Las 7 erupciones volcánicas más destructivas (y mortíferas) de la Historia

Un viaje a través del lado más mortífero de la naturaleza para descubrir la historia detrás de las erupciones volcánicas más devastadoras y letales que ha presenciado la humanidad.

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Nos sentimos seguros en ella. Todo, en nuestra escala de tiempo, parece ser estático. Un hogar que no cambia. Un hogar tranquilo. Un hogar próspero para la vida. Y, por supuesto, lo es. Pero hay momentos en el que las fuerzas más aterradoras de nuestro planeta emergen de sus entrañas. Y los volcanes son la muestra más perfecta de cómo la vida es posible gracias a la lucha entre las fuerzas naturales.

El poder de crear y el poder de destruir. Un equilibrio que ha hecho posible la existencia de la vida en la Tierra pero que también ha sido y será responsables de desastres naturales que han provocado la pérdida de innumerables vidas humanas, cambios de rumbo en la evolución del mundo e incluso la práctica extinción de la humanidad.

Bombas impredecibles que, en cualquier momento y sin previo aviso, podrían cambiar para siempre el mundo tal y como lo conocemos. Unos monstruos que liberan todo el poder del interior de la Tierra y que no podemos controlar. Porque son ellos los que nos han controlado, controlan y controlarán.

Y a través de este viaje, vamos a ver cómo la furia de los volcanes ha permitido el desarrollo de la vida, cómo ha puesto en peligro a muchas civilizaciones, cómo pueden suponer el fin de la humanidad y, cómo, hace 75.000 años, el volcán más destructivo de todos los tiempos, estuvo a punto de provocar nuestra total aniquilación.

El anillo de fuego: ¿dónde se esconde el poder los volcanes?

Y este viaje, como no puede ser de otra manera, empieza en las entrañas de la Tierra. La Tierra tiene un radio de 6.370 km, estando dividida en diversas capas. Pero todo lo que nosotros entendemos como mundo es una delgada capa de roca con un espesor de unos 35 km. La vida tiene lugar en esta fina corteza terrestre que nos hace olvidar que, bajo este lecho, se esconde un infierno: el manto.

La capa por debajo de la corteza y que representa el 84% del volumen de la Tierra, albergando el 65% de su masa. Y en el manto superior, aquel que comunica directamente con la corteza, los materiales están a temperaturas de hasta 900 grados. Pero debido a una presión 237.000 veces superior a las atmosféricas, no se funden. Se encuentran en un estado semisólido: el magma.

Un material que fluye muy lentamente pero lo suficiente como para arrastrar las placas tectónicas, los bloques que, como un puzzle, constituyen la corteza de la Tierra. Y este puzzle se convierte en un juego de terror en el famoso anillo de fuego. Un cinturón que rodea las costas del océano Pacífico y que consiste en la zona de contacto entre placas tectónicas. En él se producen el 90% de los terremotos del planeta pero también alberga a más del 75% de los volcanes activos del mundo.

Y teniendo en cuenta que hay más de 1.500, se ha ganado el nombre de cinturón de fuego por méritos propios. Pero, ¿qué sucede en este anillo de fuego? Para responder a ello, debemos volver a descender hacia las entrañas del planeta. A 130 km por debajo de la superficie, tiene lugar un proceso de subducción. Una placa tectónica, movida por las inimaginables fuerzas terrestres, desciende por debajo de otra. Esto hace que parte de ella se derrita. Y de esta roca fundida, se forma magma.

Un magma que, presa de unas presiones inmensas, tiende a ascender. La fuerza procedente del manto es tal que el magma, en su ascenso, fractura la corteza terrestre y, tras miles de años, consigue abrir un camino hasta la superficie. En ese momento, el magma, a temperaturas de hasta 1.200 grados, y con una alta cantidad de gases, es expulsado de forma violenta en forma de erupción. Toda la presión sale de repente y el gas se expande. Y ese punto de salida es lo que conocemos como volcán. El magma, que pasa a llamarse lava, fluye por la superficie terrestre arrasando con todo lo que se encuentra a su paso mientras se enfría.

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El equilibrio entre crear y destruir

Este proceso volcánico empezó hace 4.000 millones de años, en una Tierra muy joven y que no era, en absoluto, el hogar que es hoy en día. Pero fueron precisamente los volcanes los que permitieron que nuestro planeta reuniera las condiciones para la aparición de la vida. Cuando la lava se enfría, se solidifica en roca y más tarde se forma la tierra donde se desarrolla la vida.

Y ya no solo es que más del 80% de la superficie terrestre sea el resultado del enfriamiento del magma, sino que los volcanes liberaron el primer dióxido de carbono, procedente de las profundidades de la Tierra, a la atmósfera. Un gas que fue y es el fundamento de la vida. Son los volcanes los que, habiendo cada año entre 50 y 60 en erupción continúan liberando CO2 y manteniendo estable el clima.

El problema es que cada año nosotros liberamos 100 veces más dióxido de carbono que todos los volcanes de la tierra juntos. El planeta depende de los minerales que expulsan los volcanes. Las nubes de ceniza transportan miles de millones de toneladas de minerales que se depositan en las tierras que rodean a los volcanes, creando parajes fértiles y llenos de vida como el valle del rift, que mantiene el ecosistema más dinámico del mundo. Sin estas fuerzas subterráneas no habría atmósfera respirable, ni océanos, ni tierra, ni vida. Pero como hemos dicho, hay una lucha. Una lucha entre la creación y la destrucción. Así que es el momento de hablar del poder destructivo de los volcanes.

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¿Cuáles han sido las erupciones volcánicas más mortíferas de la historia?

Cada cierto tiempo, una erupción volcánica nos demuestra que, como siempre, no podemos hacer nada contra la fuerza de la naturaleza. Y, por desgracia, hace relativamente poco hemos visto cómo la erupción de la Palma dejaba sin hogar a centenares de personas, que tenían que ver cómo la colada de lava engullía y sepultaba sus hogares.

Pero incluso esta empequeñece con las grandes erupciones que ha habido desde que tenemos registros. Estas son algunas de las catástrofes más aterradoras donde los volcanes han sido los protagonistas. Un viaje que nos llevará hasta el verdadero monstruo: Toba. Pero vayamos paso a paso. Veamos, en forma de TOP, las erupciones volcánicas más destructivas de la historia.

7. La erupción del Monte Santa Helena (1980)

Condado de Skamania, Washington, Estados Unidos. Era la primavera del año 1980. El Monte Santa Helena, un volcán ubicado en la cordillera de las cascadas y conocido por las tribus nativas como “la montaña de fuego” despierta. Tras 120 años de inactividad, el volcán empieza a dar señales de actividad. Súbitamente, se empiezan a detectar seísmos. El magma está alcanzando la superficie.

Y a las 8:32 de la mañana del 18 de mayo, un terremoto de 5,1 en la escala richter precede a una de las erupciones volcánicas más catastróficas de todos los tiempos y la más mortífera y económicamente destructora de la historia de los Estados Unidos. La explosión, de 24 megatones (1.800 veces más potente que la bomba atómica de Hiroshima), hizo que la cara norte del volcán se viniera abajo y que la montaña perdiera más de 400 metros de altura, formándose un cráter de un kilómetro y medio de ancho y causando una masiva avalancha de escombros.

De repente, 2,8 miles de millones de metros cúbicos de tierra en una nube a 800 grados de temperatura se precipitan a una velocidad de 57 km/h, arrasando con todo a su paso. Las más de 580 millones de toneladas de ceniza se expandieron por todo Estados Unidos en apenas tres días. Pero en las zonas afectadas directamente por la erupción, las consecuencias fueron devastadoras. 57 personas muertas. Y 25 casas, 47 puentes, 24 kilómetros de vías férreas y 300 kilómetros de autopistas fueron destruidos. Tanta destrucción y apenas hemos empezado nuestro viaje.

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6. La erupción del Pinatubo (1991)

Isla de Luzón, Filipinas. 1991. Luzón es la isla más grande de Filipinas y ubicado en el extremo norte del archipiélago, es conocida por sus montañas, playas, arrefices de coral y por albergar a Manila, la capital del país. Pero también por ser la sede de la segunda erupción más devastadora del siglo XX. Era el 9 de junio de 1991. El Monte Pinatubo, un volcán que se creía que era inactivo, entra en erupción por primera vez desde hacía 500 años. Pero lo que parecía una erupción corriente, se convirtió en un infierno el 15 de junio.

Era la gran erupción del Pinatubo. 5 kilómetros cúbicos de material volcánico son arrojados, se forma una columna eruptiva de 35 km de altura, la cima de la montaña colapsa, cada tres minutos se estaba produciendo un seísmo y, a causa de la electricidad estática en la nube de cenizas, surge, en el cielo, una tormenta de rayos horizontales que convierten la escena en algo propio de una película de terror. Pero el desastre no iba a terminar ahí.

El mismo día, llega a la isla un tifón. Las lluvias torrenciales hacen que el agua se mezcle con la ceniza volcánica, formándose así una sustancia como el cemento que hace colapsar muchas casas y provocando la aparición de los devastadores lahares, flujos de sedimentos que se movilizaban desde la ladera del volcán, arrasando con todo aquello con lo que se cruzaban.

Después de nueve horas, la erupción termina y la pesadilla finaliza. Pero el recuento final fue de 847 muertos y 100.000 personas sin casa. Pero pronto los efectos pasaron a ser globales. La erupción emitió a la atmósfera 20 millones de toneladas de dióxido de azufre, con una nube que en un mes rodeó la tierra y que hizo que, a causa del modo cómo el ácido sulfúrico refleja la luz solar, la temperatura media de la tierra bajara un grado. Una situación que se prolongó dos años. Hoy, el pueblo se ha reconstruido encima de los lahares solidificados, como un recuerdo de la tragedia que azotó a la isla. Pero a principios del siglo XX, hubo una peor.

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5. La erupción del Monte Pelée (1902)

Isla de Martinica, Francia. 1902. Martinica es una isla con estatus de región y departamento de ultramar de Francia ubicada en las Antillas Menores, en el mar Caribe. A principios del siglo pasado, la capital era St Pierre, una ciudad fundada en 1635 que se convirtió en el centro cultural y económico de Martinica hasta que, en 1902, fue totalmente destruida por una de las erupciones volcánicas más devastadoras de la historia.

El monte Pelée, un volcán ubicado en el extremo norte de la isla, despertó el 8 de mayo de 1902. Primero, empezaron los seísmos. Y, como si de un relato bíblico se tratara, las serpientes, ratas e insectos huyeron de la montaña y plagaron la ciudad ante el asombro de los habitantes, que todavía no sabían que el infierno estaba a punto de desatarse sobre ellos.

Y de repente, la erupción. Una nube de humo negro visible a 100 km de distancia empezí a precipitarse por la ladera de la montaña a más de 670 km/h y a temperaturas de varios cientos de grados. Las cenizas inundaron la ciudad en un instante y se dice que la colada de lava llegó en menos de un minuto, incendiando St pierre por completo. El balance: 30.000 personas muertas. Solo tres personas sobrevivieron en toda la isla. Una historia aterradora que nos sirve de nexo para presentar la que, seguramente, es la erupción volcánica más famosa de todos los tiempos.

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4. La erupción del Vesubio (79 d.C.)

Pompeya. 79 d.C. Pompeya fue una antigua ciudad romana ubicada a orillas del golfo de Nápoles, cerca de la actual ciudad de Nápoles. Y ha pasado a la historia por haber sido destruida por la erupción del Monte Vesubio del año 79 d.C. En octubre, este volcán, considerado actualmente como uno de los más peligrosos del mundo, entró en erupción una noche. Los habitantes vieron luces en la montaña que incorrectamente interpretaron como incendios.

Pero rápidamente, el flujo piroclástico empezó a descender por la ladera, sepultando a la ciudad en una nube de cenizas muy caliente que incineraba o sofocaba a las personas que no tuvieron tiempo de huir. Al anochecer del segundo día, la erupción terminó. Pero para ese momento, las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabia ya estaban sepultadas por varias capas de ceniza volcánica.

Y no fue hasta el siglo XVIII que, de manera casual, Pompeya, que estaba enterrada en un manto de ceniza de más de seis metros, fue redescubierta. Encontramos los restos mortales de 1.500 personas, pero el número total de fallecidos sigue siendo un misterio, pero las estimaciones lo sitúan en 20.000. Y lo peor es que la actual Nápoles se encuentra en la zona de mayor riesgo volcánico del mundo. Y no solo porque a apenas 11 km se encuentra el monte vesubio, que desde la catástrofe de pompeya ha entrado en erupción más de 50 veces, sino porque 15 km hay un volcán menos conocido pero potencialmente más peligroso: el Campi Flegrei.

Una caldera volcánica de 13 km de ancho que entró en erupción por última vez hace unos 40.000 años, pero fue una explosión 10.000 mayor que la del monte pinatubo que hemos visto. Y un suceso así podría ocurrir en cualquier momento. Las 50.000 personas que viven en la caldera morirían al instante. Pero las más de 1,5 millones que viven en Nápoles y sus zonas cercanas verían como, en un instante, una nube de ceniza a 800 grados de temperatura sepulta la ciudad. Nadie podría sobrevivir.

Y esta nube no solo llegaría hasta Roma, dejando la ciudad cubierta e una capa de más de 20 centímetros de ceniza, sino que cambiaría el clima de todo el mundo, provocando un enfriamiento global de varios grados que causaría la muerte de muchas especies vegetales y que se prolongaría más de 5 años. Y lo peor es que los vulcanólogos dicen que hay un 1% de probabilidades de que esto ocurra en los próximos 100 años. Algo similar a lo que sucedería si Yellowstone despertara. La última gran erupción fue hace 650.000 años. Pero no está extinto. Solo esta durmiendo.

Y prueba de ello es que el magma calienta el agua hasta el punto de ebullición, formando los géiseres. Y aunque es poco probable que suceda en los próximos miles de años, si la súper caldera de Yellowstone entrara en erupción, podría suponer el fin de la humanidad. Y es que es el segundo sistema volcánico más grande del mundo, superado solo por el Toba, al cual nos estamos acercando.

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3. La erupción del Krakatoa (1883)

Estrecho de Sonda, Indonesia. 1883. Rakata es una isla volcánica ubicada dentro del archipiélago de Krakatoa entre las slas de Java y de Sumatra, al suroeste de Indonesia. Y a finales del siglo XIX, albergó uno de los eventos más mortíferos y destructivos de la historia moderna. La tarde del domingo 26 de agosto de 1883, el volcán Krakatoa entró en erupción.

La explosión, equivalente a 350 megatones, fue 23.000 veces más poderosa que la bomba atómica de Hiroshima. Esto no solo hizo que se percibiera en el 10% de la superficie del planeta o que la explosión se escuchara, siendo de más de 310 db, a más de 4.800 km de distancia y que los tímpanos de muchos marineros se rompieran, sino que la tierra se fracturara.

La superficie terrestre colapsó, destruyendo por completo el 70% de la isla y aniquilando el archipiélago circundante. 35.000 personas murieron por efecto directo de la erupción volcánica y por los tsunamis de cerca de 50 metros que originó la explosión y más de 160 aldeas fueron aniquiladas. Los materiales volcánicos llegaron hasta Sudáfrica y la columna eruptiva alcanzó los 27 km de altura y la inmensa nube provocó un enfriamiento global que perduró durante años. Una erupción colosal que rompió una isla entera. Y aun así, empequeñece al lado de lo que nos queda por ver.

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2. La erupción del Tambora (1815)

Sumbawa, Indonesia. 1815. Llegamos a la erupción más destructiva de la historia reciente. El mayor monstruo volcánico que, en los últimos miles de años, ha azotado a la Tierra. El Tambora es un volcán ubicado en la parte norte de la isla de Sumbawa, en Indonesia.

Y a principios del siglo XIX, fue el responsable de la mayor erupción volcánica registrada de todos los tiempos. Una erupción 100 veces más grande que la del Monte Vesubio y 10 veces más grande que la del Krakatoa. Era el 10 de abril de 1815. El volcán Tambora entra en erupción a través de una explosión equivalente a 130.000 bombas atómicas. Tres columnas ardientes de magma se elevaron y se fusionaron, convirtiendo a la montaña en, como relatan los escritos de la época, una masa fluida de fuego.

Fragmentos de roca de 20 centímetros de diámetro bombardearon los alrededores del volcán y las coladas de lava fluyeron por todas las direcciones de la península, aniquilando los pueblos de la isla. Provocó el colapso de la montaña y se creó una caldera con una profundidad de unos 700 metros y un diámetro de 7 kilómetros.

La explosión se oyó a más de 2.600 km y la ceniza cayó a una distancia de más de 1.300 km. La erupción mató directamente a 60.000 personas y fue responsable de un cambio climático en toda la Tierra. Expulsó tal cantidad de cenizas que las temperaturas cayeron un promedio de 2,5 grados, haciendo que el año 1816 fuese conocido como “el año sin verano”.

En Inglaterra, la temperatura media en junio fue de menos de 13 grados, la más baja registrada. Las consecuencias climáticas provocaron crisis de hambruna y de enfermedades en muchas partes del mundo y se estima que estos efectos colaterales del volcán provocaron la muerte de más de 115.000 personas.

La del Tambora es la erupción volcánica más devastadora de la que tenemos registros. Pero no es la peor de la historia. Hay una que hace que incluso el Tambora empequeñezca. Una que estuvo a punto de provocar nuestra extinción. Los humanos jamás hemos estado tan cerca de desaparecer como hace 74.000 años en el evento volcánico más mortífero que conocemos. Ha llegado el momento de hablar de Toba.

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1. La erupción del Toba (hace 75.000 años)

En el centro de la zona septentrional de la isla de Sumatra, Indonesia, se encuentra el famoso Lago Toba. Un lago que, con sus 100 km de largo y 30 km de ancho, es el más grande toda Indonesia. Un lugar increíble y hermoso a la vista que, sin embargo, esconde un oscuro secreto y un pasado devastador.

Todo el lago es una caldera volcánica. El lago Toba se formó tras la erupción volcánica más inmensa que ha presenciado el ser humano y, seguramente, la mayor en los últimos 25 millones de años. Y para comprender qué ocurrió, tenemos que viajar mucho tiempo en el pasado. A una época en la que los humanos, en el Paleolítico, todavía éramos cazadores recolectores. El Homo sapiens, que apareció hace unos 350.000 años, ya habitaba la Tierra, pero éramos comunidades nómadas que migraban constantemente y que vivían en cuevas, viviendo de lo que cazaban y de lo que recolectaban.

Y fue hace 75.000 años que, en este contexto, la especie humana estuvo a punto de desaparecer. Y esto no es una forma de hablar. Es literalmente lo que ocurrió. Tras el evento del Toba, la población de humanos en el mundo pudo reducirse a apenas 2.000 parejas reproductoras. Solo la mayor fuerza de la naturaleza pudo provocar algo así.

Hace 75.000 años, el volcán Toba entró en erupción. Una explosión volcánica 100 veces mayor que la del Tambora y equivalente a 13 millones de bombas atómicas. A día de hoy, alrededor del lago hay un depósito de ceniza de 500 metros de altura que data de 74.000 años en el pasado y que nos permite reconstruir la catástrofe que tuvo lugar. Se cree que incluso en la India pudo formarse una capa de ceniza de 30 cm de altura.

Se expulsaron 2.800 kilómetros cúbicos de material volcánico y la columna eruptiva alcanzó una altura de 50 km y la nube de ceniza rodeó el planeta en apenas 15 días, formando un cinturón alrededor del ecuador que redujo la cantidad de luz solar en entre un 20% y un 90% dependiendo de la zona. En un año, la nube había cubierto toda la Tierra, con unas consecuencias climáticas devastadoras.

Y durante 20 años, prácticamente no vemos el sol. La tierra está 20 años sin verano. Y es que la temperatura media en verano dos años después de la erupción pasó de ser de 15 grados a apenas 5. Se recuperó gradualmente, pero este enfriamiento global tuvo tiempo para desencadenar una crisis como nunca ha presenciado la humanidad.

La escasa luz solar y el descenso de las temperaturas hizo que las plantas empezaran a morir y que, por tanto, los animales herbívoros también perecieran. Así pues, además de todas aquellas personas que murieron asfixiadas por la ceniza abrasadora y afilada, los humanos, que dependían de los animales que cazaban y de los vegetales que recolectaban también empezaron a caer.

De los 200.000 seres humanos que por aquel entonces habitaban la Tierra, quedaron apenas entre 10.000 y 2.000 parejas reproductoras. En el transcurso de los veinte años que duraron las consecu encias climáticas de la erupción del Toba, la humanidad se enfrentó al cuello de botella más intenso de toda su historia. Y es que estas pocas personas que sobrevivieron determinaron nuestra evolución. Todos venimos de estos supervivientes.

Unos supervivientes que, se cree, son los que vivían en las costas del sur de África. Las otras comunidades humanas desaparecieron. Pero estas personas, en las costas de Sudáfrica, consiguieron sobrevivir al invierno volcánico alimentándose de productos del mar. Especialmente a través del marisco, estas comunidades consiguieron resistir la catástrofe y, cuando el clima se recuperó, se expandieron por el mundo.

Un cuello de botella que determinó nuestro destino. Se cree incluso que después pasamos a ser seres más sociales y menos agresivos. Todos y cada uno de nosotros procedemos de estas pocas centenares de parejas reproductoras. El volcán Toba destruyó mucho. Pero también creó la humanidad que conocemos. Como siempre, incluso en momentos de tal devastación, el equilibrio perdura. Crear y destruir. Destruir para crear. Esta ha sido la historia de nuestro planeta. Y por mucho que intentemos controlar a la naturaleza, seguirá siéndolo.

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