Autoexigencia Disfuncional en el Trabajo: ¿qué es y cómo gestionarla?

La autoexigencia es una tendencia que puede beneficiarnos o perjudicarnos en el trabajo en función de cómo la gestionamos. Aunque puede impulsarnos a conseguir metas y ser más eficientes, cuando se vuelve excesiva puede mermar la salud mental.

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Vivimos en una sociedad marcadamente competitiva, donde las apariencias y la opinión que los demás tienen de nosotros han cobrado más protagonismo que nunca. El deseo de destacar ha despertado una intensa ambición en muchas personas, en especial dentro del ámbito laboral. Si bien tener metas y sueños es algo positivo y enriquecedor, en ocasiones el camino hacia ellos puede activar nuestra exigencia hasta límites poco saludables.

Así, la autoexigencia nos permite conseguir cosas y dar lo mejor de nosotros, aunque mal gestionada puede convertirse en un obstáculo que nos hace adoptar conductas disfuncionales. Por supuesto, esto implica un coste en la salud y, paradójicamente, una merma en el rendimiento como profesionales. Crecer y aproximarnos a nuestras ambiciones laborales debe ser un proceso constructivo y gratificante.

En el momento en que predominan el estrés, el agotamiento y la frustración, es momento de plantearnos si estamos cayendo en la autoexigencia disfuncional. Empeñarnos en actuar como superhéroes en lugar de aceptar que somos humanos puede ser peligroso y empañar nuestro desempeño en la carrera profesional. Por ello, en este artículo hablaremos acerca de qué es la autoexigencia disfuncional en el trabajo y qué consecuencias puede implicar.

Autoexigencia: un arma de doble filo

Es innegable que vivimos en una cultura que valora a las personas por las cosas que consiguen y no por lo que son. En el mundo laboral esto se traduce en la idea de que nunca damos lo suficiente y no somos válidos si no logramos la perfección en todo aquello que hacemos. Las expectativas sobre los empleados son cada vez más elevadas, hasta el punto de esperar una entrega casi total al trabajo ignorando otras facetas de la vida de las personas.

En este clima de trabajo, la devoción hacia el trabajo (incluso cuando esto implica renunciar al descanso y a la propia vida) se premia como algo deseable. En muchos casos, ni siquiera se recompensa el proceso, pues el foco va orientado exclusivamente al resultado. La meritocracia ha creado trabajadores eficientes, meticulosos y entregados, aunque muchos de ellos han visto seriamente dañado su bienestar psicológico.

Por supuesto, la exigencia hacia uno mismo puede ser gestionada para que sea equilibrada y juegue a nuestro favor. Cuando esto ocurre, logramos conquistar objetivos de manera productiva sin perder de vista nuestras capacidades, conocimientos, limitaciones y circunstancias. Por todo lo que venimos comentando, la autoexigencia podría definirse como un arma de doble filo. Dependiendo de cómo nos relacionemos con ella, podrá ser una fortaleza o una debilidad.

La autoexigencia disfuncional es aquella que nos desborda y nos conduce a un comportamiento desadaptativo, hasta el punto de favorecer problemas psicológicos como la ansiedad o la depresión. Añadido a esto, exigirnos más de lo que podemos dar suele producir un efecto de colapso o bloqueo por el que es difícil rendir al cien por cien.

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¿Cómo es un trabajador autoexigente?

Las personas autoexigentes suelen ser muy trabajadoras y responsables en sus puestos. Se implican en sus proyectos al cien por cien y nunca dejan las cosas a medias. Tratan de dar lo mejor de sí mismas y buscan mejorar siempre que tienen ocasión. Además, suelen mostrarse perseverantes y resilientes ante la adversidad. Ante los problemas en la organización, adoptan una postura pragmática y metódica, analizando sus opciones y eligiendo la que consideran más ajustada en el momento.

Aunque puede que les cueste digerir los errores, hacen de ellos siempre un aprendizaje para el futuro. Por ello, es infrecuente que tropiecen dos veces con la misma piedra. Añadido a esto, los trabajadores autoexigentes suelen mostrar una gran adherencia a las normas y respeto por las jerarquías de autoridad de la empresa.

¿Qué sucede cuando la autoexigencia es bien gestionada?

Como venimos comentando, la autoexigencia no es en sí misma algo negativo. Cuando se gestiona adecuadamente es posible que brinde ventajas y fortalezas a la persona. Entre ellas cabe destacar:

  • Respeto: Las personas que son exigentes consigo mismas no se hunden ante el error, pues saben utilizar el tropiezo para aprender. Ante todo, saben que es crucial respetarse y que equivocarse es parte del proceso.

  • Objetividad: Cuando la exigencia se canaliza bien, la persona no cae en visiones sesgadas de la realidad. Su pensamiento es flexible y ajustado, por lo que no se producen generalizaciones ni magnificaciones.

  • Lenguaje interno adecuado: La persona se exige sin que esto signifique machacarse. Se habla de manera compasiva sin hacerse daño, utilizando el lenguaje interno para darse ánimos y confianza.

  • Motivación: Las personas que manejan bien su exigencia mantienen la motivación porque pueden esperar a la gratificación aunque sea demorada. No se centran en el corto plazo, sino que poseen una mirada más amplia.

  • Metas ajustadas: Las personas exigentes consigo mismas se fijan metas y objetivos, pero tratando siempre de preservar el realismo. No se marcan aspiraciones demasiado altas porque saben que eso sólo conduce a la frustración.

  • Reconocimiento de los logros: La exigencia bien canalizada permite no sólo aprender de los errores, sino también felicitarse cuando se han obtenido los logros esperados. La persona no cae en atribuciones externas (“Fue suerte”, “fue porque alguien me ayudó”…) y sabe reconocer sus méritos cuando corresponde.

  • Autocuidado: La exigencia no se lleva por delante la vida de la persona. Aunque en el trabajo trata de dar lo mejor de sí, sabe respetar sus tiempos de vida personal y de descanso.

¿Qué es la autoexigencia destructiva?

Aunque muchas personas saben manejar su exigencia de manera adaptativa, lo cierto es que esto no siempre es así. A veces, el clima laboral, la personalidad de cada uno u otras variables pueden hacer que el trabajador se marque metas imposibles que le hacen vivir continuamente frustrado y agobiado. De esta manera, la autoexigencia se convierte en un importante obstáculo para sentirse bien en el puesto de trabajo y rendir como se espera. Las personas que muestran autoexigencia destructiva suelen mostrar características como las siguientes:

  • Foco en el error: Las personas que se exigen en exceso suelen poner su atención únicamente en los errores. De esta forma, acaban por menospreciar sus logros y triunfos. Lo contrario a la perfección es sinónimo de fracaso para ellas.

  • Inseguridad: La autoexigencia desmedida suele relacionarse con la inseguridad. La persona siente que no es suficiente y se siente pequeña ante las situaciones que se le presentan. Por ello, siempre da todo de ella y aún así percibe que no es válida ni capaz.

  • Ineficacia y bajo rendimiento: Como ya comentamos anteriormente, las personas demasiado exigentes terminan por conseguir un efecto contrario al deseado. Lejos de rendir al máximo, acaban por mostrar ineficacia en el trabajo debido a que están exhaustas por la presión que se imponen.

  • Dificultad para delegar: Las personas muy exigentes son intolerantes al error y creen que tener el control es la manera de evitarlo. Por eso, es común que les sea difícil delegar, lo que les lleva a abarcar por sí solas toda la carga de trabajo.

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Consecuencias de la autoexigencia disfuncional en el trabajo

Como es de esperar, la autoexigencia en el trabajo que se vuelve disfuncional acaba por provocar consecuencias negativas. Entre ellas, cabe destacar las siguientes:

  • Daño a la salud mental: Como ya adelantamos, la autoexigencia mal gestionada suele acabar por dañar la salud mental de la persona. El individuo se encuentra psicológicamente agotado y esto hace que sea más vulnerable a sufrir problemáticas como la ansiedad o la depresión.

  • Síndrome de Burnout: Este síndrome, también conocido como Síndrome del trabajador quemado, hace referencia a una situación de estrés laboral crónico. Este fenómeno se manifiesta en forma de agotamiento físico y mental, alterando el desempeño, la autoestima y la personalidad del trabajador. En definitiva, el empleado se siente desapegado de su profesión, está desmotivado y ve cómo su conducta y trato a los demás se hacen agrios y distantes.

  • Bajo rendimiento: La autoexigencia disfuncional acaba por provocar un efecto paradójico. El deseo de controlar todo y no cometer errores termina por producir un agotamiento que dificulta poder rendir de manera eficiente. La persona acaba por ver cumplido su mayor miedo, que es convertirse en un empleado ineficiente y poco implicado en su labor.

  • Clima de trabajo tenso: Trabajar junto a una persona autoexigente es especialmente difícil. Esa exigencia que dirige hacia sí misma también puede ser proyectada a los demás, ocasionando un trato desagradable y autoritario.

Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de la autoexigencia disfuncional. La exigencia hacia uno mismo no es en sí misma algo negativo. Esto dependerá de la forma en la que nos relacionemos con esta característica de personalidad. Es decir, se trata de un arma de doble filo que puede ayudarnos o perjudicarnos en nuestra carrera profesional. Las personas exigentes que saben gestionar esta tendencia se vuelven más competentes y eficientes en la búsqueda de sus metas y objetivos. Sin embargo, cuando la exigencia nos desborda puede dañar nuestra salud mental y mermar el rendimiento en nuestro puesto de trabajo. Entre las consecuencias también cabe señalar el conocido Síndrome de Burnout o la tensión en el clima de trabajo, que puede salpicar a los compañeros.

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