El Experimento Ruso del Sueño: ¿leyenda urbana o terrible realidad?

La historia de que, en el contexto de la Guerra Fría, la Unión Soviética perpetró un atroz experimento para descubrir si un gas podía inhibir la necesidad de dormir en el ser humano se ha expandido por todo Internet. Pero, ¿qué hay de cierto en este horrible relato?

experimento ruso del sueño

2 de septiembre de 1945. Las delegaciones japonesas y aliadas firmaron el acta de rendición incondicional del Imperio de Japón, poniendo el definitivo fin a la Segunda Guerra Mundial, que meses atrás ya había llegado a su desenlace en el continente europeo con la caída de la Alemania Nazi. La Guerra que azotó al mundo durante seis años y que provocó decenas de millones de muertes por fin había terminado.

Pero la paz fue solo un espejismo. Inmediatamente después del fin de la Guerra, empezó un nuevo conflicto en el mundo. Un conflicto entre dos potencias que, durante la Segunda Guerra Mundial, habían sido aliadas. Estados Unidos y la Unión Soviética. Con el objetivo de detener la influencia soviética y la expansión del comunismo, Estados Unidos creó la OTAN. Alianza a la cual respondió la Unión Soviética con el Pacto de Varsovia. La guerra entre el mundo occidental y el mundo oriental estaba empezando.

La Guerra Fría acaba de estallar. Un enfrentamiento político, ideológico, económico y militar entre el bloque occidental, de ideología capitalista y liderado por Estados Unidos, y el bloque del Este, de ideología comunista y liderado por la Unión Soviética. Estas dos potencias, en un conflicto que se alargaría hasta finales de 1989 con la metafórica caída del muro de Berlín, la victoria del bloque occidental y la posterior disolución de la Unión Soviética en 1991, lucharon por el control del mundo.

Y en tiempos de guerra y cuando estás luchando por imponer tu ideología en el mundo, todo vale. Y fue en este contexto que, según reza la historia, el bando soviético perpetró el experimento más atroz de la historia de la humanidad. ¿Y si pudiéramos erradicar la necesidad de dormir en el ser humano? ¿Y si consiguiéramos que los soldados no tuvieran que dormir?

Entonces, la Unión Soviética no tendría rival. El rival estadounidense caería y el bloque del Este se impondría en el mundo. Y fue esta idea lo que abrió las puertas al famoso experimento ruso del sueño. Veamos qué ocurrió y descubramos si es una simple leyenda urbana o una terrible realidad.

El gas soviético, los gulags y los prisioneros

Año 1947. Instalaciones secretas de la Unión Soviética. En algún lugar de Europa del Este. Los científicos soviéticos, por órdenes del ejército, estaban experimentando con un gas cuyos efectos podían suprimir la necesidad de dormir en el ser humano. La búsqueda de una sustancia así se remontaba a la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, los alemanes tenían su propia versión de este gas. La pervitina. Una droga del grupo de las metanfetaminas muy popular entre las tropas nazis cuando invadieron Polonia y Francia que inducía una severa subida de los niveles de adrenalina y reducía el cansancio y la necesidad de sueño. Pero esta sustancia no evitaba que, tras más de 20 horas, su rendimiento militar descendiera y que inevitablemente cayeran dormidos.

La Unión Soviética quería ir más allá. Querían encontrar una sustancia que permitiera a sus soldados estar días y días despiertos sin necesidad de dormir, plenamente funcionales para expandir el comunismo y hacer caer a las potencias capitalistas. Y estaban muy cerca de dar con dicha sustancia. Solo faltaba una cosa: demostrar cómo funcionaba en humanos. Pero no podía probarse directamente en la población obrera. Cualquier paso en falso podía suponer la derrota en la Guerra. Había que encontrar conejillos de indias.

Y en el contexto de finales de los años 40, cuando los gulags, los campos de trabajo forzados que operaron en Rusia entre 1930 y 1960, estaban llenos de presos políticos que habían traicionado al Estado Soviético, no fue difícil encontrar “voluntarios”. Así, el equipo de científicos detrás del desarrollo del gas fue en busca de cinco prisioneros a los que se les prometió que, si participaban en un experimento durante 30 días, serían liberados.

Los prisioneros, viendo una oportunidad para abandonar ese infierno, aceptaron al instante. Sin saber, que estaban sumergiéndose en las entrañas de un infierno muchísimo peor. Los cinco sujetos fueron llevados a una base secreta de la Unión Soviética en cuyo sótano habían construido una cámara que podía sellarse y en cuyo interior iba a desarrollarse el experimento.

Una vez ahí, se les dijo a los prisioneros que su tarea era muy sencilla. Solo debían permanecer ahí dentro. Y si conseguían no cerrar los ojos y caer dormidos, iban a ser liberados. En ese momento, los científicos cerraron la puerta de la cámara, activaron la liberación del gas y el atroz experimento comenzó. La cuenta atrás para el más absoluto horror acababa de empezar.

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La historia: ¿qué ocurrió en el experimento soviético del sueño?

Los sujetos estaban encerrados en una pequeña estancia con agua corriente, comida y libros y que, pese a estar sellada, estaba monitorizada constantemente, con los científicos midiendo los niveles de oxígeno y de gas, con micrófonos en el interior para escuchar lo que sucedía, con una cámara que permitía ver la práctica totalidad del interior y unas pequeñas ventanas.

Los primeros días del experimento transcurrieron con relativa normalidad. Los sujetos, bajo la influencia del gas, estaban resistiendo sin dormir y sin dar señales negativas por falta de sueño. Hablaban entre ellos acerca de su vida, de sus aficiones y de lo que harían con su familia al salir de ahí. Parecían encontrarse animados, pues cada vez veían más cerca su ansiada libertad. Solo tenían que seguir despiertos.

Pero todo empezó a cambiar al quinto día. Las conversaciones entre ellos se vuelven mucho más oscuras. Ya no hablan acerca de sus sueños. Todo se centra en sus miedos, la guerra, la muerte y las atrocidades que habían presenciado durante la Segunda Guerra Mundial. Aun así, los científicos no le dan mayor importancia. Será simplemente el sueño…

Pero unas pocas horas después, empiezan a dar señales de psicosis. Repentinamente, se vuelven paranoicos entre ellos, se dejan de hablar, empiezan a susurrar cosas inentendibles a los micrófonos y se paran durante horas delante de las ventanas, sin expresión. Los investigadores, sin embargo, siguen sin saber si es efecto del gas o de la falta de sueño. Así que siguen adelante.

El comportamiento extraño continúa hasta que, llegados al día 9, emerge el más puro terror. Uno de los sujetos empieza a gritar con todas sus fuerzas, con el grito más desgarrador que los científicos habían escuchado en toda su vida. Estuvo gritando sin parar durante más de cuatro horas mientras corría por toda la cámara. Pero esto no fue lo que más inquietó a los investigadores. Lo que realmente heló su sangre fue ver cómo los otros sujetos no reaccionaron ante esa escena. Era una apatía total.

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Pero, de repente, silencio. El sujeto deja de gritar. Se ha roto las cuerdas vocales. En ese momento, los otros prisioneros se levantan y empiezan a arrancar las páginas de los libros y a defecarse en ellas. Los científicos, ya totalmente aterrados, no entienden nada. Hasta que los prisioneros llegan a la ventana con las hojas empapadas en su excremento para engancharlas hasta cubrir toda la superficie. Los investigadores ya no tienen forma de ver qué está ocurriendo dentro. Piensan que todavía quedan las cámaras, pero no estaban preparados para lo que vendría ahora.

Absoluto silencio. Ya no se escucha ni siquiera respirar a los sujetos y tampoco se ven en las cámaras. Era como si dentro no hubiera nadie. Cinco personas en absoluto silencio y sin moverse, justo en el ángulo muerto de la cámara. Pero los niveles de oxígeno indican que están respirando. Están ahí. Pero no los ven ni los escuchan.

Los días continuaron y el silencio persistía. Hasta que llegó el día 15. Los científicos no querían interrumpir, pero necesitaban saber si seguían despiertos. Por ello, por primera vez usaron la audifonía para decirles que iban a abrir, que se apartaran de la puerta y que se tumbaran en el suelo, que de lo contrario serían disparados y que si cumplían, uno de ellos sería liberado. No hubo respuesta. El silencio más absoluto.

Pero cuando los investigadores empezaban a creer que los sujetos habían muerto, ese silencio que se había prolongado seis días se cortó. Uno de ellos respondió, con una voz calmada y susurrando al micrófono: “Ya no queremos ser liberados”.

Era la madrugada del decimoquinto día. Y los científicos, aterrados por aquel mensaje, llamaron a los soldados soviéticos de las instalaciones. Una vez con ellos, abrieron la compuerta y dejaron que los restos del gas salieran. Pero en cuanto eso pasó, los sujetos empezaron a gritar, suplicando más gas. Y en cuanto la niebla se desvaneció pudieron ver el horror que estaba escondiendo esa cámara.

En el suelo había un cadáver medio devorado y el resto de sujetos se habían arrancado la piel y los músculos del pecho, dejando ver los órganos internos. Todas estas lesiones eran autoinflingidas y se estaban comiendo sus propios órganos, con los restos de los mismos flotando en un charco de sangre. Y todo esto mientras gritaban de desesperación por recibir más gas.

Y en cuanto los soldados se acercaron, empezó la brutalidad. Los sujetos, que parecían tener una fuerza sobrehumana, se abalanzaron sobre ellos, matando a dos soldados. A uno le cortaron el cuello y el otro murió desangrado después de que la arrancaran a bocados sus genitales. Los otros pudieron someter a los cuatro sujetos y les inyectaron una dosis de morfina diez veces superior a la necesaria para dormir a una persona, pero seguían gritando y resistiéndose.

Finalmente, fueron sedados y atados a una cama para así llevarlos al quirófano. Una vez ahí, intentaron operar a uno de los sujetos, pero en cuento le inyectaron la anestesia, su corazón se detuvo y murió. Fue entonces cuando los científicos, ante la perplejidad de los médicos, dijeron que a los siguientes los operaran sin anestesia. Estos cumplieron las órdenes.

Y el siguiente sujeto no solo resistió la operación de 6 horas sin anestesia, sino que durante todo el tiempo que duró, mantuvo la mirada a la enfermera, sonriendo en todo momento. Parecía que quería decirles algo, pero no podía. Era el prisionero que se había roto las cuerdas vocales. Así que la enfermera le dejó un papel y este escribió: “seguid cortando”.

En cuanto terminaron con el otro sujeto y viendo su estado, los investigadores pidieron la eutanasia para ellos. Pero un agente de la KGB, viendo su fuerza sobrehumana y su resistencia al dolor, se dio cuenta de que sí que podían crear unos súper soldados que tejieran un ejército que iba a permitir a la Unión Soviética dominar el mundo. Así que ordenó que pusieran a los dos sujetos que quedaban de nuevo dentro de la cámara. Esta vez atados y perfectamente monitorizados.

A pesar de que no estuvieran de acuerdo, los científicos aceptaron. Y una vez dentro del gas, los sujetos se calmaron. Pero algo extraño sucedió. El electroencefalograma de uno de los sujetos empezó a mostrar muchísima actividad repentina, pero sin previo aviso se detuvo. El hombre había muerto al caer dormido. No es que no pudieran dormir. Es que el sueño los mataba.

Solo quedaba uno. Y no podía morir. Era la última esperanza de la Unión Soviética para encontrar el modo de tener a su ejército. Así pues, el comandante ordenó a los investigadores a encerrarse con él para atenderlo y evitar que cayera dormido. Pero uno de los científicos, aterrado, disparó al comandante y al sujeto entre los ojos. Pero este último no murió. Seguía vivo mirando fijamente al investigador, que acababa de arruinar su vida.

El científico se posó delante de él y le preguntó que quién era. El sujeto, con un hilo de voz, le dijo lo siguiente: “¿Acaso lo has olvidado? Somos vosotros. Somos la locura que acecha en vuestro interior, suplicando ser liberada. Somos aquello de lo que os escondéis cada noche. Somos lo que os calla y paraliza en la profundidad de la oscuridad. Somos el mal que se oculta en vuestros sueños”.

El científico, presa del miedo, volvió a dispararlo, ahora en el corazón. Y mientras el sonido del electroencefalograma indicaba que el sujeto estaba muriendo, este, en sus últimas palabras dijo: “Casi… Libre”. El experimento ruso del sueño había terminado.

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El creepypasta: ¿fue real el experimento ruso del sueño?

Evidentemente, no. La historia está llena de lagunas por todas partes. ¿Por qué la Unión Soviética iba a liberar a prisioneros de guerra? ¿Por qué habla de un agente de la KGB en 1947 si esta se fundó en 1954? ¿Por qué no vieron el charco de sangre en las cámaras? ¿Por qué el científico mató al comandante? ¿Por qué no escuchaban como se comían sus órganos?

Por no hablar de que los sujetos estaban vivos después de arrancarse la piel y quitarse órganos. O de que fueron operados sin anestesia. O de que se comportaban como zombis. Tú no puedes arrancarte órganos, tirarlos por el suelo y que después te los vuelvan a meter.

Ah… Pero, ¿y si un gas pudiera hacer esto? No. No se ha descubierto ningún gas que pueda mantener a alguien despierto durante 15 días y menos aún que te convierta en casi un muerto viviente. Y si no es el gas… ¿Podría ser la falta de sueño la que provoca eso en nuestros cuerpos? Tampoco. Tras 72 horas sin dormir empezamos a poner en aprietos a nuestra salud. Alucinaciones, paranoias, daños renales, cefaleas… Pero tema canibalismo y cosas así, no.

No hay absolutamente nada en la literatura científica que apoye lo que cuenta esta historia. Y si hay documentos secretos que oculten esto (cosa altamente improbable a no ser que seas un conspiranoico de estos de pura cepa), quien tendría acceso a ellos sería la CIA, el MOSAD u otros servicios de inteligencia. Pero no un chaval adolescente desde se habitación. Porque fue así como nació esta historia.

10 de agosto de 2010. En un foro de Internet, la comunidad crea un proyecto en el que se pide a los usuarios crear la leyenda urbana más terrorífica. Y uno de los usuarios, llamado OrangeSodda, cuya identidad sigue siendo desconocida, apareció con una historia titulada “El experimento ruso del sueño”.

Como todas las historias de este calibre, la gracia radicaba en que pareciera verídica. Y aunque no tenga nada de verídica, se hizo tremendamente famosa, convirtiéndose en uno de los creepypastas, entendidos como historias cortas de terror que se comparten a través de Internet con límites difusos entre la realidad y ficción, más famosos de la historia.

Pero nadie esperaba, ni siquiera el creador, que esto se fuera tanto de las manos. El relato empezó a extenderse por Internet como la pólvora. Decenas de medios, sin contrastar la fuente, empezaron a hablar del experimento ruso del sueño como una realidad. Una historia cierta que fue desentrañada por… ¿Un chico comiendo Doritos en su habitación y robando wifi al vecino? Bueno.

Aun así, y por sorprendente que parezca, la parte menos ficticia de toda esta historia es lo que tiene que ver con el sueño. Porque aunque el experimento ruso del sueño no sea más que un creepypasta, sí que existe un registro de un estudio similar que, si bien no tiene la parte de zombies, canibalismo, gases raros y súper soldados soviéticos, sí que es real y nos demuestra que, como siempre, la realidad supera a la ficción.

Randy Gardner y el experimento estadounidense del sueño

Año 1963. Randy Gardner, un adolescente estadounidense de 17 años lee acerca de Tom Rounds, un hombre de Honolulu que al parecer había estado despierto durante 260 horas, casi 11 días. El joven Randy, del instituto Alta en San Diego, California, por simple diversión decide superar dicha hazaña. Quería aguantar más de 260 horas sin dormir.

Randy planteó este reto como un trabajo para una feria de ciencias. Pero, evidentemente, llamó la atención de muchos neurocientíficos, que vieron, en ese joven, la primera oportunidad de la historia para monitorear de forma detallada cómo evoluciona el cuerpo humano cuando es privado de sueño. Era la primera vez que, de una forma ética y con el apoyo de la comunidad científica, podíamos estudiar la privación absoluta del sueño.

Éramos conscientes de que en pacientes con insomnio familiar fatal, una extrañísima enfermedad genética que padecen solo 40 familias en todo el mundo, morían tras 3-4 semanas de que empezara la privación del sueño. Pero no sabíamos si el fallecimiento se debía a no dormir o a otros efectos degenerativos de la enfermedad. Randy podría decirnos cómo afectaba, en individuos sanos, la falta total de sueño.

Un día de diciembre de 1963, el cronómetro comenzó a avanzar. Y un equipo liderado por el doctor William Charles Dement, médico estadounidense pionero en las investigaciones en medicina del sueño, empezó a monitorear sus signos vitales.

Y por sorpresa de absolutamente todo el mundo, si bien lo hizo ya con severa descoordinación, dolor de ojos, lagunas de memoria, dificultades para hablar e incapacidad para concentrarse, Randy Gardner llegó a las 264 horas sin dormir. 11 días sin conciliar el sueño en ningún momento.

El equipo científico que lo había mantenido despierto y monitoreando su estado vio cómo sus constantes vitales se habían mantenido perfectas durante todo el tiempo. Su salud, pese a los síntomas físicos y mentales por la falta de sueño, no estuvo en peligro en ningún momento. Solo quedaba la duda de si tal hazaña dejaría secuelas en el joven.

Pero cuando se fue a la cama a dormir y despertó 15 horas después, no había indicios de ninguna secuela. Su cuerpo se había recuperado por completo. Tras una noche de sueño reparador, no había ni rastro de lo que se consideraba un suicidio. El experimento de Randy Gardner nos demostró que, aunque técnicamente sea posible morir por falta de sueño, el momento en el que esto sucede es muchísimo más allá de los 11 días.

No tenemos registrado ni un solo caso de persona que, sin una patología previa como el insomnio familiar fatal o el síndrome de Morvan, haya llegado a morir por falta de sueño. Algo que, como hemos dicho, nos muestra cómo la realidad puede superar con creces a la ficción.

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Una reflexión final

El experimento ruso del sueño quizás sea una simple historia. Un relato de terror que no buscaba más que convertirse en un creepypasta viral. Pero que sea un simple cuento de terror no debe hacernos olvidar que, en los tiempos más oscuros de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, en nombre de la ciencia y a veces simplemente del mal se llegaron a perpetrar atrocidades.

Si experimentos psicológicos que rompieron con todos los valores éticos y morales que imperan en la actualidad, en su día fueron publicados en revistas científicas prestigiosas, como por ejemplo el experimento del pequeño Albert, el experimento monstruo, el experimento de la cárcel de Stanford, el experimento de los primates de Harlow, el experimento Milgram o el atroz experimento Kentler, imagina todo aquello que quedó oculto en los archivos confidenciales de los gobiernos.

La alemania nazi realizó experimentos en la población judía de una crueldad inimaginable, al tiempo que el escuadrón 731, un programa encubierto de investigación del Imperio Japonés, perpetró atroces experimentos en la población china, coreana y mongol, causando hasta 400.000 muertes a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.

Quizás el experimento ruso no ocurriera como tal. Pero, aunque nos duela aceptarlo, sin toda esa parte fantasiosa del relato, una atrocidad así quedaría en nada comparada con lo que miles de personas tuvieron que experimentar en el pasado. Los experimentos de privación de sueño y las torturas eran constantes.

Y tal vez, este relato sea solo un reflejo de hasta qué punto puede llegar el lado oscuro de la ciencia. Porque aunque jamás desvelemos toda la verdad sobre lo que esos régimenes perpetraron, podemos tener una certeza. Y es la de que no importa cuánto nos esforcemos en crear historias aterradoras. La realidad siempre va a esconder mucho más horror que la ficción. Porque el terror no requiere de elementos sobrenaturales. Solo de la más pura maldad humana.

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