¿Por qué tenemos fiebre cuando estamos enfermos?

La fiebre aparece como respuesta de nuestro propio cuerpo a una infección, pero, ¿por qué lo hace?

Fiebre

Dolor de cabeza, pérdida de apetito, sudoración, escalofríos, sensación de frío, debilidad, dolores musculares… Todos hemos sufrido alguna vez las consecuencias de tener fiebre, pues es el principal indicador de que algo en nuestro cuerpo no está bien, es decir, que estamos enfermos.

Suele decirse que la fiebre es un mecanismo de defensa de nuestro cuerpo, pero, ¿de qué se defiende exactamente? ¿Qué consigue el organismo aumentando la temperatura? ¿Qué determina que tengamos una fiebre más o menos alta?

En este artículo responderemos a estas y otras preguntas para llegar a responder a la pregunta de por qué tenemos fiebre cuando estamos enfermos.

¿Qué es fiebre y qué no es fiebre?

En resumidas cuentas, la fiebre es un aumento temporal de la temperatura de nuestro cuerpo. Es una manifestación clínica de que algo en nuestro interior no funciona como debería.

Ahora bien, marcar la frontera entre lo que se considera fiebre y lo que no es algo más complicado. En primer lugar, hay que definir cuál es la temperatura normal del cuerpo. Y ahí viene el primer problema, pues cada persona tiene una temperatura base diferente.

Distintos estudios han demostrado que la temperatura normal tiene un amplio rango dependiendo de la persona, pues se sitúa entre los 36’1 °C y los 37’2 °C. Por lo tanto, la fiebre es algo muy subjetivo, ya que alguien que en condiciones normales esté, por ejemplo, a 36’5 °C, cuando esté a 37’2 °C, notará que tiene una temperatura más alta de lo normal.

Además, la temperatura normal no solo cambia entre personas, sino que también varía a lo largo del día, siendo más baja por la mañana y más alta por la tarde y la noche. Esto responde a nuestro reloj biológico, pues de noche, las temperaturas son más bajas y el cuerpo debe compensarlo aumentando la suya.

De todos modos, se suele aceptar que una temperatura corporal que se encuentra entre 37’2 °C y 37’9 °C es lo que se conoce como estado febril o febrícula, es decir, “tener unas décimas”.

Todo lo que esté por encima de los 38 °C ya se considera fiebre. Tener fiebre es algo natural y desaparece por sí sola sin mayores consecuencias a los pocos días. Es cierto que hay medicamentos que bajan la fiebre, aunque a veces es mejor no consumirlos, pues como veremos a continuación, la fiebre ayuda a nuestro cuerpo a combatir amenazas.

Por lo tanto, la fiebre no es algo de lo que debamos preocuparnos. Solo cuando nuestra temperatura corporal supera los 39’4 °C habría que buscar atención médica, pues una fiebre tan alta es indicador de que sufrimos alguna infección grave que requiere tratamiento.

La fiebre es la respuesta natural de nuestro cuerpo a una infección

Cuando un patógeno consigue entrar en nuestro cuerpo, se desplaza a su órgano o tejido predilecto y se asienta. Algunos van a los intestinos y nos provocan gastroenteritis, otros van a los pulmones y nos causan neumonías, etc. Cualquier parte de nuestro cuerpo es susceptible de ser infectada por algún patógeno.

Afortunadamente, disponemos de un sistema inmunológico que está siempre al acecho de la entrada de patógenos. Cuando un germen entra en nuestro cuerpo, las células del sistema inmune trabajan de forma coordinada para destruirlo antes de que nos cause daños.

Continuamente estamos sufriendo el ataque de bacterias, virus y hongos que quieren desarrollarse en nuestro interior. Día a día, somos susceptibles de enfermar, pero pocas veces acabamos estándolo. Esto es así gracias a que el sistema inmune elimina los gérmenes antes de que notemos su presencia.

De todos modos, incluso el sistema inmunológico, pese a ser una máquina perfectamente diseñada, no es perfecta. Los patógenos han desarrollado mecanismos para burlar el ataque de este, ya sea camuflándose o entrando en nuestro cuerpo en cantidades demasiado altas como para ser neutralizado.

Sea como sea, hay veces que los patógenos consiguen infectarnos y provocarnos daños. En este momento, el cuerpo debe defenderse para eliminar el germen de la forma más rápida y efectiva posible. Y lo primero que hace para lograrlo es subir la temperatura corporal.

Es decir, tener fiebre es indicador de que nuestro cuerpo está luchando contra una amenaza.

¿Por qué la fiebre es útil para combatir la infección?

Para entender esto hay que hacer un repaso de lo que sucede en nuestro cuerpo después de haber sido infectados por algún patógeno, ya sea una bacteria, un virus o, menos frecuentemente, un hongo.

Cuando han burlado al sistema inmune y han conseguido asentarse en el lugar en el que lo hacen (intestinos, garganta, pulmones…), empiezan a crecer y a desarrollarse, llegando en poco tiempo a alcanzar una población contra la que el sistema inmune tiene pocas posibilidades de vencer.

De no hacer nada, los patógenos seguirán reproduciéndose indefinidamente hasta provocarnos daños mayores. Por lo tanto, el cuerpo debe encontrar la manera de, por un lado, debilitar a los gérmenes y, por otro lado, estimular a las células del sistema inmune.

1. Ayuda a detener el crecimiento de los patógenos

Nuestro organismo se aprovecha de uno de los pocos puntos débiles que tienen estos patógenos, unos seres vivos que viven por y para infectarnos. Este punto débil es la temperatura. Las bacterias son organismos muy resistentes a muchas condiciones ambientales distintas, pero suelen ser muy sensibles a variaciones en la temperatura.

Los patógenos se encuentran cómodos creciendo a la temperatura normal de nuestro cuerpo, pues han evolucionado para crecer óptimamente a la temperatura corporal humana. Es decir, todo valor de temperatura que salga del rango de los 36-37 °C, va a ser un obstáculo para ellos.

Aumentando su temperatura, el cuerpo consigue ralentizar el crecimiento de estos patógenos. Esto sigue el mismo principio por el cual conservamos los alimentos en la nevera. Las bacterias son sensibles al frío y crecen mucho más despacio. Pasa exactamente lo mismo con el calor.

Por lo tanto, cuando tenemos fiebre es debido a que nuestro cuerpo está intentando frenar el progreso de estos patógenos. Como más grave sea la infección, más temperatura necesitará para ralentizar su crecimiento. Por ello, cuando tenemos alguna enfermedad infecciosa grave, el cuerpo sube mucho la temperatura (superando los 39 °C), pues sabe que debe combatir ese patógeno lo más deprisa posible.

El cuerpo, por lo tanto, pone en una balanza el daño que nos puede provocar el patógeno y las consecuencias negativas que tiene aumentar la temperatura corporal (malestar, dolor de cabeza, debilidad…).

Si la infección es leve, tendremos poca fiebre ya que eliminar el patógeno no es tan “urgente”. En cambio, si la infección es peligrosa, al cuerpo no va a importarle que nos encontremos mal y va a subir la fiebre tanto como pueda para eliminar el germen cuanto antes mejor.

Muchos síntomas de la enfermedad vienen provocados por la propia fiebre. Cuando esta es muy alta (a partir de los 40°C) la persona puede sufrir alucinaciones, convulsiones, vómitos, extrema debilidad, etc. El aumento de la temperatura no solo daña a los patógenos, sino a nuestras propias células, que también son sensibles a la fiebre.

Solo en casos absolutamente extremos de enfermedades muy graves hay una desregulación tal del cuerpo que este sube la temperatura a más de 42°C, cosa que el propio organismo no puede aguantar y la persona acaba muriendo.

2. Potencia el sistema inmune

Todas las reacciones químicas ocurren más deprisa conforme aumenta la temperatura. ¿Cuándo tarda menos en secarse el pelo? ¿Si lo dejamos al aire libre o si utilizamos un secador? Evidentemente, como más calor le demos, menos tardará. Es el mismo principio que siguen las reacciones bioquímicas de nuestro cuerpo.

Por lo tanto, si aumentamos la temperatura corporal, las células del sistema inmune realizarán sus funciones de forma más rápida.

En conclusión, con la fiebre conseguimos que nuestro sistema inmunológico combata de forma más efectiva la infección y mate más deprisa a la bacteria, el virus o el hongo.

Esto, sumado al hecho de que también debilitamos al patógeno, hace que el organismo consiga superar el ataque del patógeno, hacer que la población muera y lograr que la enfermedad remita.

Pero, ¿cómo sabe el cuerpo que tiene que aumentar la temperatura?

Habiendo entendido ya con qué objetivo lo hace, veamos por qué nuestro cuerpo toma la decisión de producirnos fiebre.

Cuando está en nuestro cuerpo, cualquier patógeno libera unas sustancias que reciben el nombre de pirógenos, que son una especie de detonador de fiebre. Estos pirógenos son sustancias procedentes del germen (normalmente componentes de su membrana) que viajan por nuestro torrente sanguíneo.

Cuando nuestro cerebro detecta la presencia de estos pirógenos, el hipotálamo se activa. Esta estructura de nuestro cerebro es nuestro “termostato”, es decir, es quien regula la temperatura del cuerpo. Cuando se activa por la presencia de los pirógenos, el cerebro sabe que hay un patógeno creciendo, por lo que el hipotálamo ordena que la temperatura del organismo suba.

Por lo tanto, la fiebre ocurre cuando los patógenos envían, sin querer, señales de su presencia al cerebro, el cual “toca” el termostato del organismo y nuestra temperatura corporal aumenta.

Referencias bibliográficas

  • Avner, J.R. (2009) “Acute Fever”. Pediatrics in Review.
  • Walter, E.J., Hanna Jumma, S., Carraretto, M., Forni, L. (2016) “The pathophysiological basis and consequences of fever”. Critical Care.
  • Dalal, S., Zhukovsky, D.S. (2006) “Pathophysiology and Management of Fever”. Supportive Oncology.
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