habilidades para mantener la convivencia en su familia, a quien imponía una férrea disciplina, junto con su carácter desconfiado y arrogante, hizo que se sintiera señalado y acosado por sus vecinos, que seguían con miedo de habitar esas tierras que, consideraba, estaban alejadas de la mano de Dios.

Pero a pesar de esa tristeza que se respiraba en el frío pueblo, la vida en Salem transcurría con normalidad. Pero todo cambiaría unos meses después de la llegada del reverendo, en diciembre de 1691. Una mañana se desencadenó el horror en el pueblo y la cuenta atrás para la atroz caza de brujas en Salem empezó.

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Un extraño mal azota al pueblo: ¿obra de Satanás?

Durante años, perturbadores testimonios de blasfemias, maldiciones y visiones de niñas desnudas encendiendo velas en las profundidades del bosque supuestamente invocando al demonio mientras frotaban sus cuerpos lascivamente entre ellas e incluso levitaban en el aire proliferaron por Salem. Pero nunca tuvieron fundamento. Hasta esa fatídica mañana de diciembre de 1691.

Con el amanecer, los desgarradores gritos de Ann Putnam, una chica de 11 años, pudieron escucharse por todo el pueblo. Y en cuanto sus padres llegaron a su habitación, descubrieron el horror. La niña estaba teniendo ataques convulsivos, haciendo sonidos antinaturales y contorsionando su cuerpo al tiempo que pronunciaba frases sin sentido sobre el hijo de Dios. La pequeña Ann parecía estar poseída por una fuerza sobrenatural.

Y sin tiempo para actuar, el terror se desplazó a la propia casa del reverendo Parris. Su hija Elizabeth y su sobrina Abigail cayeron bajo el supuesto mismo hechizo. Gritando y teniendo visiones aterradoras. Parecía que el mal estaba sumergiéndose en Salem. Parecía que Lucifer había encontrado un modo de manifestarse. Pero nadie tenía el valor de hablar de brujería.

Al menos, no hasta que el médico de Salem, William Griggs, inspeccionara esas extrañas dolencias que las tres niñas habían mostrado. El médico concluyó que no había ningún problema físico en ellas ni ninguna enfermedad que explicara ese comportamiento. Y añadió que no había dudas de que se trataba de la influencia directa del demonio.

Con estas palabras, todo estalló. Y con la aparición de más casos, hasta un total de ocho niños y niñas mostrando las mismas señales de posesión, todo el mundo dio por hecho que entre la comunidad había brujas que estaban sirviendo al príncipe de los demonios. Sin leyes oficiales que regularan los procesos judiciales, fueron los vecinos quienes tomaron las riendas de la situación. Salem cayó en la histeria y en la enfermiza necesidad de dar con el origen de ese mal satánico.

Las niñas y niños afectados por las ya conocidas como posesiones fueron llevados a un tribunal donde iban a ser juzgados como posibles brujas y brujos. El reverendo Parris tenía la tranquilidad de que tanto su hija como su sobrina iban a mostrarse claramente inocentes, pero cuando Elizabeth empezó a hablar, estuvo a punto de firmar su sentencia de muerte.

Los hombres del tribunal preguntaron a las dos niñas y al resto de jóvenes si en alguna de las incursiones en el bosque habían visto algo extraño. Si habían presenciado algo que pudiera estar relacionado con la práctica de la brujería. Ninguno de ellos quería hablar, hasta que uno de ellos rompió ese inquietante silencio.

El pequeño explicó que desde hacía un tiempo, cuando iba al bosque se sentía observado. Podía ver siluetas de mujeres entre los árboles, sintiéndolas cada vez más cerca. Como sombras entre la oscuridad de los bosques de Salem. Esas mujeres susurraban cosas en un idioma que no podía entender. Pero cada vez se acercaban más. “Brujas”, sentenció uno de los hombres. El niño simplemente asintió.

Y el resto de niños y niñas, incluidas la hija y sobrina del reverendo, siguieron contando aterradoras historias sobre lo que habían visto entre los bosques. Una de ellas afirmaba que podía hablar con un macho cabrío, considerado como la encarnación de Lucifer en forma animal. Otras hablaban incluso de que en sueños se veían a sí mismas andando desnudas por el bosque y participar en lo que todos entendieron como un akelarre. Otras dijeron haber encontrado animales muertos y con signos de violencia en los caminos. Y una de ellas dijo que el ordeñar una cabra, de sus ubres emanó sangre.

Todos coincidían en algo. En el corazón del bosque estaba ocurriendo algo. Era como si el diablo hubiera encontrado una forma de penetrar en Salem. La histeria se desató y los padres de los pequeños consideraron a los niños y niñas como sirvientes de Satanás. Pero Parris, con temor a perder a su hija y sobrina sabiendo que todo el pueblo le escucharía, dijo que los pequeños no tenían la culpa. Que debían haber sido hechizados por alguien dentro del pueblo.

Y no fue demasiado difícil para el reverendo convencer a Elizabeth y Abigail de que ante el tribunal inculparan a tres mujeres que, siendo marginadas dentro de la comunidad, nadie iba a defender. Las dos pequeñas, en una siguiente vista en una sala llena de público, señalaron a Tituba, la esclava que servía a los Parris, diciendo que las había llevado al bosque para iniciarlas en rituales satánicos. Y a dos mujeres más. Sarah Osborne, una viuda mayor considerada una paria; y Sarah Good, una enferma mental que estaba embarazada y que vivía en la calle. Fueron las tres primeras mujeres de Salem acusadas de brujería.

Parris, amo de Tituba, le dijo que no tenía escapatoria. Si no confesaba ser bruja, sería torturada hasta que, presa de un dolor inimaginable, acabara admitiéndolo solo por librarse de ese infierno. Si confesaba, podría tener una muerte rápida e indolora en la horca. Tituba, conocida ya como la bruja negra de Salem, sabía que su destino estaba escrito.

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Los Juicios de Salem: ¿qué ocurrió en ellos?

Era el 29 de febrero de 1692. Los Juicios de Salem han empezado. Y los dos magistrados deben dictaminar el origen de las posesiones diabólicas. Las tres mujeres acusadas fueron llevadas hacia el tribunal. Osborne y Good, aterrorizadas, defendieron su inocencia. Pero cuando fue el turno de Tituba, esta, para salvarse de las torturas a las que iba a ser sometida, dijo que había visto al diablo en el bosque, que se había convertido en su sierva y que las otras dos mujeres también estaban al servicio de Satanás, además de otras mujeres del pueblo cuya identidad no conocía pero que aparecían en el Libro del Mal, que le había sido entregado en el bosque por un hombre misterioso que ella veía como la encarnación humana de Lucifer.

Tituba dijo exactamente lo que el tribunal quería escuchar para empezar la caza de brujas. Las tres mujeres fueron encarceladas. Osborne murió en prisión antes de ser ejecutada y Good dio a luz en la oscura celda antes de ser ejecutada en la horca en julio de 1692. Tituba estuvo un año recluida pero, por su confesión, fue liberada y expulsada del pueblo. Pero durante todo este tiempo, Salem se convirtió en el paraje más oscuro del nuevo mundo.

Los encarcelamientos de las tres supuestas brujas no calmaron los ánimos. Y ese mismo septiembre de 1692, la verdadera caza de brujas comenzó. Los niños y niñas seguían contando historias acerca de visiones en las entrañas de los bosques, encendiendo las llamas de la histeria y la paranoia. Las acusaciones eran constantes. Cada semana, decenas de mujeres eran acusadas de ser sirvientas de Satanás y juzgadas en tribunales populares donde no había ninguna justicia.

Quienes defendían su inocencia, eran torturadas hasta que terminaban por ver la horca como un destino más plácido que aquellas atrocidades a las que eran sometidas. Solo había una forma de librarse. Hacer confesiones falsas sobre otras mujeres. Salem cayó en un estado de histeria colectiva en la que cualquier mujer, de la noche a la mañana, podía ser señalada como bruja y colgada ante la mirada de todo el pueblo.

Para el mes de septiembre de 1692, 150 personas, prácticamente todas mujeres, habían sido acusadas de brujería y encarceladas. De ellas, 19 ya habían sido ahorcadas, 5 habían muerto en prisión y 1 había sido lapidada. Pero con cada ejecución, la histeria aumentaba. Y Salem, pese a colgar hasta la muerte a aquellas supuestas brujas, seguía con el temor a que el Diablo vagara entre sus bosques.

La pesadilla no cesó hasta la primavera de 1693, cuando el gobernador de la Colonia de la Bahía de Massachusetts Williams Phips descubrió lo que estaba ocurriendo en Salem y las irregularidades en los juicios por brujería, emitió un indulto a las mujeres que continuaban encarceladas. Pero el daño ya estaba hecho. Decenas de mujeres inocentes habían sido acusadas de ser siervas del demonio, torturadas de las formas más crueles imaginables y ejecutadas ante la mirada de sus maridos e hijos.

Poco a poco, la histeria en Salem fue diluyéndose hasta que, finalmente, en 1703, el tribunal de Massachusetts rechazó casi todas las pruebas presentadas en los juicios. El reverendo Parris y todos aquellos magistrados que orquestaron la caza de brujas renunciaron a sus cargos y abandonaron el pueblo, que empezó a cicatrizar unas heridas que todavía no están curadas.

Tres años después de esto, Ann Putnam, una de las niñas supuestamente embrujadas, pidió perdón a l iglesia y a las familias de las que fueron asesinadas en la horca. “Lo hice engañada por Satanás”, sentenció. Y los juicios de Salem se convirtieron en una de las manchas más oscuras de la historia reciente. Una muestra de hasta dónde puede llegar el miedo a lo desconocido, de cómo la histeria colectiva puede llevarnos a cometer atrocidades y de cómo, sin necesidad de fenómenos paranormales, el Diablo puede estar en el interior de cada uno de nosotros.

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1976 y el regreso a Salem: ¿fue un hongo la verdadera brujería?

270 años después. Es el año 1976. Salem es una ciudad con una población de 38.000 habitantes que se ha alzado bajo la memoria de los atroces crímenes del siglo XVII cometidos durante los Juicios contra la brujería. Por más de 270 años, la incógnita acerca de la explicación científica a las supuestas posesiones demoníacas y a las aterradoras visiones de los niños del poblado, que juraban haber visto brujas entre la oscuridad de los bosques, obsesionó a todos aquellos que querían comprender la verdad detrás de la leyenda de Salem.

A lo largo de la historia, han sido muchas las conjeturas acerca de las circunstancias que pudieron desencadenar la caza de brujas de Salem. Los historiadores han teorizado que todo pudo tratarse de un fraude. Un simple juego de niños en el que los pequeños lo habían fingido todo y habían mentido por diversión o por protegerse de los castigos que iban a recibir si los adultos se enteraban de los trucos de magia a los que jugaban.

Otros afirman que todo se reduce a una histeria colectiva. Los niños somatizaron todas aquellas dolencias que relacionaban con posesiones demoníacas de las que tanto habían oído hablar en la Iglesia, con un miedo que los llevó a tener visiones de brujas en los bosques. Todo esto, en un clima de un asfixiante puritanismo y de una represiva educación, derivó en un estado de paranoia que afectó a todo el pueblo. Pero ni estas ni otras teorías relacionadas con desórdenes psiquiátricos lo podían explicar todo. Por mucho que intentáramos dar con una explicación científica, había muchos rincones oscuros que parecían responder solo a fenómenos paranormales.

Pero, por suerte, ese año 1975, encontramos una respuesta. Linda Caporael publicó en Science un artículo que lo iba a cambiar todo. Un estudio en el que señala el verdadero mal detrás de la supuesta brujería de Salem. Un mal que no tenía nada que ver con el diablo ni con la magia oscura. Tenía que ver con la biología. Y es que todo podía reducirse a que aquellas niñas estaban sufriendo una patología conocida como ergotismo.

La fuente de esas aparentes posesiones demoníacas podía encontrarse en una intoxicación por “Claviceps purpurea”. Conocido como cornezuelo del centeno o ergot, es un hongo parasítico productor de una toxina que, ingerida en cantidades suficientes, puede ocasionar convulsiones, alucinaciones, psicosis, delirios, contracciones musculares violentas y dolorosas e incluso gangrenas en las extremidades. Todos los síntomas descritos en los registros de los juicios que estaban afectando a aquellos niños poseídos.

Esta toxina, la ergotamina, de la cual deriva el LSD, podía ser la verdadera responsable de las posesiones demoníacas. Todas las atrocidades y la caza de Brujas de Salem podía reducirse a una simple intoxicación por un hongo. Poca gente abogó por la aparentemente simplista explicación que la científica ofrecía. Pero cuando recientemente, en el año 2016, descubrimos que las descripciones de las conocidas como marcas del diablo citadas en los registros de los juicios concordaban con las lesiones ocasionadas por el ergotismo gangrenoso, todas las miradas regresaron a ese ser microscópico que había desencadenado el horror en Salem.

El centeno se estableció en la Nueva Inglaterra de 1640. Siendo uno de los cereales más versátiles, su cultivo cultivo se expandió por el continente norteamericano rápidamente y se convirtió en uno de los pilares nutricionales de los habitantes de Salem. El problema es que en el siglo XVII, el desconocimiento acerca de los seres microscópicos hizo que no fuéramos conscientes del peligro que se escondía en estos cultivos. El centeno era uno de los cereales que “Claviceps purpurea” infectaba con mayor facilidad, especialmente si las condiciones climáticos favorecían su crecimiento.

Los científicos recurrieron a los registros históricos y descubrieron que el verano de 1691 fue especialmente caluroso y tormentoso en Salem. Temperaturas elevadas y altos niveles de humedad. Una situación perfecta para el hongo. Esto estaba explicando los tiempos en los que sucedieron los acontecimientos.

Las condiciones meteorológicas propiciaron una proliferación inusual del hongo y el fracaso de la cosecha de ese año, por lo que los habitantes de Salem tuvieron que recurrir a las reservas de un centeno que estaba ampliamente contaminado por el cornezuelo. Como la mayoría de intoxicaciones, la población de riesgo era la infantil.

Esto explica que los síntomas de las niñas y niños, que pudieron haber sufrido una intoxicación prolongada en el tiempo por el consumo constante de ese centeno, empezaran en diciembre de 1691, cuando en el pueblo se empezaron a consumir las reservas de la anterior estación. Y que los casos de esas supuestas posesiones demoníacas terminaran abruptamente el siguiente otoño de 1692, cuando se pudo consumir ya un centeno de un nuevo cultivo que, con un verano más frío y seco, no estaba contaminado por el hongo.

Hoy en día, y pese a que las cazas de brujas, si bien han tomado otra forma, no han terminado, la hipótesis de la intoxicación es la más aceptada para explicar la naturaleza científica de aquella oscura etapa de Salem. Aun así, lejos de tranquilizarnos, nos demuestra que la propia ciencia puede ser un lugar tenebroso. Que hay amenazas que no podemos ver pero que pueden hacer tambalear hasta la mente más científica. Porque un simple hongo desencadenó una atrocidad, empujando a todo un pueblo a creer que el Diablo estaba entre ellos. Pero viendo de qué es capaz la naturaleza, tal vez debemos rescatar una cita del poeta francés Charles Baudelaire que, ahora, toma un nuevo y aterrador significado. “El mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existía”.

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