Los 8 tipos de vacunas (y para qué sirven)

Dependiendo de los procesos que se siguen para obtenerlas y de cómo se presenta el antígeno que dispara las reacciones de inmunidad, las vacunas pueden ser de diferentes tipos. Veámoslos.

Tipos de vacunas

Las vacunas son la mejor estrategia de prevención que, a día de hoy, disponemos para evitar sufrir enfermedades graves y para conseguir la práctica desaparición de algunos de los patógenos que más estragos han causado a lo largo de nuestra historia.

Y es que las vacunas, gracias a una serie de sustancias que, por cierto, son totalmente seguras para la salud humana a pesar de los intentos de distintos colectivos por hacer creer lo contrario, hacen que nuestro sistema inmune se vuelva inmune, es decir, resistente, a todo tipo de enfermedades infecciosas sin tener que pasar antes por esta enfermedad.

Sin estos fármacos, estamos totalmente “desnudos” frente al ataque de bacterias y virus. Después de muchos años de investigación, disponemos de muchas vacunas distintas que nos protegen de algunas patologías muy contagiosas y/o graves. Y el estudio y descubrimiento de estas continúa, habiendo desarrollado en los últimos años tecnologías muy avanzadas en este campo.

Por ello, en el artículo de hoy haremos un repaso de cuáles son las principales técnicas usadas para obtener vacunas, tanto las más “tradicionales” como las más vanguardistas, detallando también ejemplos de cada una de ellas.

¿Qué es una vacuna?

A grandes rasgos, una vacuna es un fármaco líquido que se administra por vía intravenosa, es decir, a través de una inyección directa en el torrente sanguíneo. Una vez ya fluye por el sistema circulatorio, los componentes de las vacunas empiezan a desarrollar su función, que en este caso no es otra que disparar las reacciones de inmunidad para hacernos resistentes a la enfermedad contra la que está diseñada para protegernos.

Esto es posible gracias a que las vacunas, además de sustancias que estimulan el sistema inmune, le dan la consistencia necesaria, evitan que se estropee, le dan estabilidad, etc, tienen “trozos” más o menos complejos (lo analizaremos más adelante) de una bacteria o virus determinado. Y estos “trozos”, en el campo de la inmunología, se llaman antígenos.

El antígeno sería algo así como el principio activo de la vacuna, es decir, el componente que realmente permite que la vacuna sea útil. Los antígenos son moléculas, generalmente proteicas, que están presentes en la superficie celular de cualquier célula y que son muy específicos de la especie.

Y las bacterias y los virus patógenos no son una excepción. Ellos también tienen en su membrana o cápsula, respectivamente, unas proteínas que les son propias. Los antígenos, pues, son su “huella dactilar”. Por ello, lo que detecta el sistema inmune cuando estamos siendo atacados son estos antígenos, pues ahí tiene la información de “quién” exactamente nos está atacando.

Y gracias a las vacunas, el sistema inmune memoriza cómo es ese antígeno para que, cuando llegue el patógeno real dispuesto a infectar, rápidamente reconozca el antígeno y actúe mucho más deprisa, eliminándolo sin que tenga tiempo para infectarnos. En este momento decimos que somos inmunes.

¿Qué hacen las vacunas en nuestro organismo?

Cuando las vacunas fluyen por nuestra sangre, el sistema inmune inmediatamente ve que algo extraño está sucediendo, ya que se da cuenta de que ha entrado en el cuerpo un antígeno que no conocía. Y, por lo tanto, empieza los procesos propios de cuando sufrimos una infección.

Las células inmunitarias se desplazan rápidamente hacia el antígeno y empiezan a “analizarlo”. Y como realmente cree que es un patógeno real, a menudo se disparan algunas reacciones como unas décimas de fiebre, dolor de cabeza, enrojecimiento… Pero esto no es porque la vacuna nos esté haciendo daño, sino porque el sistema inmunitario está actuando como si hubiera una infección real. Por ello, a veces se pasa por una versión “light” de la enfermedad.

Cuando las células inmunes han analizado la estructura de este antígeno sin que, evidentemente, en ningún momento hubiera riesgo de enfermar, otras células específicas del sistema inmunitario empiezan la fase clave para poder decir que somos inmunes: fabricar anticuerpos.

Los anticuerpos son unas moléculas sintetizadas por algunas células inmunes que, de algún modo, son los antagonistas a los antígenos. Estos anticuerpos los diseña nuestro cuerpo teniendo en cuenta cómo es el antígeno que acaba de entrar en nuestro cuerpo, es decir, se fabrica en función de cómo sea el patógeno para que “encaje” con él.

Y encajar significa que, en cuanto llegue el patógeno real dispuesto a infectarnos y las células inmunes vuelvan a toparse con ese antígeno, avisarán inmediatamente a las células productoras de anticuerpos para que “busquen entre sus archivos” y empiecen a producir en masa el anticuerpo específico para ese antígeno.

Una vez lo hayan hecho, los anticuerpos se desplazarán a la zona de la infección y se unirán al antígeno. Una vez se han unido, las otras células inmunes que matan a los gérmenes lo tendrán mucho más sencillo para localizar a la bacteria o virus y lo eliminarán antes de que este tenga tiempo de causarnos la enfermedad. En esto consiste la inmunidad que nos despiertan las vacunas.

¿Cuáles son los principales tipos de vacunas?

Dependiendo de cómo es el antígeno que contienen, de los procesos utilizados para obtenerlas y del tipo de patógeno contra el que nos protegen, las vacunas pueden ser de distintos tipos. A continuación veremos cada uno de ellos, tanto los tipos más “tradicionales” como las más novedosos, viendo también ejemplos.

1. Bacterias fraccionadas

Para las bacterias patógenas, salvo unas excepciones, el proceso de obtención es siempre el mismo. El concepto de “fraccionadas” hace referencia a que, en la vacuna, de la bacteria solo queda el antígeno. Es decir, las bacterias han pasado por un proceso de fragmentación en el que solo se han recogido las proteínas de membrana.

Con esto ya es suficiente para que se disparen las reacciones de inmunización y, además, como solo hay estas proteínas (sin ninguna capacidad patogénica), no hay ningún riesgo de que enfermemos por su inoculación. Ejemplos de este tipo de vacuna son las que se obtienen para inmunizar contra la tos ferina, el HIB o el neumococo.

2. Virus fraccionados

Este tipo de vacuna se basa en el mismo principio que el anterior pero, en este caso, para los virus. En la vacuna solo hay el antígeno específico de una especie de virus concreto. Es la elección predilecta, aunque no siempre es posible conseguir una vacuna funcional de este modo, por lo que, como veremos, hay otras vacunas para los virus. Sea como sea, este tipo de vacuna no tiene riesgo de que se pase por alguna forma de la enfermedad y es la que se usa para el Virus del Papiloma Humano (VPH) y la hepatitis B.

3. Virus “vivos” atenuados

Decimos “vivos” porque, técnicamente, los virus no son seres vivos. Sea como sea, este tipo de vacuna se basa en que en el líquido se encuentra el virus “entero”, es decir, en el cuerpo no solo se introduce el antígeno, sino la estructura completa del patógeno. De todos, evidentemente ha pasado por manipulaciones genéticas para suprimir todos los procesos patogénicos y que no haya riesgo de enfermar.

Dicho de otra manera, hemos conseguido que el virus, pese a seguir vivo a su manera, sea “pacífico”. Sí que pueden aparecer algunos síntomas ligeros ya que el sistema inmune cree que es el virus real, pero no hay riesgo de que haya problemas graves. Las vacunas contra la gripe, la varicela, el sarampión o las paperas son de este tipo.

4. Virus “muertos”

De nuevo, decimos “muertos” porque en realidad nunca han estado vivos. Sea como sea, este tipo de vacuna se basa en que, a pesar de que el virus introducido esté “entero”, no es que lo hayamos hecho más débil, sino que directamente está inactivo. Es decir, lo hemos “matado”. Las vacunas contra la rabia, la poliomielitis, la hepatitis A y algunas de la gripe son de este tipo.

5. Vacunas de toxoides

Hay enfermedades como la difteria o el tétanos que no la sufrimos por una infección bacteriana en sí, sino por las toxinas que estas bacterias producen. Por ello, para protegernos frente a estas patologías, es más rentable buscar que el cuerpo se vuelva inmune a estas toxinas que a las bacterias. Por ello, las vacunas de toxoides contienen la toxina, que está inactivada gracias a distintos tratamientos químicos. De este modo, el cuerpo puede diseñar anticuerpos para detectar y atacar a la toxina en caso de que llegue una intoxicación real. Las vacunas contra el tétanos y la difteria son de este tipo.

6. Vacunas combinadas

El término de “vacuna combinada” hace referencia básicamente a que en la vacuna hay varios antígenos de distintos patógenos, que son introducidos a la vez. Cuando es posible hacerlo, es una de las mejores elecciones, ya que se obtiene la misma inmunidad con menos inyecciones y representa un importante ahorro para la sanidad. La triple vírica (que protege simultáneamente frente al sarampión, la rubéola y la parotiditis) y la DTaP (que protege frente a la difteria, la tos ferina y el tétanos) son ejemplos de este tipo.

7. Vacunas recombinantes

Las vacunas recombinantes, junto a las de ADN que veremos a continuación, son las más vanguardistas. Y es que las vacunas recombinantes son aquellas que se obtienen gracias a la ingeniería genética, que permite obtener patógenos “a la carta”. Consiste en generar microorganismos en un laboratorio cogiendo “partes” de patógenos contra los que queremos proteger.

Esta elección de genes permite que, a diferencia de las anteriores y más tradicionales, el riesgo de que se pase por la enfermedad es del 0%. Los datos son muy esperanzadores, y es que se está trabajando en obtener vacunas para enfermedades como el Zika, el ébola, el chikungunya e incluso hay una vacuna recombinante que ha demostrado cierta eficacia contra el VIH. Sin duda, el futuro de las vacunas va por este camino.

8. Vacunas de ADN

De desarrollo muy reciente, las de ADN han revolucionado el concepto de vacuna. Y es que en estas, a pesar de que se encuentran todavía en fase de desarrollo ya que no está claro todavía si son inocuas para la salud humana, no se introduce un antígeno de un patógeno. Se introduce su material genético, es decir, su ADN. Con ello, se busca que, una vez, en nuestro interior, este ADN produzca proteínas y el sistema inmune desarrolle anticuerpos.

Dicho de otro modo, los antígenos se sintetizan en nuestro interior. Los resultados parecen indicar que la inmunidad obtenida es mucho más efectiva y, de poder empezar a comercializarse a gran escala, los costes de producción serían mucho menores. Junto con las anteriores, estas vacunas pueden revolucionar por completo la medicina, ya que permitirían que nos hiciéramos inmunes a enfermedades para las que, a día de hoy, todavía no tenemos vacuna.

Referencias bibliográficas

  • Dai, X., Xiong, Y., Li, N., Jian, C. (2019) “Vaccine Types”. IntechOpen.
  • Centers for Disease Control and Prevention. (2018) “Understanding How Vaccines Work”. CDC.
  • Álvarez García, F. (2015) “Características generales de las vacunas”. Pediatría General.
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