Efecto Placebo: ¿qué es y por qué puede “curar”?

Un placebo es aquel tratamiento en el que, si el paciente está convencido de su utilidad, puede observarse una mejoría en la salud, aunque esta está debida a la acción psicológica que tiene la administración, y no a la farmacológica.

Efecto Placebo

La mente humana es increíble. Cuanto más avanzamos en su conocimiento e intentamos dar respuesta a los misterios que llevan asombrándonos ya desde las primeras civilizaciones, más nos damos cuenta del poder que tiene y de las cosas que es capaz de realizar.

Y no hablamos de desarrollar emociones complejas, resolver problemas, realizar operaciones matemáticas, analizar los sentimientos de los demás, captar estímulos del exterior o otras cosas increíbles que nuestro cerebro es capaz de hacer.

Hablamos de, incluso, alterar nuestro estado físico. Y es que el dolor, por ejemplo, es algo que nace en el cerebro y, por lo tanto, depende de cómo esté interpretando este lo que nos ocurre. Y ya en carácter más general, es la mente la que, en gran medida, determina nuestra salud no solo física, sino emocional.

Y de esto se deriva el hecho de que, al poder jugar con la mente, se pueda jugar con cómo procesamos lo que nos ocurre a nivel físico. Y en este sentido, el efecto placebo es uno de los fenómenos psicológicos más impresionantes. En el artículo de hoy hablaremos sobre cómo es posible que un tratamiento sin ninguna acción farmacológica o clínica pueda llegar a “curarnos”.

Mente y enfermedad: ¿cómo se relacionan?

Cuando estamos enfermos, suceden dos cosas clave: algo en nuestro cuerpo no funciona y nos damos cuenta de que algo falla. El primero de estos sucesos es totalmente objetivo. Es pura fisiología. Ya sea por un traumatismo, una infección, un crecimiento tumoral, un daño en los órganos internos o cualquier otra patología, desarrollamos una enfermedad.

Pero el punto clave es que, a la que enfermamos y aparecen las manifestaciones clínicas o síntomas, entra en juego el factor psicológico. Y esto ya es totalmente subjetivo. Somos conscientes de que estamos enfermos porque nuestra mente analiza lo que sucede a nivel físico pero sobre todo a nivel emocional, con el miedo, dudas, incertidumbre y expectativas de mejoría que podemos tener.

Y el poder de la mente es tal que, dependiendo de cómo sea nuestro estado emocional durante la enfermedad, experimentaremos esta patología de una forma muy concreta. Es un hecho científicamente demostrado que el estado anímico y las perspectivas que tenemos a nivel emocional es clave para determinar el pronóstico.

La mente lo controla todo. Absolutamente todo lo que ocurre en nuestro cuerpo es interpretado por el cerebro, el cual reacciona haciéndonos experimentar unas sensaciones u otras. Y en este sentido, los medicamentos curan no solo porque tienen acciones farmacológicas en nuestra fisiología que reparan los daños, sino porque nosotros estamos convencidos de que el “tomarlo” nos hará mejorar. Por lo tanto, lo que ayuda no solo es el efecto clínico del fármaco, sino el efecto psicológico de consumirlo.

Y aquí es donde entran en juego los placebos y el efecto que provocan, pues consisten en “curar” echando mano solo del efecto psicológico de consumir algo que crees que te va a ayudar, pero que no tendrá ninguna acción farmacológica real en tu organismo.

¿Qué es un placebo?

Existen muchas definiciones distintas. Sin embargo, una de las más aceptadas es la que considera un placebo como una sustancia (o tratamiento) sin ninguna acción biológica, es decir, que no tiene ninguna utilidad farmacológicamente probada en resolver la dolencia que técnicamente trata pero que, cuando el paciente cree que realmente es un medicamento real, produce una serie de reacciones fisiológicas que llevan a mejorar su estado de salud.

Por lo tanto, un placebo es cualquier sustancia que, al ser consumida, no tiene ningún efecto a nivel fisiológico, ni para bien ni para mal. Es decir, no tiene ninguna acción bioquímica sobre la patología que en teoría resuelve, pero tampoco hace daño.

El origen de este término (su aplicación seguro que es más antigua) se remonta al siglo XVIII, cuando los médicos de la época, que todavía carecían evidentemente de los fármacos y medicamentos actuales, “recetaban” a los pacientes sustancias que simulaban ser medicinas y que, aunque no tuvieran efectos reales, servían para complacer al enfermo.

No fue, sin embargo, hasta el año 1955 en el que se demostró que el efecto psicológico de los placebos era real. Desde entonces, estos “falsos” tratamientos se han utilizado con muchos fines médicos distintos, desde el tratamiento de pacientes que no responden a las terapias hasta como instrumento psicológico para curar patologías mentales, aunque hoy en día su aplicación se limita a las investigaciones clínicas.

Y es que los placebos (y el efecto que generan en las personas) es de vital importancia durante el desarrollo de los medicamentos, pues es importante determinar si el efecto que un nuevo fármaco tiene es gracias a su acción farmacológica o simplemente es debido a que las personas que se someten al tratamiento, al creer que funcionará, se sugestionan y mejoran.

Más allá de esto y de lo interesante que resulta estudiarlos a nivel neurológico, los placebos no se utilizan en la práctica clínica, es decir, un médico (excepto en casos puntuales y después de comentarlo con un comité de ética) nunca receta ya placebos.

El placebo más comúnmente utilizado es el azúcar, que se utiliza en forma de pastilla para simular que es un medicamento y potenciar el fenómeno psicológico que veremos a continuación: el famoso efecto placebo.

Placebo

¿Cómo aparece y por qué “cura” el efecto placebo?

Como has ido viendo a lo largo del artículo, siempre hablamos del término “curar” entre comillas. Y es que los placebos no curan en el sentido estricto de la palabra, pues al no tener ninguna acción farmacológica, no pueden alterar nuestra fisiología y, por lo tanto, no resuelven el daño a nivel físico que podamos tener, sea cual sea.

Los medicamentos y los fármacos sí que curan ya que, una vez administrados y pasando a la sangre, tienen la capacidad de actuar sobre nuestras células (o la de los gérmenes que nos han infectado, si es el caso) y alterar su funcionamiento, corrigiendo, por rutas bioquímicas muy complejas, nuestras patologías.

Un placebo tiene el mismo efecto farmacológico que comerse una piruleta: ninguno. Pero eso sí, lo que sí que hace es actuar a nivel psicológico (no fisiológico), engañando a nuestra mente y haciéndonos creer que eso nos va a curar. Y en el momento en el que la mente se lo cree, realmente hay una mejoría, al menos en aquellos aspectos que dependen de lo psicológico.

Cuando una sustancia tiene la capacidad de, sin despertar ninguna respuesta bioquímica en nuestro cuerpo, mejorar nuestro estado de salud es porque ha despertado en nosotros el efecto placebo. Este efecto aparece porque nuestra mente interpreta un estímulo externo (un doctor nos da una pastilla y afirma que esta nos va a curar) de tal manera que considera que eso realmente es útil.

Y en el momento en el que la mente, por simple deducción, llega a la conclusión de que aquello es un medicamento, se encienden en nuestro cerebro las mismas conexiones neuronales que se despiertan cuando nos sometemos a un tratamiento real.

¿Cómo nos "engaña" el placebo?

Se ha demostrado que el efecto placebo surge porque la administración de esta sustancia activa distintas áreas de nuestro cerebro, especialmente la amígdala, el núcleo accumbens (uno de los ganglios basales del cerebro) y el lóbulo frontal. Y, repetimos, por mucho que a nivel físico no haya cambiado nada (no hay efecto farmacológico), nuestro cerebro está absolutamente convencido de que eso va a curarnos, por lo que cumplimos con una de las dos condiciones de todo fármaco: con la de actuar no, pero con la de hacernos creer que actúa, sí.

En el momento en el que estas áreas del cerebro se activan (de un modo que sigue siendo un misterio, como prácticamente todo lo que involucra a la mente), la síntesis de neurotransmisores y de hormonas cambian. Y estas moléculas son las que regulan absolutamente todo lo que sentimos, percibimos y experimentamos.

Cualquier reacción de nuestro cuerpo está mediada o bien por neurotransmisores (moléculas sintetizadas por las neuronas que controlan el modo en el que las neuronas se transmisten la información), por hormonas (moléculas sintetizadas por distintas glándulas y que modifican todas nuestras funciones biológicas) o por ambas.

En el momento en el que una sustancia es capaz de modificar la síntesis de hormonas y neurotransmisores del mismo modo que lo hace un medicamento real, aparece el efecto placebo, el cual se manifiesta a partir del momento en el que estas moléculas (tanto neurotransmisores como hormonas) fluyen por nuestro organismo.

En lo que se refiere a neurotransmisores, el placebo consigue que generemos, por ejemplo, más péptidos opioides (las endorfinas son los más comunes), unas moléculas que, en el momento en el que son sintetizadas por parte de las neuronas del sistema nervioso central. inhiben (parcialmente) la transmisión de impulsos dolorosos.

Por lo tanto, estos neurotransmisores tienen un efecto analgésico totalmente comprobado y que se traduce en una reducción del dolor que experimentamos, sin importar cuál sea el origen de este. En este sentido, el efecto placebo realmente consigue que sintamos menos dolor cuando estamos enfermos, aunque no haya corregido el daño que tenemos; simplemente nos duele menos.

Y en lo que se refiere a hormonas, el tema se vuelve todavía más apasionante. Y es que las hormonas (hay unas 65 de principales) son moléculas sintetizadas en diferentes glándulas del cuerpo humano, aunque su producción depende absolutamente de que el cerebro envíe la orden de “producir la hormona”.

El efecto placebo consigue que el cerebro mande esta orden a distintas glándulas del cuerpo, consiguiendo así modificar la síntesis y los valores de distintas hormonas en el cuerpo. Y estas hormonas lo controlan (y alteran) absolutamente todo.

El placebo que se nos ha administrado consigue que se produzcan hormonas que, al fluir por la sangre, reducen la presión arterial, estimulan la síntesis de otros neurotransmisores “analgésicos”, reducen los niveles de colesterol, potencian el sistema inmune (muy importante para que el cuerpo combata mejor la enfermedad), propician bienestar psicológico, aumentan la sensación de bienestar y vitalidad, rebajan la frecuencia cardíaca, regulan la temperatura corporal…

En este sentido, al modificar la síntesis de hormonas, el efecto placebo, si bien no resuelve realmente la patología, hace que el cuerpo se encuentre en un estado de salud mejor, lo que, evidentemente, puede (aunque sea de forma indirecta) mejorar nuestro pronóstico.

El efecto placebo puede mejorar la sintomatología, pero no porque resuelva la patología (esta sigue estando ahí, inmutable), sino porque durante el tiempo que duren estos niveles de hormonas y neurotransmisores en el cuerpo, nos sentiremos mejor.

Conclusiones

Por lo tanto, si bien el placebo no cura en el sentido estricto de la palabra ya que no resuelve el daño patológico, sí que consigue manipular al cerebro, haciéndole creer que eso es un medicamento y, por lo tanto, alterando en todo lo que está en sus manos (que es mucho) el modo en el que el cuerpo reacciona a la enfermedad, pudiendo mejorar la sintomatología.

Pero es importante recordar que, hoy en día, la medicina ya no receta placebos. Solo la homeopatía lo hace. Y esto es algo peligroso, pues como venimos comentando, los placebos no curan, “simplemente” engañan al cerebro para que encienda reacciones asociadas al bienestar físico y emocional, pero ni pueden curar un cáncer de pulmón ni combatir una infección intestinal. No tienen acción farmacológica, solo psicológica.

De todos modos, el estudio del efecto placebo sigue siendo muy interesante para neurólogos, psicólogos y psiquiatras y la aplicación del mismo, vital en el desarrollo de los medicamentos y fármacos de los que disponemos y dispondremos en un futuro.

Referencias bibliográficas

  • Lam Díaz, R.M., Hernández Ramírez, P. (2014) “El placebo y el efecto placebo”. Revista Cubana de Hematología, Inmunología y Hemoterapia.
  • Velásquez Paz, A., Téllez Zenteno, J.F. (2010) “El efecto placebo”. Revista de Evidencia e Investigación Clínica.
  • Tavel, M. (2014) “The Placebo Effect: The Good, the Bad, and the Ugly”. The American Journal of Medicine.
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