¿Cómo gestionar la impulsividad? En 5 consejos

La impulsividad puede llevarnos a emitir conductas sin reflexionar previamente sobre las consecuencias. Algunas pautas pueden ayudar a gestionar esta tendencia y mejorar el autocontrol.

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Los seres humanos no somos máquinas, por lo que muchas veces la razón puede quedar eclipsada por nuestras emociones. Por ello, es natural que en algunos momentos nos dejemos llevar por lo que sentimos, lo que puede dar resultado a un comportamiento poco deseable. Al fin y al cabo, no siempre es viable ser las personas más asertivas del mundo y sopesar de manera calmada las consecuencias de nuestros actos.

Si bien la impulsividad en momentos concretos y esporádicos no debe ser motivo de preocupación, esta puede constituir un problema importante cuando se convierte en una constante. Así, las personas que continuamente actúan guiadas por sus impulsos suelen sufrir consecuencias negativas en sus relaciones y en las diferentes áreas de su vida.

Cuando la conducta no va precedida de un pensamiento, no evaluamos las posibles consecuencias de nuestras acciones, por lo que se producen resultados incomprensibles o molestos a ojos de los demás. Si te identificas con esta situación, continúa leyendo, porque en este artículo hablaremos acerca de pautas útiles para gestionar la impulsividad.

¿Qué es la impulsividad?

La impulsividad se define como la tendencia de una persona a ejecutar sus acciones de manera rápida, irreflexiva e irracional, sin poder controlarlas o inhibirlas una vez que estas ya se han puesto en marcha. Las personas impulsivas tienden, además, a buscar la gratificación inmediata en detrimento de los objetivos a largo plazo, de manera que no se contemplan las posibles consecuencias de las acciones cometidas.

Lo cierto es que hay algunas situaciones de la vida cotidiana en las que ser impulsivo resulta adaptativo. Este patrón de conducta tiene un carácter instintivo, por lo que nos ayuda a dar una respuesta rápida ante eventos que pueden suponer un peligro. Por ejemplo, no tendría ningún sentido detenerse a reflexionar sobre cómo actuar cuando otra persona está intentando agredirnos.

Ha existido bastante confusión respecto a la naturaleza de la impulsividad. En algunos casos, esta se presenta como un síntoma de un cuadro psicopatológico más amplio, como por ejemplo el Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), el Trastorno Bipolar (TB) o los Trastornos por Uso de Sustancias (TUS). Sin embargo, esta incapacidad para controlar los impulsos no siempre va ligada a la presencia de una patología mental.

En algunos casos, la impulsividad puede ser concebida como un rasgo de la personalidad. Los rasgos de personalidad constituyen un conjunto de características, emociones, formas de pensar y aspectos del comportamiento que definen a una persona y la predisponen a responder de manera similar ante diferentes estímulos y situaciones. De esta forma, un individuo impulsivo es aquel que tiende a actuar de forma irracional e instintiva en los diferentes escenarios en los que se encuentra.

Por lo tanto, lejos de actuar impulsivamente en momentos puntuales, este tipo de individuos tienden a desenvolverse de esta forma en su día a día, lo que puede conllevar importantes consecuencias en sus relaciones con los demás y en su salud mental. Por supuesto, la impulsividad también puede aparecer de forma pasajera como consecuencia de ciertas condiciones biológicas o ambientales. Por ejemplo, si acudimos a una fiesta y decidimos consumir una droga, es probable que mientras sus efectos se prolonguen nos mostremos mucho más impulsivos de lo normal.

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Manifestaciones de la impulsividad

La impulsividad es un problema que puede ser identificado mediante la observación de algunas señales. Algunas de ellas son:

  • Impaciencia: Quienes son impulsivos suelen tener una paciencia bastante escasa, por lo que encuentran problemas para esperar en las diferentes situaciones cotidianas. Por ejemplo, no son capaces de respetar su turno para hablar en una conversación o de esperar una cola para acceder a algún sitio.

  • Desorganización: Dado que no reflexionan antes de actuar, las personas impulsivas suelen ser bastante desorganizadas. No existe planificación alguna y por ello su día a día puede ser bastante caótico, siendo frecuentes los olvidos y despistes.

  • Baja tolerancia a la frustración: La impulsividad también impide a quienes la experimentan tolerar la frustración. Por ello, en aquellas situaciones en las que algo no sale como se esperaba se pueden producir reacciones emocionales desproporcionadas.

  • Ausencia de constancia: La elevada impulsividad puede hacer que la persona sea incapaz de concentrarse en una tarea hasta acabarla. Por el contrario, es común que se salte de unas actividades a otras de manera brusca.

  • Conducta desajustada a las convenciones sociales: Las personas impulsivas no valoran las repercusiones que su conducta puede tener sobre los demás, sino que actúan de forma instintiva. Por ello, es común que su comportamiento descoloque a los otros y sea poco acorde a las normas sociales.

  • Inmediatez de la respuesta: La impulsividad impide a la persona procesar los estímulos de forma completa, pues su respuesta se inicia de una manera prácticamente inmediata.

  • Insensibilidad: La falta de control de impulsos puede hacer que estas personas parezcan insensibles o ajenas al malestar de los demás. Aunque muchas de ellas se arrepienten cuando reflexionan a posteriori sobre sus acciones, es necesario abordar el problema para evitar herir a los demás.

Cómo gestionar la impulsividad: 5 pautas

A continuación, vamos a comentar algunas pautas útiles que pueden ayudar a gestionar la impulsividad en la vida cotidiana. Estas orientaciones son generales, pero si tu impulsividad interfiere enormemente en tu vida normal, puede ser de ayuda acudir a un profesional de la salud mental. De esta forma, podrá evaluar tu situación en detalle y brindarte estrategias más específicas.

1. Detecta tus detonantes

Un primer paso para poder gestionar la impulsividad es identificar las situaciones o estímulos que suelen detonar esta tendencia en tu persona. Conociendo estos escenarios, es más fácil evitar situaciones de riesgo o saber en qué momentos debemos depositar más esfuerzos para controlar los impulsos. En este sentido, puede ser útil realizar un diario o registro en el que puedas reflejar los momentos en los que te es más difícil pensar antes de actuar.

2. La regla de contar hasta tres

Una vez que las situaciones más problemáticas son detectadas, puede ser de gran ayuda utilizar la regla de contar hasta tres. De esta forma, se trata de intentar hacer este recuento los instantes antes de actuar, de forma que podamos pensar antes de emitir la conducta. Como ya comentamos, la impulsividad se produce cuando no hay una reflexión previa a los actos.

Por ello, aunque al principio sea difícil, vale la pena empezar a trabajar esta estrategia. Unos pocos segundos pueden marcar la diferencia y ayudarnos a adquirir el hábito de frenar antes de actuar bruscamente. La eficacia de la regla de contar hasta tres se produce siempre y cuando se ponga en práctica en todas las situaciones posibles, ya que así se puede instaurar el hábito de pensar antes de emitir la respuesta.

3. El poder de las autoinstrucciones

Las autoinstrucciones también pueden ser una estrategia de gran utilidad para fomentar el control de los impulsos. Esta técnica consiste en decirnos a nosotros mismos qué pasos podemos llevar a cabo o qué respuesta podemos utilizar ante una situación concreta. Guiarnos con autoinstrucciones es muy útil para aprender a reflexionar antes de emitir una conducta, reduciendo el riesgo de llevar a cabo acciones inadecuadas o problemáticas.

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4. Recurre a las técnicas de relajación

Las técnicas de relajación son otra excelente alternativa para aprender a rebajar la impulsividad. De esta manera, al sentirnos más relajados, mejoramos la gestión de nuestras emociones y, por ello, es menos probable que actuemos sin reflexionar previamente. Existen numerosos ejercicios de relajación, aunque puedes empezar por la respiración diafragmática ya que esta es muy sencilla. En internet puedes encontrar algunos tutoriales donde se explica con claridad cómo hacerla. Poner en práctica las técnicas de relajación diariamente nos ayudará a entrenar esta habilidad y estar más tranquilos incluso en situaciones complicadas.

5. Responsabilízate de tus acciones

Gestionar la impulsividad no es una tarea fácil y requiere tiempo y paciencia. En el proceso, es probable que sigas adoptando comportamientos impulsivos, y en este sentido es importante que no minimices las posibles consecuencias de tus actos. No culpes a otras personas ni diluyas tu responsabilidad. Debes hacerte cargo del posible daño que puedes producir en los demás. Reconocer esto te ayudará a reflexionar y aprender a gestionar tus emociones más eficazmente.

Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de algunas pautas que pueden ser de ayuda para gestionar la impulsividad. Todos podemos dejarnos llevar por las emociones en momentos puntuales, aunque una conducta impulsiva constante puede suponer un serio problema. La impulsividad nos lleva a actuar sin pensar previamente, por lo que llevamos a cabo conductas no ajustadas a las normas sociales y capaces de herir a los demás.

Por ello, se hace importante aprender a gestionar las propias emociones y ganar mayor capacidad de autocontrol. En este sentido, puede ayudar el identificar las situaciones detonantes, contar hasta tres antes de actuar, recurrir a técnicas de relajación o a las autoinstrucciones. En este sentido, también es importante poder ser responsable de las consecuencias de los propios actos y acudir a terapia si el problema interfiere intensamente en la calidad de vida y las relaciones.

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