Racionalización como Mecanismo de Defensa: ¿qué es y cómo nos afecta?

La racionalización se define como un mecanismo de defensa que nos ayuda a explicar de manera racional una situación, de tal forma que justificamos actos injustificables. Así, hacemos que una situación particular se perciba de manera más amigable y asumible.

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Aunque hemos oído muchas veces eso de que todos nos equivocamos, lo cierto es que se nos suele hacer difícil aceptar los propios errores. Esto nos lleva, en ocasiones, a justificar nuestros tropiezos para librarnos de la responsabilidad de lo sucedido. En la vida cotidiana caemos en esta tendencia con mayor frecuencia de la que pensamos. Buscar explicaciones lógicas (aunque no verdaderas) para justificar nuestras acciones tiene un nombre y se conoce como racionalización.

La racionalización es un mecanismo de defensa que utilizamos por no aceptar que hemos metido la pata. Curiosamente, recurrimos a ella de forma muchas veces inconsciente, lo que hace que no identifiquemos el problema y, por consiguiente, no podamos solucionarlo. Cierto es que la racionalización nos evita sufrimiento porque vivimos en el autoengaño. Sin embargo, conectar con emociones como la culpa no es negativo, ya que este sentimiento es clave para reparar el posible daño que hayamos causado. En este artículo hablaremos acerca de este mecanismo de defensa, qué utilidad tiene y si es posible ponerle freno.

¿Qué es la racionalización?

La realidad de nuestra vida a veces puede ser molesta o dolorosa. Hay situaciones que nos cuesta encajar por lo desbordantes o chocantes que resultan, y en esa tesitura echamos mano de algunas estrategias para reducir el impacto emocional que experimentamos. En este sentido, la racionalización se define como un mecanismo de defensa que nos ayuda a explicar de manera racional una situación, de tal forma que justificamos actos injustificables. Rizamos el rizo, damos la vuelta a la tortilla y hacemos que una acción en particular se perciba de manera más amigable y asumible para nuestro ego.

Aunque sabemos de sobra que no hay nadie perfecto en esta vida, en la práctica no llevamos nada bien aceptar nuestros defectos. Por eso, al racionalizar conseguimos convencernos de que no somos responsables de muchas situaciones que nos pasan, diluyendo así nuestra responsabilidad o suavizando lo que ha pasado para que duela menos. Algunos ejemplos de racionalización los encontramos en situaciones muy comunes del día a día como las siguientes:

  • Una persona tiene sospechas de que su pareja ya no está enamorada, pero se autoconvence de que la distancia entre ambos es resultado del estrés laboral y que pronto todo volverá a su cauce cuando el ritmo de trabajo baje.
  • Cuando alguien decide emprender e iniciar un proyecto y éste fracasa, se dice a sí mismo que ha tenido mala suerte o que los clientes son demasiado exigentes, en lugar de reconocer que no se ha organizado lo suficientemente bien.
  • Si un estudiante saca mala nota en un examen, afirma que el test fue demasiado complejo en lugar de aceptar que no estudió la materia al día.

La racionalización también se ha ilustrado en una curiosa fábula titulada “La zorra y la uva”. En ella, se cuenta la historia de una zorra que ve un racimo de uvas en una zona alta. El animal trata de saltar alto para alcanzarlas, pero no logra llegar a ellas. De pronto, se da cuenta de que el fruto está verde y deja de saltar. En ese momento, la zorra afirma que ha desistido porque la fruta no estaba madura, en lugar de reconocer que no era capaz de llegar a ella.

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Racionalización y psicoanálisis

El concepto de mecanismo de defensa fue propuesto por el psicoanálisis. Freud llegó a proponer más de una decena de tipos diferentes, siendo uno de ellos la racionalización. De acuerdo con las ideas del austríaco, racionalizar es una estrategia que el yo utiliza para convertir un evento incómodo en uno aceptable para el superyó. No obstante, Freud creía que esta tendencia era propia de personalidades neuróticas o con un ego demasiado abultado. Por ello, los individuos que racionalizan suelen encontrar grandes dificultades para tolerar la frustración y preservar su autoestima a pesar de los defectos o errores.

Freud describió un ejemplo de racionalización real de su consulta. Uno de sus pacientes acudió al célebre doctor debido a que tenía miedo a la oscuridad. El hombre afirmaba que su temor era razonable, pues nadie conoce lo que sucede en los entornos carentes de luz. Durante muchas sesiones racionalizó su temor, justificando que este era normal y no tenía nada de malo.

Sin embargo, finalmente se descubrió la dolorosa realidad detrás de ese temor: había sido víctima de abusos sexuales en su infancia. En este caso, podemos ver como la racionalización protegía al hombre de mirar de frente a una experiencia traumática inasumible. Sin embargo, al mismo tiempo esto le impedía poder compartir con alguien lo que había vivido, procesar la experiencia y continuar con su vida sin miedos ni temores.

Aunque la escuela psicoanalítica considera que la racionalización es un síntoma de que la psique no está funcionando bien, la realidad es que esta estrategia es algo natural en todas las personas. Cada uno de nosotros podemos recurrir a ella, pues todos podemos tener la necesidad de protegernos del daño en ciertos momentos. En definitiva, cualquiera puede autoengañarse en alguna ocasión, pues es difícil tolerar emociones como la culpa o el fracaso.

Si bien racionalizar no es en absoluto indicador de que padecemos una psicopatología, es cierto que abusar de este mecanismo puede darnos algún que otro problema. Al racionalizar todo lo que nos sucede, es más difícil aceptar nuestras equivocaciones y fracasos y aprender de ellos. Vivimos en una burbuja en la que no logramos ver que algo no va bien y debe ser modificado. En realidad, las personas más “racionalizadoras” suelen mostrar mayores niveles de rigidez cognitiva, pues encuentran problemas para flexibilizar, tolerar cambios y pérdidas y aceptar que no siempre hacen las cosas adecuadamente.

El carácter inconsciente de la racionalización hace que la propia persona encuentre problemas para entender que recurre a ella. Los terapeutas pueden identificar este patrón en sus pacientes y reflejárselo, lo que habitualmente genera una reacción de sorpresa y desconcierto ya que nunca habían reparado en esta cuestión.

¿Es posible dejar de racionalizar?

Como vemos, no se trata de demonizar la racionalización. Aunque no es lo ideal, en muchos momentos racionalizar nos ayuda enormemente a reducir el dolor y no desbordarnos ante momentos emocionalmente impactantes. El problema aparece cuando la racionalización se convierte en una constante que nos impide cambiar, mejorar y avanzar.

Racionalizar en algunos momentos nunca debería anular nuestra capacidad para conocernos y abrazar lo que somos, con defectos y virtudes. Aceptar que no somos perfectos, que cometemos errores o que algo nos duele no nos hace menos válidos y mucho menos débiles. Por el contrario, realizar este ejercicio de aceptación y hablar abiertamente de nuestras emociones difíciles nos ayuda a identificar qué puede estar yendo mal y actuar en consecuencia.

La pregunta que muchas personas pueden hacerse es si es posible dejar de racionalizar en todo momento. La respuesta es sí, aunque para ello es crucial aprender a tolerar el malestar y las emociones incómodas. Muchas veces, la tendencia a justificar todo y utilizar el autoengaño esconde un gran temor a los cambios y la incertidumbre. Por ello, es fundamental aprender a trabajar la aceptación en lugar de evitar constantemente experiencias emocionales desagradables mediante justificaciones.

En lugar de crear historias paralelas para tranquilizarnos de forma superficial, debemos aprender a reflexionar sobre las cosas que nos pasan, reconociendo que somos humanos y no máquinas y no siempre acertamos o podemos con todo. Por supuesto, todo este trabajo debe hacerse desde una mirada de compasión, entiendo que si la racionalización está ahí es porque en algún momento ha sido útil acorde a nuestra historia de vida. A la vez que aceptamos esto, tratamos de empezar a ejecutar cambios y conectar con esos estados internos poco agradables que se activan en algunas situaciones.

Si te identificas con esta tendencia a la racionalización y crees que esto interfiere en tu bienestar y calidad de vida, no dudes en pedir ayuda a un profesional de la psicología. El terapeuta no va a juzgarte ni recriminarte nada, sino que te dará un espacio seguro en el que poder conocerte, entenderte e identificar patrones poco adaptativos que son susceptibles de ser modificados.

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Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de un curioso mecanismo de defensa conocido como racionalización. A menudo, las personas podemos recurrir al autoengaño para evitar aceptar situaciones demasiado dolorosas o impactantes. En la vida cotidiana, muchas veces inconscientemente, solemos justificar lo injustificable para no sentir emociones desagradables como la culpa o la decepción. Tratamos de manipular la realidad para que esta sea menos dolorosa, algo que si bien nos protege momentáneamente del malestar no es recomendable.

Así, sucede que la racionalización puede impedirnos identificar qué va mal en nuestra vida o aceptar que no somos perfectos y cometemos errores. En el día a día hay infinidad de ejemplos que ilustran lo que Freud consideraba un mecanismo de defensa patológico: nos convencemos de que nuestra pareja está distante por el trabajo y no porque haya una crisis en la relación o afirmamos que el suspenso del examen fue debido a la dificultad del test y no a la falta de estudio.

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