¿Por qué sentimos miedo?

El miedo es la respuesta natural a situaciones amenazantes o peligrosas, pero, ¿qué es lo que hace que lo experimentemos?

Por qué sentimos miedo

Es, quizás, la emoción humana más primitiva de todas. De hecho, no experimentarlo sería una sentencia de muerte para cualquier animal de la tierra. El miedo es una reacción natural e inevitable de nuestro cuerpo a situaciones que nos resultan, ya sea de forma instintiva o racional, amenazantes.

Aumento de la presión cardiaca, contracción muscular, dilatación de las pupilas, sudoración, descenso de la temperatura corporal… Todos sentimos miedo con mayor o menor frecuencia. Estar asustados de algo no significa que seamos más o menos “duros”. De hecho, quien más miedo experimente es, seguramente, la persona evolutivamente más dotada.

¿Qué es el miedo exactamente?

El miedo es una emoción primaria que todos los animales experimentan y que consiste en la experimentación de sensaciones desagradables en el cuerpo como consecuencia de la exposición a un peligro.

Este peligro puede ser real o imaginario y presente o futuro. Así, los humanos sentimos miedo a muchas cosas: a la muerte, a una ruptura, a un animal, a la oscuridad, a la soledad, al dolor…

Por lo tanto, hay infinidad de circunstancias que pueden encender esa “chispa” necesaria para que empecemos a sentir miedo. Si bien hay algunos más frecuentes que otros, lo cierto es que cada persona tiene miedo a cosas distintas.

Sin embargo, la explicación a por qué experimentamos esta desagradable situación es común a la mayoría de miedos y hay que entender tanto nuestra dotación genética como los mecanismos bioquímicos de nuestro cuerpo.

En este artículo haremos un recorrido por la ciencia que hay detrás del miedo e intentaremos analizar por qué el cuerpo nos hace experimentar esta sensación y qué procesos ocurren en nuestro interior que nos conducen a estar asustados.

¿Cuál es el significado evolutivo de tener miedo?

Puede parecer que el miedo es una emoción exclusiva de los humanos ya que somos capaces de procesar aquello que nos rodea de forma más consciente, cosa que nos hace entender las consecuencias que pueden acarrear distintas situaciones y, por lo tanto, tener miedo de ellas.

Pero lo cierto es que el miedo es una de las emociones más primitivas y fuertes de la naturaleza. Todos los animales, si bien es cierto que quizás por causas distintas a nosotros, experimentan miedo.

En la naturaleza, los animales compiten para sobrevivir. Es una batalla constante entre comer o ser comido. Por ello, a lo largo de millones de años de evolución, el sistema nervioso de los animales desarrolló un mecanismo que permitiera a los organismos actuar de forma muy rápida ante estímulos que supusieran un peligro para la vida.

Los animales que más rápidamente respondieran ante las amenazas, más velozmente escaparían del peligro y, por lo tanto, sobrevivirían durante más tiempo. Por lo tanto, la evolución premió a los animales que actuaran de forma más efectiva ante los peligros.

Esta respuesta es el miedo. El miedo es la forma que tiene nuestro cuerpo de avisarnos de que debemos huir. Y esto es aplicable tanto a lo que sucede en la sabana africana como en las calles de nuestra ciudad.

El miedo es lo que permite que los animales escapen de sus depredadores rápidamente. Cuando los animales ven que se acerca un peligro, el cerebro da la señal de alerta y hace que huya lo antes posible.

Es por esta razón que decimos que el miedo es la emoción más primitiva que existe, pues es el mecanismo de supervivencia por excelencia. Sin miedo, es imposible que los animales sobrevivan en un mundo lleno de peligros.

En el caso de los humanos, ¿qué hace que tengamos miedo?

Evidentemente, ningún león va a intentarnos devorar mientras paseamos por la calle. Sin embargo, los humanos experimentamos el miedo igual que el resto de los animales. Incluso más, precisamente porque tenemos conciencia y nos adelantamos a sucesos.

Así, las personas tenemos miedo cuando nos enfrentamos a un peligro real, como por ejemplo ser atracados en la calle. Sin embargo, también sentimos miedo cuando analizamos una situación y la relacionamos con un suceso que puede suponer una amenaza, como escuchar ruidos en casa cuando es de noche.

También podemos tener miedo simplemente por malas pasadas que nos juega nuestra mente, por ejemplo al imaginar que un familiar nuestro pueda sufrir una enfermedad grave. También nos dan miedo todas aquellas cosas contra las que no podemos luchar, como la muerte.

De todos modos, no solo tenemos miedo a raíz de la interpretación racional de lo que sucede a nuestro alrededor. Muchos estudios han abordado el análisis de los miedos más profundos que tenemos los humanos y que poco tienen que ver con la inteligencia.

¿Por qué, por regla general, las arañas y las serpientes nos dan miedo? Si lo analizamos racionalmente, la inmensa mayoría (por no decir la totalidad) de las arañas con las que lidiamos en nuestro día a día no son mucho más peligrosas que una mosca. Y en el caso de las serpientes, nos genera miedo algo con lo que es prácticamente imposible que nos topemos a lo largo de nuestra vida.

Para entender esto hay que remontarse al pasado. Hace miles de años, nuestros antepasados vivían en plena naturaleza o en cuevas, lugares donde animales como las arañas sí que suponían una amenaza, pues algunas de las especies eran mortales. Incluso si nos remontamos a los simios, las serpientes eran una de las mayores amenazas ya que actuaban como depredadoras.

Esta adversión a estas y otras criaturas es tan profunda ya que se remonta a miles de generaciones atrás. El miedo a algunos animales está prácticamente inscrito en nuestros genes, y es por ello que tenemos muchos miedos innatos. Nuestra genética nos dice a qué debemos tener miedo.

En resumen, los humanos sentimos miedo de forma innata o bien adquirida a través de las experiencias vividas y de la forma de ser de cada persona. Por lo tanto, hay infinidad de situaciones que asimilamos como un peligro y, consecuentemente, nuestro cuerpo responde para que nos alejemos de él.

¿Qué ocurre en nuestro cuerpo para desencadenar el miedo?

El miedo es una respuesta bioquímica a un peligro real o imaginario. En líneas generales, el cerebro interpreta lo que sucede a nuestro alrededor y si ve algo que puede suponer un riesgo para el organismo, dispara una cascada de fenómenos químicos que nos hace experimentar el miedo, una emoción que tiene el objetivo de hacernos actuar efectivamente ante la amenaza para combatirla o evitarla.

Pero, ¿cuál es el proceso por el cual nuestro cuerpo pasa de la calma a estar asustados? A continuación haremos un repaso de lo que le sucede a nuestro organismo cuando sentimos miedo.

1. Percepción del peligro

Imaginemos que estamos paseando por la montaña. Todo está tranquilo, por lo que nuestro cerebro está calmado y, consecuentemente, nos sentimos relajados. Pero, de repente, en medio del camino vemos un jabalí.

En ese momento, nuestro cerebro percibe a través de la vista una situación que, después de analizarla, llega a la conclusión de que es un peligro. Tenemos que evitar ese peligro, por lo que dispara la reacción en cadena del miedo.

2. Activación de la amígdala cerebral

La amígdala es una estructura del cerebro cuya principal función es la de ligar las emociones con las respuestas necesarias.

Cuando hemos percibido un peligro, la amígdala cerebral se activa y, en función de las señales que haya recibido, enviará una información u otra al resto del sistema nervioso. Si la amígdala interpreta que aquello es un peligro, se encargará de que todo el cuerpo se dé cuenta de que hay que afrontar una amenaza.

La amígdala es el centro de control de las emociones primitivas y, por lo tanto, es ella la que determina cuándo hay que experimentar miedo y cuándo podemos estar tranquilos.

Cuando la amígdala recibe la noticia de que nos hemos encontrado un jabalí en mitad del camino, va a avisar al resto del cuerpo de que hay que actuar inmediatamente. Y la manera que tienen los distintos órganos del cuerpo de comunicarse es mediante hormonas, que son mensajeros bioquímicos.

Una vez activa, por lo tanto, la amígdala ordena que se empiecen a producir determinadas hormonas: adrenalina, noradrenalina, hormona antidiurética, endorfina, dopamina… Todas estas moléculas circularán por nuestro cuerpo y llegarán a sus órganos diana, momento en el cual empezaremos a notar que tenemos miedo.

3. Experimentación de sensaciones desagradables

El miedo es una experiencia desagradable precisamente porque está diseñada para que así lo sea. Las hormonas liberadas por orden de la amígdala viajan por nuestro cuerpo y transmiten el mensaje de que estamos frente a un peligro. En este caso, un jabalí.

Las reacciones que provocan las hormonas anteriormente mencionadas son muchas:

  • Se acelera la función pulmonar (respiramos más deprisa para oxigenar más) y cardiaca (el corazón late más rápido para bombear más sangre)
  • Se inhibe la función estomacal (por eso notamos la boca seca)
  • Las pupilas se dilatan (para mejorar la visión)
  • Aumenta la tensión muscular (en caso de que se tenga que salir corriendo)
  • Se incrementa la actividad cerebral (podemos sentirnos paralizados, pero nuestro cerebro está trabajando muy deprisa)
  • El sistema inmune se detiene (solo se destina energía a los músculos)
  • Se incrementa la sudoración (para refrescar el cuerpo en caso de tener que huir)
  • La sangre fluye a los músculos mayores (por eso es normal quedarse pálido de cara)

Todo estas reacciones fisiológicas van destinadas a que podamos huir más eficientemente del peligro. Que nuestro pulso se acelere, que sudemos, que nos pongamos pálidos o que nuestra boca se seque no quiere decir que seamos asustadizos. Quiere decir que nuestro organismo funciona correctamente y que, ante un peligro, nos hace sentir miedo.

El miedo, por lo tanto, es una emoción que dispara la producción de hormonas que viajarán por nuestro cuerpo y que alterarán nuestra fisiología dando lugar a unos síntomas que son indicio de que estamos listos para huir de la amenaza.

Referencias bibliográficas

  • Lapointe, L.L. (2009) “Science of Fear”. Journal of medical speech-language pathology.
  • Steimer, T. (2002) “The biology of fear and anxiety-related behaviors”. Dialogues in clinical neuroscience.
  • Adolphs, R. (2014) “The Biology of Fear”. Elsevier.
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