Planeta Nueve: ¿un nuevo mundo en el Sistema Solar?

En 2016, el descubrimiento de unas extrañas órbitas de los objetos transneptunianos hizo que los astrónomos anunciaran la posibilidad de que existiera un mundo por ahora desconocido en las afueras del Sistema Solar. El bautizado como Planeta 9.

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El Sistema Solar es nuestro hogar en el Universo. Nuestra casa en la inmensidad del vacío. Un refugio que nos ha brindado todas las condiciones necesarias para que, en la Tierra, la vida se haya desarrollado y siga desarrollándose. Un pequeño oasis no solo de paz en medio del Cosmos, sino también de conocimiento.

Y es que si bien todo aquello que se expande por cientos, miles y millones de años luz por nuestra galaxia y por los rincones más alejados del Universo es un misterio cuya naturaleza, por nuestras limitaciones humanas y tecnológicas, apenas podemos vislumbrar levemente, todo aquello contenido en nuestro Sistema Solar, por la relativa cercanía entre los objetos celestes que lo constituyen, parece ser bien conocido desde hace siglos.

Desde que William Herschel, astrónomo y músico germano-británico, descubriera Urano y que, a raíz de los problemas en su órbita, el matemático francés Urbain Le Verrier, desarrollara un modelo que permitió predecir la existencia de otro planeta que fue descubierto en septiembre de 1846 y que recibió el nombre de Neptuno, creíamos haber completado el puzzle del Sistema Solar (Nota: Plutón no es considerado un planeta desde el año 2006).

Teníamos ya los ocho planetas. Los ocho habitantes del Sistema Solar. Los ocho mundos que daban vueltas alrededor del Sol. Y con los consecuentes estudios de sus respectivos satélites, del cinturón de asteroides, del cinturón de Kuiper y de los cometas que nos visitan periódicamente, creíamos que teníamos el mapa completo del Sistema Solar. Pero, una vez más, pecamos de inocencia.

Y ahora, más de 175 años después, nos encontramos en un momento que puede cambiar para siempre la historia de la astronomía. Porque es posible que haya otro habitante. Un planeta que siempre ha estado oculto en la oscuridad de los confines del sistema solar. Un mundo que sigue escondido pero que no deja de darnos señales de su existencia. Hablamos del hipotético Planeta Nueve.

Algo pasa con Sedna: su extraña órbita

San Diego, California, Estados Unidos. 14 de noviembre de 2003. Astrónomos del observatorio de Monte Palomar descubren un objeto transneptuniano en las afueras del Sistema Solar. Un cuerpo menor con un diámetro de unos 1.000 km que, en su fase más alejada del Sol, se encontraba a 960 unidades astronómicas de nuestra estrella. Esto era 32 veces la distancia de Neptuno al Sol, por lo que se convirtió en uno de los objetos más lejanos conocidos del Sistema Solar.

Este objeto transneptuniano, por estas características, recibió el nombre de Sedna, la diosa de la mitología esquimal del mar y de los animales marinos. Una deidad gigante hostil a los humanos y que fue condenada a vivir en las frías profundidades del océano Ártico. Pero esta metáfora, que apelaba a cómo ese objeto vivía en los rincones más alejados del Sistema Solar, sería el preludio del aterrador misterio que escondía.

Sedna empezó a interesar a los astrónomos de todo el mundo, por lo que nació una gran expectación por comprender la naturaleza y origen de este objeto transneptuniano. Pero cuando los resultados de su órbita salieron a la luz, nos dimos cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Su órbita alrededor del Sol no encajaba con la esperada. Era extrañamente larga y elongada, tardando más de 11.000 años en dar una vuelta alrededor de la estrella.

En ese momento, surgieron distintas especulaciones y teorías para explicar su inusual órbita. Algo oculto tenía que estar perturbándola, pero no sabíamos el qué. Y fue entonces cuando Rodney Gomes, astrónomo brasileño del Observatorio Nacional de Brasil, llegó con un modelo que demostraba cómo la supuesta existencia de un masivo noveno planeta más allá de Neptuno permitía encajar los resultados. Pero, evidentemente, nadie tomó en serio estos resultados.

¿Cómo, de ser cierto, en pleno siglo XXI habríamos seguido sin encontrar este supuesto mundo? ¿Cómo se nos iba a haber escapado un gigantesco planeta con el que compartimos hogar en el Universo? ¿Cómo, habiendo descubierto 4.933 exoplanetas en nuestra galaxia, uno en nuestro propio Sistema Solar, en nuestra casa, se habría ocultado? Nadie quiso (o estuvo preparado) para oír lo que el astrónomo brasileño estaba intentando demostrar a la comunidad científica. Así, la extraña órbita de Sedna quedó como una anécdota y la teoría de Gomes, como una hipótesis descabellada. Pero diez años después, esta historia daría un dramático giro.

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2014: una odisea en el espacio

Era el año 2014. Scott Sheppard, astrónomo en el Departamento de Magnetismo Terrestre en el Instituto Carnegie, y Chad Trujillo, astrónomo estadounidense descubridor de Eris, el planeta enano más masivo conocido del sistema solar, trabajando en el Observatorio Gemini, en Hawái, realizan un hallazgo que lo iba a cambiar todo.

Vieron cómo el 2012 VP113, un objeto transneptuniano de 450 km de ancho descubierto en 2012, tenía una órbita increíblemente extraña. En su perihelio, el punto de máximo acercamiento al Sol, se encontraba a 80 unidades astronómicas. Ni siquiera Sedna estaba tan lejos. Aquello que vimos en 2003 con este objeto no era una anécdota. Algo extraño estaba ocurriendo en las afueras del Sistema Solar.

Ambos astrónomos continuaron estudiando el cinturón de Kuiper en búsqueda de respuestas. Pero no respondieron a ninguna pregunta. Solo aparecieron más. Porque el rastreo condujo al descubrimiento de que cuatro objetos transneptunianos más se estaban comportando de una forma extraña. Ya no solo era Sedna y el VP113. Eran seis cuerpos celestes moviéndose de forma extraña en unas órbitas muy prolongadas que no encajaban con los modelos.

Los seis objetos, además, tenían unas órbitas elípticas alineadas en el mismo plano y aproximadamente en la misma dirección. Ejecutando las simulaciones más avanzadas, vieron que la probabilidad de que esto fuera azar era del 0,007%. Fue así como tuvimos que aceptar que algo masivo estaba atrayendo a estos objetos. Algo estaba perturbando su órbita. Y solo un planeta podía tener el suficiente poder gravitacional para hacerlo.

Así que cuando el 26 de marzo de 2014, Scott Sheppard y Chad Trujillo publicaron los resultados, la comunidad astronómica internacional se paralizó. Estábamos a las puertas de un descubrimiento que lo iba a cambiar todo. Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y se empezó a hablar de la existencia del que fue denominado como Planeta Nueve.

Mike Brown, astrónomo estadounidense y profesor del observatorio astronómico en el Instituto Tecnológico de California (y uno de los que hizo que Plutón dejara de ser considerado un planeta), se negaba a aceptar lo que tanta gente estaba dando por hecho. Considerando ridícula la hipótesis de que más allá de Neptuno hubiera un planeta gigante que había permanecido siempre oculto, quiso refutar la teoría del planeta 9.

Así, a través de un software de simulación muy potente, introdujo en el Sistema Solar un noveno mundo en la región donde, a priori, debía encontrarse. Convencido de que vería que las órbitas de los objetos transneptunianos que estimularon la aparición de la hipótesis no encajaba, cuando el programa finalizó y vio los resultados, se quedó sin aire. La simulación dio una correlación del 99,99%. Era casi una certeza que ese mundo estaba ahí.

Y en enero de 2016, el propio Mike Brown, junto a Konstantin Batygin, astrónomo estadounidense y profesor de Ciencias Planetarias en Caltech, publicaron, en The Astronomical Journal, un artículo bajo el nombre de Evidence for a Distant Giant Planet in the Solar System, donde aportaban todos los datos a favor de la existencia del Planeta Nueve. Y desde entonces, estamos en búsqueda de este mundo. Por ahora, gran parte es especulación. Pero todos los escenarios son increíbles.

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Mike Brown.

Planet Fiction: ¿cómo es (quizás) el Planeta IX?

Son muchas las películas de ciencia ficción donde hemos visto mundos increíbles que parecían parajes donde las leyes de la física iban en contra de toda lógica. Pero, ¿y si hubiera un planeta así en nuestro propio Sistema Solar? Cansados ya y teniendo muy vistos a Mercurio, Venus, sobre todo la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, desde 2016 estamos bastante seguros (no del todo, claro) de que hay un noveno planeta en las afueras de nuestro hogar en el Universo. Y aunque todo sean teorías, estas están fundamentadas en la ciencia.

El hipotético Planeta Nueve sería un mundo 5.000 veces más grande que Plutón y entre 5 y 10 veces la masa de la Tierra. Sería el noveno planeta del Sistema Solar, orbitando alrededor del Sol en los confines más alejados de dicho sistema. Y decir que “está en las afueras”, se queda corto. En su punto más cercano al Sol, se encontraría a unos 30.000 millones de km de él, más de seis veces la órbita de Neptuno, el cual está a 4.500 millones de km de la estrella y la luz solar ya tarda cuatro horas en llegar a él.

Pero es que en su punto más alejado del Sol, el Planeta Nueve se encontraría a una distancia de 180.000 millones de km, 1.200 veces la distancia entre la Tierra y el Sol. No es de extrañar que se estime que, mientras que Neptuno tarda 165 años en completar una vuelta alrededor del Sol, este Planeta Nueve tardaría entre 11.000 y 20.000 años.

Y a pesar de que a primera vista parezca todo muy extraño (que lo es), la evidencia a su favor es inmensa. Ya no solo es que las simulaciones demuestran cómo su gravedad afectaría del modo como lo observamos a la órbita de los objetos transneptunianos, sino que, además, se trata de una Súper Tierra. El tipo de planeta más común en el Universo. Y es que de todos los exoplanetas descubiertos por Kepler a través de tránsito, el 30% son supertierras, es decir, planetas con una masa entre una y diez veces la de la Tierra.

En el Sistema Solar no hay ninguna supertierra. Pasamos directamente de planetas con masas inferiores, como Mercurio, Venus y Marte, a las 17 masas terrestres de Neptuno. Realmente, lo que era extraño, al menos a nivel estadístico, es que no hubiera una supertierra en el Sistema Solar. Y quizás, con este Planeta Nueve, hemos dado con ella. La supertierra que nos faltaba.

Pero, ¿cómo sería este planeta? Bueno, hay que tener en cuenta que no lo hemos descubierto, así que más allá de datos que nos ofrecen las simulaciones en lo que a tamaño, masa y órbita se refiere, todo son especulaciones. Pero a día de hoy, se barajan tres opciones. Que sea una versión gigante de la Tierra, que sea un coloso helado o que sea un planeta gaseoso. Analicemos las tres situaciones.

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La Roca: ¿es el Planeta Nueve una Tierra gigante?

La primera opción que se contempla es la de que el Planeta Nueve sea una versión gigante de la Tierra. Así, debemos imaginar un mundo rocoso con los mismos materiales que nuestro planeta pero diez veces su tamaño. Esta enorme masa haría que tuviera una intensa actividad geológica interna, por lo que sería un extraño mundo volcánico.

Un planeta que, pese a estar tan increíblemente lejos del Sol, tuviera mucha energía en sus entrañas, dando así lugar a un pareja inhóspito, un mundo caótico de fuego y hielo donde todo aquello que alcanzara tu vista estaría cubierto de volcanes en constante actividad. Las erupciones volcánicas ocurrirían sin cesar y, por las increíblemente bajas temperaturas, la lava se congelaría al instante.

Así, toda su superficie sería de un material similar a la obsidiana, un vidrio volcánico que cubriría todo el planeta. Un mundo que parecería sacado de la ciencia ficción y que, desde el espacio, se vería como un planeta perdido en la inmensidad del vacío iluminado solo por la tenue luz del lejano Sol, por el centelleo de las estrellas de la galaxia y por el color rojizo de su actividad volcánica.

Pero hay un problema con esta teoría. Y es que todas las supertierras que hemos descubierto en la galaxia se formaron y se encuentran cerca de sus estrellas. Además, incluso suponiendo el poco probable escenario en el que migró desde el interior hasta las afueras, nos topamos también con el problema de que el Sistema Solar primigenio no parece que tuviera la suficiente masa como para formar un mundo tan gigante de naturaleza rocosa. Así que la teoría de que el Planeta Nueve es una bola de roca inmensa es poco probable.

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Hielo a quemarropa: ¿es el Planeta Nueve un Plutón gigante?

La segunda opción que se contempla es la de que el Planeta Nueve sea una versión gigante de Plutón. Así, debemos imaginar un mundo que no es rocoso como la Tierra, sino una inmensa bola de hielo. Tendríamos un planeta miles de veces más grande que Plutón que seguiría teniendo una masa de hasta seis veces la de la Tierra, por lo que tendría, en sus entrañas, una intensa actividad geológica que impediría que fuera un lugar tan fría como a primera impresión podemos imaginarlo.

Su superficie estaría cubierta de una especie de volcanes que, en lugar de lava, escupirían hielo, constituyendo así un paraje lleno de un agua helada más dura que la propia roca. Una superficie que, sufriendo el constante bombardeo de vientos estelares y rayos cósmicos, alteraría lo suficiente su química como para que todo el planeta adquiriera un color rojizo.

Y bajo esta superficie helada, un océano increíblemente frío que podría ser el mayor depósito de agua líquida de todo el Sistema Solar. Y aunque esté tan lejos del Sol, en este océano o en aquellos de sus posibles lunas, al tener tanta energía geológica interna por su gran tamaño, sería incluso posible que se desarrollara la vida, pues los seres vivos de la Tierra nos demuestran que, por muy extremas que sean las condiciones, siempre que haya calor y energía, la vida encuentra un camino.

De todos modos, nos volvemos a encontrar con un problema. Y es que, por su masa, no parece haberse formado en las regiones más inhóspitas del sistema solar, aquella en la que nos encontramos los cuerpos de hielo como Neptuno o Plutón. Lo más probable, pues, es que este planeta se formara no en las cercanías del Sol ni en los confines del Sistema Solar, sino en su región media. La de los planetas gaseosos. Y es así como llegamos a la opción más posible.

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El jinete pálido: ¿es el Planeta Nueve un mundo gaseoso?

La tercera (y más probable) opción que se contempla es la de que el Planeta Nueve sea un mundo gaseoso. Algo así como una versión a pequeña escala de Neptuno, pues este tiene una masa equivalente a 17 masas terrestres, mientras que este hipotético mundo tendría, como mucho, 10 masas terrestres. Pero precisamente por esta masa y por la región en la que se encuentra, la opción de que sea un planeta gaseoso es la más posible.

Así, estaríamos ante un mundo sin una superficie sólida. Todo él estaría compuesto por una gruesa atmósfera que desciende decenas de miles de kilómetros hacia su interior y hasta su núcleo. Pero a diferencia de los otros planetas gaseosos, donde las moléculas más pesadas permanecen en la atmósfera para dar así su coloración, como en el caso de Neptuno, que es azul por el metano, las temperaturas tan increíblemente frías harían que todas estas sustancias químicas precipitaran hacia sus entrañas, dejando en suspensión solo las más livianas como el hidrógeno o el helio.

Así, tendríamos una atmósfera transparente que permitiría ver el interior del planeta y las tormentas eléctricas que tienen lugar en sus profundidades. Esto, junto a las tenues luces en sus polos generadas por los vientos solares de las estrellas, convertiría a este mundo en un paraje que parecería sacado de una novela de ficción. Un ente bioluminiscente en la oscuridad del espacio.

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El origen del Planeta Nueve: ¿de dónde viene?

Era el año 2011. Un equipo de astrónomos realiza un estudio acerca del origen y evolución del Sistema Solar a través de simulaciones con superordenadores. Para su asombro, para que los modelos funcionaran, había que añadir un quinto planeta gigante. No bastaba con Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Para que la simulación diera unos resultados que encajaran con las observaciones, necesitábamos otro planeta.

El modelo predecía que, en los orígenes del Sistema Solar, en la región media, se formó un mundo gaseoso que, al ser de menor masa que los cuatro conocidos, fue expulsado por la gravedad de Júpiter, desterrado a los confines del Sistema Solar. Pero, siendo 2011, cinco años antes de que se publicaran las evidencias a favor de la existencia del Planeta Nueve, consideraron que simplemente había habido algún fallo en los cálculos.

Pero en 2016 rescatamos este estudio para ofrecer una hipótesis de su origen. Y es que como predecía el modelo, era probable que el Planeta Nueva, en sus primeras etapas de vida, se encontrara junto a los ocho planetas, ocupando la región media del Sistema Solar. Pero, en una lucha desequilibrada contra la gravedad de Júpiter, el planeta más grande del Sistema Solar, fue expulsado hacia sus confines.

A la deriva y en dirección al espacio interestelar, donde hubiera sido condenado a vagar sin rumbo por toda la eternidad en medio de la inmensidad del vacío, se aferró con las puntas de los dedos a la gravedad del Sol, quedando desterrado a los confines del Sistema Solar pero todavía unido a él.

Pero hay otra opción. Que venga de fuera. También es posible que el Planeta Nueve no se formara en nuestro Sistema Solar, sino que se trate de un mundo alienígena que arrebatamos a otra estrella. Y, por muy extraño que parezca, es, seguramente, la opción más probable.

A a día de hoy estamos muy solos en el Universo, con Próxima Centauri siendo la estrella más cercana al Sistema Solar y estando ubicada a más de 4 años luz de distancia de nosotros. Pero esto no siempre fue así. Hace 4.600 millones de años, el Sol nació en una nebulosa junto a otras muchas estrellas, dando lugar así a un cúmulo estelar mucho más abarrotado.

Y en esta especie de guardería estelar, con el Sol muy cerca de otras estrellas y con los planetas en su etapa de formación, es probable que la atracción gravitatoria de nuestro Sol robara el Planeta Nueve a otra estrella vecina. Esto explicaría el porqué de su órbita tan extraña y su lejanía al Sol. Este mundo estaría en nuestro hogar porque el Sol lo secuestró. Se lo arrebató a su estrella madre.

Para determinar si su origen se encuentra en nuestro Sistema Solar o en otra estrella de la galaxia, deberíamos enviar una sonda a recoger muestras. Pero para ello, además de que esta tardaría décadas en llegar, primero debemos encontrarlo. Y aunque el propio Mike Brown, quien en primera instancia quiso refutar su existencia pero que acabaría convirtiéndose en el rostro de su búsqueda, estrechara la zona de búsqueda, sigue siendo una gran franja. Hay una gran parte del cielo en la que puede encontrarse. Y, además, está muy lejos. Increíblemente lejos.

Sabemos, por los modelos predictivos, que actualmente debería encontrarse cerca de la constelación de Orión, pero sigue siendo como encontrar una aguja en un pajar. Porque aunque sea un planeta grande, no deja de ser un pequeño mundo a miles de millones de kilómetros de distancia que no emite luz.

Nuestra principal esperanza es el Telescopio Subaru, el telescopio más importante del Observatorio Astronómico Nacional de Japón, localizado en Hawái. Este telescopio de infrarrojos es capaz de captar tenues señales de calor en comparación con el frío espacio profundo. Y el Planeta Nueve, aunque sea muy frío, no será tan frío como el vacío. Así que la pequeña diferencia de temperatura que haya debería ser suficiente para verlo.

El problema es dar con él. Solo es cuestión de suerte y de tiempo. Las predicciones hablan de menos de diez años hasta que lo encontremos. Pero lo cierto es que su descubrimiento podría llegar en cualquier momento. Hasta entonces, solo podemos esperar. Esperar a que demos con el hallazgo que nos haga reescribir los libros de astronomía. Tardemos más o tardemos menos en encontrarlo, el Planeta Nueve ya nos ha demostrado algo. No hace falta irnos a los confines del Universo. Muchos de los grandes misterios del Cosmos siguen aquí. En nuestra casa.

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