¿Cómo manejar crisis de ansiedad en niños? 7 recomendaciones

Las crisis de ansiedad son episodios muy angustiantes, especialmente cuando ocurren por primera vez. Cuando un hijo vive esta experiencia, es recomendable que los adultos sigan algunas pautas a la hora de actuar.

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A pesar de su mala prensa, la ansiedad es una respuesta con componentes cognitivos, fisiológicos y emocionales que nos permite afrontar situaciones altamente demandantes. En otras palabras, gracias a la ansiedad no es posible sobrevivir ante la adversidad. No obstante, es importante resaltar que esta respuesta debe aparecer con una intensidad moderada para que realmente sea efectiva.

Si nuestros niveles de ansiedad son demasiado bajos o excesivamente altos, nos será difícil responder adecuadamente a las demandas del entorno, ya sea porque nuestra activación es insuficiente o porque nuestra alteración es tan intensa que termina en colapso. Cuando la ansiedad se presenta de forma demasiado intensa o desajustada acorde a la situación, es posible que exista un trastorno de ansiedad. Aunque habitualmente se habla de ansiedad en relación a la población adulta, lo cierto es que los niños y adolescentes también pueden experimentar este tipo de problemas.

Más allá de la creencia popular de que la infancia es una época feliz y despreocupada, lo cierto es que los más pequeños también tienen miedos y preocupaciones válidos que no deben minimizarse. Así, cuando un niño sufre una o varias crisis de ansiedad, es importante que los adultos sepan cómo actuar de la manera correcta. En este artículo comentaremos algunas recomendaciones clave para manejar adecuadamente una crisis de ansiedad infantil.

¿Qué es la ansiedad infantil?

Antes de nada, es importante especificar qué entendemos por ansiedad. La ansiedad es una reacción compleja con un componente fisiológico, conductual y emocional, caracterizada por ser automática e incontrolable. Esta aparece ante determinadas situaciones que suscitan en el niño o adolescente inseguridad y miedo. Se trata de una respuesta muchas veces incomprensible a ojos de los demás, lo que hace que el menor afectado se sienta solo y poco apoyado.

La ansiedad no es per sé una respuesta negativa. En ocasiones, sentir ansiedad moderada es adaptativo, pues ello nos activa y ayuda a superar los retos que el entorno nos plantea (por ejemplo, un examen). Sin embargo, cuando un niño o adolescente experimenta niveles de ansiedad demasiado intensos o prolongados en el tiempo, esta respuesta deja de ser adaptativa debido al sufrimiento que genera. La forma en la que la ansiedad se manifiesta es variable dependiendo de cada niño o adolescente, aunque hay algunos indicadores bastante frecuentes:

A nivel fisiológico pueden producirse alteraciones en el apetito, ya sea porque este aumenta o disminuye. También pueden aparecer dificultades relacionadas con el sueño (insomnio de conciliación, despertares nocturnos, pesadillas…). Es igualmente común que se produzcan quejas somáticas, como dolores de cabeza o de barriga. En algunos casos pueden producirse regresiones evolutivas, como por ejemplo perder de nuevo el control de los esfínteres y tener enuresis.

A nivel conductual es común que aparezca rechazo a ir al colegio, evitación de actividades que antes se disfrutaban, baja tolerancia a los cambios en la rutina, berrinches… En algunos casos pueden aparecer conductas como tics o manías (morderse las uñas, colocar las cosas en cierto orden, tirarse del pelo…), que con frecuencia tienen una función autorreguladora.

A nivel emocional es común que exista irritabilidad, irascibilidad, preocupación constante acerca de todo tipo de cuestiones, tristeza y llanto, etc. Los síntomas de ansiedad pueden expresarse de manera diferente en función del momento evolutivo de cada niño. En los más pequeños, es más común que aparezcan conductas estridentes, actividad excesiva, problemas de separación de las figuras de apego o alteraciones del sueño. En cambio, a medida que se acerca la adolescencia aparecen síntomas de nerviosismo, tensión, rabia y conductas antisociales o desafiantes. El cuadro de ansiedad cobra una mayor complejidad, pues aparece la capacidad para describir el mundo interior y las experiencias subjetivas.

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Trastornos de ansiedad más comunes en la infancia

Existen distintos tipos de trastornos de ansiedad. A lo largo de la infancia es común que se produzcan los siguientes:

  • Trastorno de ansiedad por separación: Los niños que sufren este problema manifiestan reacciones de miedo desmedido cuando deben separarse de sus figuras de referencia, generalmente los padres. El niño rechaza hacer cualquier actividad que implique tomar esa distancia, como por ejemplo ir al colegio o a planes con los iguales.

  • Fobias específicas: En este caso el niño siente enorme ansiedad frente a una situación o estímulo en particular. Cuando este aparece, se manifiesta una respuesta de miedo exagerada que puede mermar el funcionamiento normal en el día a día. Algunos ejemplos son la fobia a la sangre, a las arañas, a las agujas, etc.

  • Mutismo selectivo: El niño restringe su expresión verbal a situaciones puntuales, en las que se encuentra con unas pocas personas de su confianza. Sin embargo, en el resto de situaciones sociales se muestra mudo y totalmente inhibido debido a la inseguridad que siente.

  • Trastorno por estrés postraumático: En este caso, el niño comienza a experimentar enorme miedo y ansiedad tras haber vivido una experiencia traumática o haber visto a un tercero sufrirla. Pueden aparecer pesadillas, retrocesos en los hitos evolutivos (enuresis, necesitar ayuda para hacer tareas cotidianas, dificultad para expresarse…), hiperactivación, irritabilidad, etc.

  • Trastorno de ansiedad generalizada: El menor muestra preocupación continua acerca de todo tipo de temas, algo que se produce de manera repetitiva hasta el punto de limitar su vida normal.

Manejar crisis de ansiedad en niños: 7 recomendaciones

Como vemos, la ansiedad se encuentra en la base de diferentes problemáticas psicológicas que afectan a la población infanto-juvenil. Habitualmente, los adultos ven saltar todas sus alarmas cuando el niño o adolescente experimenta lo que se conoce como una crisis de ansiedad. Cuando un hijo pasa por esta experiencia, tanto él como los adultos sufren y se asustan. La sintomatología fisiológica hace pensar que el pequeño puede estar padeciendo algún problema orgánico, lo que alimenta pensamientos negativos por los que el niño cree que va a morir o a perder el control.

Estas crisis de ansiedad pueden tener lugar en momentos de aparente calma, que no se vinculan con un suceso estresante en particular. En este punto, el niño o adolescente empieza a sentir un malestar repentino y muy intenso, durante el cual la frecuencia cardíaca se dispara, aparecen sudores fríos, temblores, dificultad para respirar, náuseas, etc. Este episodio suele durar alrededor de 10-15 minutos y, cuando al fin termina, puede aparecer en el niño un temor a revivir una situación parecida en el futuro.

Por eso, es común que tras la primera crisis se lleven a cabo conductas de evitación por las que se procura reducir la probabilidad de vivir un nuevo episodio. Aunque esto proporciona seguridad a corto plazo, lo cierto es que agrava más el problema a medio y largo plazo. Es importante que los adultos sepan cómo actuar ante una crisis de ansiedad infantil. A continuación, conoceremos las recomendaciones más importantes:

1. Ayuda a tu hijo a identificar sus síntomas

Una de las cosas que más angustian de las crisis de ansiedad es el desconocimiento acerca de lo que está pasando. Ante un episodio así, la persona puede confundir sus síntomas con un ataque al corazón o con el hecho de volverse loca. Por ello, es importante ayudar a los más pequeños a conocer bien sus señales corporales, ya que así vivirán el episodio de forma menos aterrorizante.

Puedes dibujar en un papel continuo la figura de su cuerpo con un rotulador y, utilizando ese dibujo, pedirle que indique los lugares en los que siente cosas cuando la crisis aparece. Puede ser que su corazón vaya a toda prisa o que su tripa le de vueltas. En cualquier caso, hacer un análisis de estos síntomas siempre hace las cosas algo más fáciles.

2. No sobre reacciones

Es natural que los adultos sientan angustia si ven a su hijo ponerse muy nervioso o agitado. Sin embargo, es importante que los mayores guarden la calma. De lo contrario, se favorecerá que el niño o adolescente se ponga aún más nervioso. Ver que tú mantienes la calma siempre ayudará a que la crisis se resuelva de mejor manera.

3. No minimices su sufrimiento

Tan importante como evitar reaccionar de forma excesiva es saber darle a las crisis de ansiedad la importancia que merecen. Aunque nadie muere por este tipo de episodios, el sufrimiento y la sensación subjetiva de pérdida de control producen un enorme malestar. Por ello, es crucial evitar expresiones invalidantes como : “tranquilízate”, “esto no es nada”... Pues no ayudan en absoluto. En su lugar, lo mejor es brindarle apoyo con expresiones como “Sé que estás sufriendo mucho y estás asustado/a, pero yo estoy aquí a tu lado para ayudarte a superar esto”

4. Enfatiza el carácter temporal de las crisis

Afortunadamente, las crisis de ansiedad tienen una duración limitada en el tiempo. En este sentido, es importante recordar al niño o adolescente que esa experiencia es temporal y llega pronto a su fin. Para ello se pueden utilizar metáforas como, por ejemplo, pensar que ese miedo intenso y desbordante que altera su cuerpo es como una nube que pasa por el cielo y acaba yéndose impulsada por el viento.

5. Recurre a las técnicas de relajación

En los casos en los que la ansiedad sea leve o moderada, es posible gestionar la activación mediante el uso de técnicas de relajación. Un primer paso importante es enseñar al niño a adolescente a realizar la respiración diafragmática. Esta permite tomar aire de manera profunda hasta el estómago, de forma que el ritmo respiratorio se ralentiza y evita que se produzca hiperventilación. Además, también es posible enseñar técnicas como los ejercicios de Koeppen, que permiten contraer y relajar diferentes grupos musculares de forma sencilla, utilizando metáforas de animales para hacerlo más comprensible.

Las técnicas de relajación son muy eficaces siempre y cuando se realicen de forma constante. Recurrir a ellas sólo cuando la crisis aparece es inútil. Lo ideal es que se empiecen realizando en los ratos de calma. Así, cuando llegue una nueva crisis será más sencillo poder manejarla. En el pico de la crisis, nunca está de más situarse a la altura del niño o adolescente y pedirle que respire junto a nosotros. Le podemos indicar que se centre solamente en nosotros y trate de respirar siguiendo el ritmo que marcamos.

6. Fomenta la distracción

En momentos de elevada activación, puede ser de ayuda recurrir a la distracción. El hecho de concentrarse únicamente en sus sensaciones físicas y pensamientos asociados puede dificultar aún más la crisis. Por eso, es recomendable realizar actividades que desvíen el foco de ahí. Por ejemplo, se puede crear un “rincón de la calma”. Este rincón puede contar con mantas y cojines blanditos, un reproductor de música relajante, papel y colores para pintar, peluches e incluso un bote de la calma (hecho con agua y purpurina) que pueda agitar para calmarse.

7. Trabaja junto a tu hijo el temor a un nuevo ataque de ansiedad

Como es natural, tras una crisis como esta los niños suelen vivir con gran temor a que esto se repita. Por ello, aparecen conductas de evitación por las que se toma distancia de situaciones y lugares en los que se cree que puede reaparecer la ansiedad. Sin embargo, evitar esta situación suele favorecer la ansiedad y la creencia de que ese entorno es sinónimo de peligro. Por ello, cada vez se hará más complicado el poder afrontarla.

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