¿Qué es el Gran Atractor?

El Gran Atractor es una anomalía gravitacional ubicada en el centro del supercúmulo galáctico de Laniakea y que nos está arrastrando a nosotros, la Vía Láctea, y a otras 100.000 galaxias hacia su interior. Sumerjámonos en sus misterios.

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En el Universo, nada es estático. Absolutamente todo está en movimiento. Incluso cuando estás en el sofá viendo una serie de Netflix, la Tierra está rotando sobre sí misma a una velocidad de 1.670 km/h. Y a su vez, está orbitando alrededor del Sol a una velocidad de 107.280 km/h, que vendrían a ser 30 km/s. Pero es que incluso el Sol está orbitando alrededor del centro de la Vía Láctea a unos 792.000 km/h, que vendrían a ser unos 220 km/s.

Solo con esto, ya vemos que la Tierra está dando vueltas como loca. Sobre sí misma. Alrededor del Sol. Y alrededor de la galaxia. Pero esto se convierte en “nada” cuando descubrimos que hasta las propias galaxias se mueven por el Universo a unas velocidad que, simplemente, son inimaginables.

Nuestra galaxia, la Vía Láctea, se está moviendo por el espacio a una velocidad de 600 km/s (eso son más de 2 millones de km/h) en una dirección muy específica que, en el cielo, equivale a la porción de la constelación de Centauro. Pero algo aparentemente trivial como esto se convierte en uno de los fenómenos más aterradores de la Astronomía cuando descubrimos que esto no es casualidad. Algo nos está atrayendo hacia ahí.

Algo desconocido que se esconde en las profundidades del Universo y que nos está engullendo, a nosotros y otras 100.000 galaxias, hacia el más puro vacío. Una región del Cosmos cuya naturaleza lleva décadas maravillánodonos y atemorizándonos a partes iguales. Un punto en el espacio con un poder simplemente imposible de concebir y que ha sido bautizado como El Gran Atractor. Y en el artículo de hoy, de la mano de las más prestigiosas publicaciones científicas, vamos a sumergirnos en sus misterios, a indagar en la historia de su descubrimiento y a imaginar las consecuencias que este puede tener en el futuro de esta nuestra galaxia.

Laniakea: nuestro hogar en el Universo

Antes de entrar en profundidad en los misterios del Gran Atractor, debemos poner en contexto nuestra situación en el Universo. Nuestro Sistema Solar se ubica en las afueras de uno de los brazos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Una galaxia que engloba a más de 100.000 millones de estrellas y que tiene un diámetro de 52.850 años luz.

Estamos hablando de unas cifras que, simplemente, se escapan de nuestra comprensión. Pero, de nuevo, se convierte en nada cuando tenemos en cuenta que nuestra galaxia es solo una más de las posiblemente 2 trillones de galaxias del Universo. Cada una de ellas es un titán. Y en el Cosmos, por “titán” entendemos algo con un poder gravitacional inmenso.

Y como siempre, la gravedad, aquello que da cohesión y forma al Universo, también hace que las galaxias desarrollen influencia gravitatoria las unas con las otras. De ahí que las galaxias no sean islas independientes en medio del océano cósmico. Las galaxias se relacionan gravitacionalmente entre ellas.

Y para entender esto, volvamos a nuestra galaxia. La Vía Láctea, por esta influencia gravitacional, conforma, junto a Andrómeda, la galaxia del Triángulo y unas 40 galaxias más pequeñas conocidas como galaxias satélite, el Grupo Local. Un cúmulo galáctico con un diámetro de 10 millones de años luz. Puede parecer mucho. Y lo es. Pero espera.

Porque nuestro Grupo Local forma parte, a su vez, de una agrupación galáctica mayor: el clúster de Virgo. Nos encontramos en las afueras de un clúster galáctico que contiene más de 1.300 galaxias. ¿Imposible algo más grande? Bueno. Debes saber que este clúster de Virgo, en realidad, es solo el corazón de una colonia galáctica mucho más grande que contiene más de cien clústers galácticos como el nuestro.

Estamos hablando del superclúster de Virgo, que se extiende por un área de más de 110 millones de años de años luz. Y hasta hace relativamente poco, creíamos que este superclúster de Virgo, si bien es solo uno más de los 10 millones de superclústers que podría haber en el Universo, era la estructura galáctica más grande que se mantenía aislada del resto. Pero nos equivocamos.

Era el año 2014. Un estudio liderado por Richard Brent Tully, de la Universidad de Hawaii, arroja unos datos que nos hicieron cambiar, de nuevo, la concepción del Universo y de sus asombrosas escalas. Dicho estudio descubrió que el superclúster de Virgo es solo un elemento más de una red cósmica muchísimo más compleja.

Una estructura que se extiende por más de 500 millones de años luz y que siendo el hogar de más de 100.000 galaxias, nace de la unión gravitacional entre cuatro superclústers: el de Virgo, el nuestro, el de Hydra, el Pavo-Indus y el Southern. Todos ellos se organizan para tejer el que es nuestro verdadero hogar en el Universo: Laniakea.

Del hawaiiano “cielo inmenso”, es el supercúmulo de cúmulos galácticos que, si bien por ahora mantiene relativamente unidas a decenas de miles de galaxias, en su corazón también esconde el que seguramente es el misterio más aterrador al que se ha enfrentado la Astronomía en toda su historia: el Gran Atractor. Y es ahora, cuando hemos tomado perspectiva, que podemos hablar de él.

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El Gran Atractor: ¿qué es?

El Gran Atractor es una anomalía gravitacional ubicada en el centro de Laniakea, a una distancia de unos 250 millones de años luz de la Tierra y del resto de la Vía Láctea. No sabemos qué es. Lo único que sabemos es que está ahí y que sea lo que sea, tiene un poder inimaginable. Un poder gravitacional tan inmenso que nos está arrastrando a nosotros y a las 100.000 galaxias de Laniakea hacia él.

Como si de super imán o de un pozo oscuro en el Universo se tratara, está engullendo todo lo que se encuentra a 300 millones de años luz a la redonda. Día a día, minuto a minuto y segundo a segundo nos estamos precipitando a una velocidad de 600 km/s segundo hacia una región cuya naturaleza desconocemos pero de un poder tan enorme que nos lleva a remar en contra de la expansión del Universo.

El Gran Atractor es uno de los grandes misterios del Cosmos. Un lugar en el que, por mucho que miremos, no encontramos nada. Un lugar aparentemente vacío que, sin embargo, nos está arrastrando con un poder de atracción gravitatoria que nos está haciendo reescribir todo lo que creíamos saber sobre el Universo.

O bien hay una inusual concentración de masa en ese punto del Universo, existe un monstruoso agujero negro intergaláctico con una masa de varios cuatrillones de Soles o estamos siendo presa de una desconocida fuera oscura del Cosmos que contrarresta la expansión del Universo. Lo más probable es lo primero, pero… ¿Por qué simplemente no miramos? Aquí viene el problema. Que no podemos hacerlo. Y para entender por qué, debemos retroceder unas décadas en el pasado y sumergirnos en la historia de su descubrimiento.

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La historia del descubrimiento del Gran Atractor

Era el año 1929. Edwin Hubble, uno de los astrónomos estadounidenses más importantes del siglo XX, realiza el que es su hallazgo más relevante. Hubble descubrió que, a pesar de que algunas nebulosas extragalácticas parecían acercarse hacia la Tierra, el generalizado corrimiento al rojo observado en estas estructuras indicaba que prácticamente todas ellas se alejaban de nosotros y que, cuanto más lejos estaban, más deprisa lo hacían.

Este descubrimiento llevó a Hubble a pensar que, o bien nos encontrábamos en una región increíblemente particular del Universo donde, por una casualidad casi imposible, todo se alejaba de nosotros o (y aquí viene lo más probable) el propio Universo, incluido el espacio entre galaxias, se estaba expandiendo.

El Hubble Flow y el extraño movimiento de la Vía Láctea

Y es aquí cuando surgió el concepto clave del Hubble Flow, que designa el movimiento de las galaxias por el espacio como consecuencia de la expansión del Universo. La ley de Hubble estableció que el corrimiento al rojo, un fenómeno que ocurre cuando una fuente de luz se separa del observador, haciendo que la frecuencia de radiación electromagnética disminuya hacia el rojo, de una galaxia es proporcional a la distancia a la que estamos de ella.

Considerada la primera evidencia observacional de la expansión acelerada del Universo, fue, en su momento, la pieza clave para apoyar a la teoría del Big Bang. Con este Hubble Flow, comprendimos que las galaxias, incluida la nuestra, la Vía Láctea, se mueven por el espacio a causa de la expansión del mismo.

Ahora bien, con el tiempo nos dimos cuenta de que esta expansión del Universo había que añadir otro factor. La influencia gravitacional entre galaxias. Este hecho provocaría una desviación del Hubble Flow. Pero si teníamos en cuenta ambos factores, podíamos obtener así una imagen más real de su movimiento.

Este cálculo iba encaminado a encontrar la velocidad peculiar de las galaxias, es decir, la velocidad de una galaxia que se desvía de la velocidad esperada por la Ley de Hubble suponiendo la influencia gravitacional con otras galaxias. Pero cuando fuimos a calcular el movimiento de nuestra galaxia, nos topamos con algo extraño.

Era el año 1973. Los estudios de velocidad peculiar de la Vía Láctea concluyeron que nos estábamos moviendo a una velocidad de 600 km/s a través del espacio. O lo que es lo mismo: 2 millones de km/h. Para poner en perspectiva esto, si la Tierra girara alrededor del Sol a esta velocidad, un año duraría solo 18 días.

Esto no tenía ningún sentido teniendo en cuenta el Hubble Flow y la influencia gravitacional esperada de las galaxias vecinas. Algo que no podíamos ver nos estaba atrayendo hacia una región ubicada en la porción del cielo correspondiente a la constelación de Centauro con una fuerza que, simplemente, era inexplicable.

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El bautizo del Monstruo oculto

Creímos simplemente que algo había fallado en el cálculo. Pero cuando, llegados a la década de los 80, los estudios más avanzados de desplazamiento al rojo permitieron ya cartografiar el Universo, todas las alarmas se encendieron.

Todas las galaxias que nos rodeaban estaban siendo arrastradas hacia un mismo punto en el espacio. No nos habíamos equivocado. En las profundidades del Universo existía una anomalía gravitatoria hacia la que nos estábamos precipitando. Y su poder era mucho más grande de lo que imaginamos.

Evidentemente, este hallazgo hizo que se dedicaran muchos recursos a estudiar qué se estaba ocultando en la oscuridad del Cosmos. Y en 1986, descubrimos que el origen de esta anomalía se encontraba a una distancia de entre 150 y 220 millones de años luz.

Dos años después, un equipo internacional liderado por Donalds Lynden-Bell, astrofísico teórico británico que fue el primero en determinar que las galaxias contienen agujeros negros en sus núcleos, estudió el movimiento de 400 galaxias elípticas, confirmando así que nos precipitábamos hacia algo que debía tener una masa de 10 quintillones de soles. Algo que fue bautizado como el Gran Atractor. El monstruo ya tenía nombre.

Pero ya éramos conscientes de lo difícil que sería estudiar su naturaleza. El Gran Atractor, fuera lo que fuera, estaba localizado justo detrás de lo que se conoce como Zone of Avoidance, un área del cielo que es oscurecida por nuestra propia galaxia. El 20% del Universo queda oculto por la luz, gas y polvo de la Vía Láctea, que nos impide ver qué hay detrás.

Y el Gran Atractor quedaba en esta quinta parte del cielo oculta a nuestra vista. El monstruo estaba escondido y no podíamos verlo. Ya es casualidad. Y teníamos dos opciones. O esperar 113 millones de años para que la rotación del sistema solar alrededor de la galaxia nos permita verlo o hacer frente al problema y encontrar un modo de ver detrás de esta región del cielo.

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Norma y Shapley: ¿los superclústers galácticos son la respuesta?

Y, por suerte, apostamos por lo segundo. Nosotros vemos el mundo a través del prisma de la luz visible. Pero no solo podemos ver con esta luz. Los telescopios que detectan otras radiaciones electromagnéticas permiten ver otros espectros. Y en cuanto esta tecnología estuvo lo suficientemente avanzada, pudimos ver, nunca mejor dicho, la luz.

La luz no podía atravesar esta zone of avoidance, pero la radiación infrarroja y los rayos X, aunque se perdiera parte de ella, sí podían hacerlo. Así pues, con telescopios infrarrojos o de rayos X podíamos “ver”, entre comillas, qué se escondía detrás de esa quinta parte de la porción del cielo que siempre había sido oculta a los telescopios. Y, por tanto, podríamos, por fin, observar el Gran Atractor.

Era el año 1996. Reneé Kraan, una astrónoma holandesa-sudafricana, lidera un estudio que, a través del análisis de datos proporcionados por el ROSAT, el satélite artificial que portaba un telescopio de rayos X y que operó entre 1990 y 1999, culminó con un descubrimiento que parecía, iba a cambiarlo todo. El equipo de astrónomos descubrió un superclúster galáctico detrás de la zone of avoidance que había estado oculto hasta aquel momento.

El bautizado como Norma Cluster estaba ubicado a 220 millones de años luz, una distancia que se correspondía con la calculada para el Gran Atractor, e incluso parecía estar muy cerca del centro de la anomalía gravitacional que nos estaba arrastrando. En el momento, parecía que esto podía ser el Gran Atractor. Quizás habíamos encontrado, por fin, la respuesta. Tal vez aquello que nos estaba engullendo era simplemente un cúmulo galáctico inusualmente masivo. Pero, de nuevo, nos equivocamos.

Y es que cuando calculamos su masa, vimos que esta podía ser de un cuatrillón de Soles. Era inmensamente masivo. Pero no lo suficiente. Solo era el 10% de la masa que debía tener el Gran Atractor. El Norma Cluster no podía explicarlo todo. La velocidad de la Vía Láctea y de las 100.000 galaxias que nos precipitábamos hacia ese vacío seguía sin encajar.

Paralelamente, se empezó a pensar en el Superclúster Shapley como parte de la explicación. Descubierto en los años 30, contiene un total de 25 clústers galácticos, siendo así la colección de galaxias más grande que hemos descubierto, y está ubicado a 652 millones de años luz. Siempre habíamos creído que, dada esta enorme distancia, no podía influenciar gravitatoriamente tanto en nosotros.

Recordemos que el Gran Atractor estaba ubicado a unos 250 millones de años luz y ya rompía con todo el hecho de que nos atrajera. Así que los 652 millones de años luz de distancia que nos separaban de Shapley eran, simplemente, una barrera demasiado grande.

Pero con los nuevos avances, vimos que quizás sí que influenciaba en nosotros. Y más de lo que imaginábamos. El Superclúster Shapley, junto al clúster de Norma, podían explicar el 56% de la atracción gravitacional. Pero incluso así, quedaba un 44% que no podíamos explicar. Y en el cielo no quedaban pistas acerca de la naturaleza del Gran Atractor.

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El flujo oscuro: una corriente hacia “la nada”

Ante esta situación y ante la incapacidad de encontrar otros cúmulos galácticos que dieran respuesta al misterio, surgieron nuevas hipótesis. Y una de las que se convirtieron en más relevantes fue la del flujo oscuro. Más conocido como Dark Flow, se trata de un hipotético mecanismo desarrollado para dar una explicación a ese 44% cuyo origen no podíamos encontrar.

El flujo oscuro sería un vestigio de la atracción gravitacional hacia algo fuera del Universo observable. Una reliquia de la atracción hacia algo que, en el momento del Big Bang, nos influyó gravitatoriamente pero que ahora, 13.800 millones de años luz después del nacimiento del Cosmos, ha quedado fuera de los límites del Universo observable.

Una hipotética fuerza que contrarresta a la energía oscura, responsable de la expansión acelerada del Universo, y que, siendo algo desconocido y misterioso, nos arrastra hacia un punto fuera del Universo observable. No existiría un gran atractor. Simplemente, como si de una corriente oceánica se tratara, todas las galaxias del Universo fueran arrastradas hacia un punto fuera del Universo, viajando hacia un lugar que nunca pueden alcanzar. Un viaje hacia “la nada”.

El flujo oscuro parecía ser una explicación razonable, pero ya desde su teorización, las investigaciones realizadas en supernovas de tipo Ia no parecían apoyar su existencia. Aun así, seguía siendo la teoría más aceptada para explicar el por qué del movimiento de las galaxias hacia un punto del espacio donde parece no haber nada.

Pero todo se derrumbaría en el año 2012, cuando los resultados obtenidos por el satélite Planck fueron publicados por la Agencia Espacial Europea. Esta misión, que empezó en 2009 y que fue diseñada para detectar anisotropías en el fondo cósmico de microondas para así conseguir datos sobre el origen del universo primitivo y de la evolución de las estructuras cósmicas, no detectó ni un solo indicio de que algo como el flujo oscuro existiera. No lo descartamos del todo, pero todo parecía indicar que la explicación del Gran Atractor no podía estar en esta fuerza. Teníamos que seguir buscando.

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2019: el descubrimiento del superclúster Vega

La década continuó sin demasiados progresos. Pero todo cambiaría a finales de la misma. Era el año 2019. El equipo de Reneé Kraan, la misma astrónoma que en 1996 había descubierto el clúster de Norma, descubre un nuevo superclúster ubicado incluso más lejos que el Shapley. El bautizado como superclúster Vela estaría a una distancia de 800 millones de años luz de nosotros.

Pero su inmensa masa, teniendo en cuenta que podría contener más de 20 clústers galácticos y que se ubica en la región del Gran Atractor, permitiría explicar aproximadamente un 10% más de la atracción gravitacional hacia ese punto del Universo. Con ello y entre Norma, Shapley y ahora Vega, tendríamos ya casi un 70% de la explicación a por qué nos precipitamos hacia esa región.

Pero aún queda ese 30% cuyo origen, por ahora, desconocemos. Quizás estos tres superclústers sean, en conjunto, el Gran Atractor. Pero también es posible que esa región del espacio siga ocultando algo que de momento somos incapaces de ver. Por ahora, solo podemos esperar. Esperar a que un nuevo descubrimiento arroje luz al que sigue siendo el mayor misterio del Universo.

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¿El Gran Atractor nos devorará?

Hemos entendido ya la historia detrás del Gran Atractor. Pero es evidente que queda una gran pregunta que responder: ¿qué implicaciones tendrá esto? ¿Qué ocurrirá cuando alcancemos este punto que nos está engullendo? ¿El Gran Atractor provocará la destrucción de nuestra galaxia y todas las otras galaxias de Laniakea?

Algo que desconocemos está engullendo todo a 300 millones de años luz a la redonda a una velocidad de 2 millones de km/h. El panorama, visto así, resulta desolador. Y es muy fácil pensar en que esto provocará que todas las galaxias nos encontremos en ese punto y que, por la fusión de cientos de miles de agujeros negros, seamos aniquiladas por una fuerza que el Universo no ha presenciado desde su propio nacimiento. Pero, por suerte, este escenario apocalíptico jamás se cumplirá.

Pese a que nos acerquemos a él a una velocidad de 600 km/s, no podemos olvidar que se encuentra a una distancia de unos 250 millones de años luz. Así que, técnicamente, tardaríamos 13.000 millones de años en llegar a él y alcanzar el corazón del Gran Atractor. Eso es prácticamente todo el tiempo que lleva en vida el Universo. Así que, en primer lugar, no te preocupes, el Sol y la Tierra habrán desaparecido mucho antes de que lo alcancemos.

Y en segundo lugar, hay que tener en cuenta a un protagonista. La energía oscura. Aquella energía que está luchando contra la gravedad y que, dada la expansión acelerada del Universo, sin duda está ganando la batalla. Y hay que tener en cuenta algo clave: cuanto más grande se hace el Universo, más energía oscura hay. Por ello, a cada instante, la balanza se posiciona más a favor de la energía oscura.

La energía oscura ganó la batalla a la gravedad hace unos 7.000 millones de años. Y cada vez domina más. De ahí que casi todas las galaxias se alejen las unas de las otras. Todavía hay situaciones donde la gravedad gana, como por ejemplo con el acercamiento entre la Vía Láctea y Andrómeda o con el propio Gran Atractor. Pero son solo pequeñas victorias en batallas. Ya hace mucho tiempo que la guerra está ganada por la energía oscura.

Y mucho antes de que se alcance esta hipotética llegada al Gran Atractor, la energía oscura habrá inflado tanto el Universo que lo que ahora es una influencia gravitatoria inmensa, no será, ni por asomo, suficiente para superar a la energía oscura. En un futuro, la expansión ganará a la condensación.

Dejaremos de ser engullidos por el Gran Atractor y pasaremos a ser una isla condenada a alejarse de todo lo que nos rodea. Llegará un momento en el que ni siquiera veremos otras galaxias en el cielo. La Vía Láctea estará sola en el océano cósmico, demasiado lejos del resto de galaxias como para que su luz nos alcance. Todo va a terminar dispersándose. Estaremos solos en el Universo a la espera de que la última estrella se apague. Y esto, quizás es más aterrador que el Gran Atractor. Porque significa que nuestro único destino es el más puro vacío.

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