Las 5 diferencias entre antígeno y anticuerpo

Los antígenos y los anticuerpos son los principales protagonistas de la respuesta inmunitaria. Y pese a la confusión existente entre su relación, se trata de dos conceptos totalmente distintos. Analicemos sus diferencias.

Diferencias antígeno anticuerpo

Por desgracia, la pandemia de COVID-19 nos ha mostrado que estamos a merced del poder que el mundo microscópico puede ejercer sobre la humanidad. Y es que los patógenos, en este caso un coronavirus, si se dan las condiciones necesarias, pueden causar verdaderos estragos. Especialmente si no tenemos inmunidad contra ellos.

Y es que a todas horas y en cualquier rincón en el que nos encontremos, estamos sufriendo el ataque de millones de seres microscópicos diseñados única y exclusivamente para infectar alguna región de nuestro cuerpo. Pero entonces, ¿por qué no enfermamos más?

Básicamente, porque disponemos de una de las máquinas más perfectas (que sigue sin serlo, evidentemente) de la naturaleza: el sistema inmunitario. El conjunto de órganos, tejidos y células especializado en reconocer patógenos ajenos al cuerpo y neutralizarlos. Nuestro sistema inmune, la defensa natural del organismo, detecta gérmenes y los mata. Cuando puede.

Y es aquí cuando debemos hablar de los dos grandes protagonistas de la respuesta inmunitaria. Dos conceptos que se han hecho famosos, de nuevo, por la pandemia que, a fecha que se escribe este artículo, estamos viviendo. Los antígenos y los anticuerpos. Todo el mundo habla de ellos, pero, ¿sabemos realmente en qué se diferencian? Si la respuesta es negativa, no te preocupes. En el artículo de hoy exploraremos las principales diferencias, de forma clara y concisa, entre los antígenos y los anticuerpos.

¿Qué son los antígenos? ¿Y los anticuerpos?

Antes de presentar las principales diferencias entre ambos conceptos en forma de puntos clave, es interesante (y a la vez importante) entender exactamente qué es un antígeno y un anticuerpo. Y es que poniéndonos en contexto, será mucho más fácil comprender por qué están tan relacionados pero son tan distintos.

Antígeno: ¿qué es?

Un antígeno es cualquier sustancia que puede ser reconocida por los receptores del sistema inmune adaptativo, también conocido como inmunidad específica, aquella con la que no nacemos pero que la empezamos a desarrollar desde el primer contacto con el medio y, consecuentemente, con dichos antígenos.

En otras palabras, los antígenos son todas aquellas sustancias químicas que proceden del ambiente (aunque también se pueden formar dentro del cuerpo, como las células cancerosas, pero quedémonos con lo anterior), viniendo de productos químicos, de bacterias, de virus, de toxinas o, por ejemplo, del polen. Toda aquella molécula extraña para el cuerpo y que despierte los mecanismos de la inmunidad adaptativa es un antígeno.

Tradicionalmente se definía al antígeno como aquella molécula que se une específicamente a un anticuerpo concreto (que luego los definiremos), pero esto, pese a ser correcto, está un poco desfasado. En cambio, a día de hoy, se define a los antígenos como las sustancias o fragmentos de moléculas que, siendo generalmente de naturaleza proteica, pueden ser reconocidos por los receptores antigénicos de los linfocitos B y T, los glóbulos blancos clave en la inmunidad específica.

Pero, ¿por qué son tan importantes los antígenos en el campo de la Inmunología? Lo entenderemos mejor con un ejemplo. Una bacteria patogénica tiene, en su superficie celular, unas moléculas que le son propias. Y estas proteínas presentes en la membrana son, pues, los antígenos.

Y los linfocitos, que no pueden reconocer al patógeno en su plenitud, tienen que enfocarse en dichos antígenos. El sistema inmunitario está diseñado para detectar antígenos, que son las sustancias que realmente nos dan información sobre “quién” nos está atacando. Y los glóbulos blancos, que están constantemente patrullando la sangre, en cuanto detectan un antígeno extraño, disparan la respuesta inmune.

Si es la primera vez que reconoce ese antígeno concreto, estará “a ciegas” y tendrá que estudiarlo. Perdiendo así un tiempo que hará que, en muchas ocasiones, el patógeno tenga tiempo para hacernos enfermar. Esto es lo que ha ocurrido con el COVID-19. Ningún sistema inmune humano reconocía sus antígenos. Todos estábamos a ciegas.

Pero si ya lo había detectado en el pasado y tenía su información “almacenada en los archivos” (o después de estudiarlo en este primer ataque), los linfocitos realizarán la segunda gran etapa de la respuesta inmune: la producción de los anticuerpos. Cabe destacar que *los “principios activos” de las vacunas son estos antígenos, pues despiertan la inmunidad frente a un patógeno sin que sea necesaria una verdadera exposición al germen en sí. Del mismo modo, los famosos tests de antígeno detectan la presencia de estos antígenos en el cuerpo para así diagnosticar (o no) una infección determinada.

Antígeno

Anticuerpo: ¿qué es?

Un anticuerpo es una proteína de tipo inmunoglobulina sintetizada por los linfocitos del sistema inmunitario como respuesta a la presencia de un antígeno, el cual, como hemos visto, es la sustancia que provoca dicha reacción inmune. Cada anticuerpo está diseñado específicamente para unirse a un antígeno concreto y para ayudar a destruir a la sustancia portadora de dicho antígeno.

Entrando más en profundidad, los anticuerpos son glucoproteínas de tipo gamma globulina producidas por los linfocitos B, un tipo de células inmunes originadas en la médula ósea que actúan como fábricas de estos anticuerpos cuando detectan al antígeno en cuestión.

Y estos anticuerpos funcionarán como “mensajeros” para avisar al resto de células del sistema inmunitario de que en el cuerpo hay una amenaza que debe ser neutralizada, momento en el que llegarán, por ejemplo, los linfocitos T CD8+, los cuales encuentran el anticuerpo que está señalizando al antígeno y destruyen al patógeno (o la toxina) portador de dicho antígeno.

En este sentido, los anticuerpos son moléculas proteicas sintetizadas por nuestro propio cuerpo que son específicas de un antígeno específico. De hecho, son los antagonistas de estos antígenos, pues se juntan específicamente a ellos (ya que se han fabricado “a la carta” para que así sea) y alertan a las células inmunes que destruyen a los patógenos para que la respuesta sea lo suficientemente rápida y efectiva como para que el patógeno no tenga tiempo de hacernos enfermar.

Es decir, el famoso “tener inmunidad” frente a un germen es sinónimo de tener anticuerpos contra los antígenos de dicho germen. La inmunidad se basa en la síntesis y la posibilidad de producir en masa unos anticuerpos específicos de un antígeno determinado. A partir de la segunda (o primera, si nos hemos vacunado) exposición a un patógeno, el cuerpo recordará cuál es el antígeno, buscará entre sus archivos y fabricará los anticuerpos necesarios para conseguir una neutralización veloz y eficaz de la amenaza.

Anticuerpo

¿En qué se diferencian los anticuerpos de los antígenos?

Tras definir individualmente ambos términos, seguro que las diferencias (y la relación) entre ellos han quedado más que claras. Aun así, por si necesitas o quieres tener la información de manera más visual, hemos preparado la siguiente selección de las diferencias entre anticuerpo y antígeno en forma de puntos clave.

1. Los antígenos vienen del exterior; los anticuerpos son fabricados por el cuerpo

La diferencia más importante. Como hemos visto, los antígenos son sustancias extrañas para el organismo que proceden del exterior, siendo generalmente moléculas o fragmentos moleculares presentes en la superficie celular de bacterias o en virus, al mismo tiempo que pueden ser toxinas o moléculas que representan una amenaza para el organismo. Por tanto, pese a que es cierto que pueden surgir también en el interior (como los antígenos de las células cancerosas), los antígenos son, por regla general, algo ajeno al cuerpo.

En el lado totalmente opuesto tenemos a los anticuerpos. Y es que no solo es que no vengan jamás del exterior (con excepción de las terapias con anticuerpos monoclonales donde se introducen en el organismo para combatir enfermedades concretas en pacientes que necesitan esta ayuda externa), sino que es el propio sistema inmune el que, ante la presencia de un antígeno concreto, los fabrica en masa.

2. Los anticuerpos se diseñan para neutralizar a los antígenos

Como hemos dicho, los anticuerpos son los antagonistas de los antígenos. Y es que los linfocitos B los producen a la medida de un antígeno específico para que estos tengan una afinidad química suficiente para unirse a ellos y, tras quedar anclados, alertar al resto de células inmunes que se desplazarán al lugar para así actuar y neutralizar al antígeno, destruyendo también al patógeno portador de dicho antígeno.

En otras palabras, los anticuerpos se diseñan a la carta para unirse específicamente a un antígeno muy concreto. De este modo, en una primera exposición, se genera la inmunidad suficiente para que, en una segunda (y posteriores) exposición, se pueda “buscar entre los archivos” para así producirlos en masa y neutralizar al germen rápidamente antes de que nos haga enfermar.

Antígeno anticuerpo

3. Los anticuerpos son siempre proteínas; los antígenos, no siempre

Los anticuerpos siempre son glucoproteínas (una molécula compuesta por una proteína unida a uno o varios glúcidos) de tipo gamma (recibe este nombre por el modo en que se separan las proteínas durante una electroforesis) globulina (tienen una estructura globular). Es decir, son siempre inmunoglobulinas de naturaleza proteica.

En cambio, los antígenos, si bien generalmente son de naturaleza proteica, también pueden ser no serlo. Hay antígenos que, a nivel molecular, son polisacáridos, lípidos (ácidos grasos) o ácidos nucleicos (DNA o RNA). Por tanto, el sistema inmune es capaz de detectar antígenos muy diferentes, pero siempre produce unos anticuerpos que consisten en glucoproteínas de tipo gamma globulina.

4. Los antígenos se relacionan con una infección; los anticuerpos, con la inmunidad

Los tests de antígenos son precisamente de antígenos porque estas sustancias son sinónimo de infección. Si en nuestro cuerpo hay presencia de estos antígenos es porque hemos sufrido el ataque de un organismo portador de estos antígenos. En una persona sana, no detectaremos antígenos. Por tanto, los antígenos están relacionados siempre con una infección.

En cambio, los anticuerpos, si bien también se relacionan con una infección ya que es cuando deben producirse en masa para neutralizarla antes de que nos provoque una enfermedad, están presentes en personas sanas, pues son sinónimo de inmunidad. Si tenemos anticuerpos quiere decir que tenemos inmunidad contra un antígeno al que hemos sido expuestos en el pasado, tanto de forma natural por una infección como a través de una vacuna, las cuales, como ya hemos dicho, basan su principio activo en la presencia de antígenos que disparan una reacción inmune sin la presencia del germen para el que transfiere inmunidad.

Inmunidad

5. Las vacunas contienen antígenos, no anticuerpos

Y en relación con lo que comentamos, llegamos a la última diferencia. Y es que las vacunas no contienen anticuerpos. Es decir, no nos dan inmunidad directamente. En cambio, lo que hacen es introducirnos unos antígenos (su naturaleza dependerá del tipo de vacuna en cuestión) que, una vez en nuestro cuerpo, será reconocido por los linfocitos.

El sistema inmune, que, como hemos dicho, solo reconoce antígenos, creerá que está ante una infección real. Es por este motivo que, si bien no hay riesgo de enfermar ya que la vacuna no contiene al germen (o este está atenuado o directamente muerto), sino solo sustancias que funcionarán como antígenos, pueden surgir efectos como fiebre, inflamación o dolor de cabeza, todo ello señal de que el sistema inmunitario está reaccionando eficazmente como si de una infección real se tratara. Gracias a las vacunas desarrollamos anticuerpos (y, por tanto, inmunidad) frente a un germen sin necesidad de pasar por una verdadera exposición al mismo.

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