¿Qué son los lagos asesinos? ¿Mito o realidad?

Los lagos asesinos son uno de los mayores y más aterradores misterios de la Geología. Unos extraños sucesos asociados a erupciones límnicas que, en 1986, provocaron la tragedia del Lago Nyos, donde murieron 1.800 personas. Sumerjámonos en sus secretos.

Lagos asesinos

La Tierra, nuestro planeta y hogar en el Universo, es un refugio en medio de la inmensidad del vacío. Un paraje en el que, después de miles de millones de años, se han reunido las condiciones para separarnos de la crudeza del Cosmos, permitiendo así que la vida prolifere, se expanda y evolucione. La Tierra es un oasis en el Universo. Y aunque nuestro hogar nos brinde todas las condiciones necesarias para que vivamos en él, hay ocasiones en las que se convierte en nuestro peor enemigo.

Son muchos los fenómenos climatológicos o geológicos que representan un peligro para la vida. Terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, huracanes… Todos estos sucesos son una muestra de que la Tierra puede convertirse, en un abrir y cerrar de ojos, en una amenaza para la vida. Pero más allá de esto, estos fenómenos son bien conocidos por la ciencia. Comprendemos su origen y llevan siglos estando documentados y detallados.

Pero por mucho que creamos que hemos desvelado todos los misterios de nuestro planeta, la Tierra sigue guardando muchos secretos en sus entrañas. Hace un tiempo hablamos de las olas monstruo. Unos muros verticales de agua que podían alcanzar los 30 metros de altura y que se alzaban de repente incluso en mares en calma, arrasando con cualquier embarcación. Consideradas durante siglos como leyenda, no fue hasta el año 1995, con el suceso de la estación Draupner, que registró una de estas olas gigantes, que dejamos de ver estas olas monstruo como mitos de marineros y empezamos a aceptar su existencia.

Pero incluso algo tan aterrador como esto empequeñece al lado del que seguramente es el misterio más aterrador de la Geología. Un fenómeno que la ciencia desconocía por completo hasta que en los años ochenta tuvo lugar el que es considerado el suceso geológico más terrorífico de la Historia. 1.800 personas de un poblado camerunés fueron encontradas muertas sin ninguna explicación.

La causa de la muerte, asfixia. Y todas las pistas conducían a un mismo destino. El lago cercano al pueblo. Algo en él había asesinado a esas personas. En ese momento, el mundo conoció a los que fueron bautizados como lagos asesinos. El concepto nació y empezó una carrera para comprender la naturaleza de esta tragedia. Una carrera que iba a darnos más preguntas que respuestas y las respuestas que nos daría, estarían a medio camino entre la ciencia y la leyenda. Sumerjámonos en los secretos de los lagos asesinos.

La tragedia del Lago Nyos en 1986

Upper Nyos. Camerún. 21 de agosto de 1986. El Lago Nyos, un lago ubicado al noroeste de Camerún que tiene su origen en la inundación de un cráter volcánico, estaba, como de costumbre, tranquilo, con la luna reflejándose en sus azules aguas e iluminando el valle circundante. Ephriam Che, un joven granjero camerunés, mientras descansaba en su casa construida en un acantilado sobre el lago, escuchó un fuerte estruendo.

Creyó que se trataba de un deslizamiento de tierra y, preocupado por las casas ubicadas en zonas inferiores del valle, salió a mirar qué había ocurrido. Pero no vio nada. Nada excepto una extraña niebla blanquecina que levitaba sobre la superficie del lago. Sin darle mayor importancia y atribuyendo el estruendo a que una fuerte tormenta estaba llegando, envió a sus cuatro hijos a resguardarse en la casa. Eran las 9 de la noche. Y Ephriam, ya en la cama, empezó a sentirse mareado y con malestar. Pero nada que impidiera que se quedara dormido.

Ephriam despertó al amanecer. La sensación de mareo continuaba, pero como cada día, se dispuso a bajar por el acantilado en dirección al pueblo. Con las primeras luces del alba, vio que las cristalinas y azules aguas del lago habían tomado un extraño tono rojizo que no recordaba haber visto nunca. Algo dentro de él le decía que estaba ocurriendo algo.

Y entonces, el más puro silencio. Un inquietante silencio que jamás había sentido. No se escuchaba a la gente. No se escuchaban pájaros. No se escuchaba el zumbido de los mosquitos. Nada. En ese momento, el terror invadió su cuerpo y corrió hacia el pueblo. Solo para descubrir el horror.

Decenas de cuerpos inertes, de hombres, mujeres, niños y ancianos, desplomados y desperdigados por el suelo. Ephriam trató de reanimar a aquellos con los que se encontraba. Pero no pudo. Todos estaban muertos. Los 30 habitantes del Upper Nyos habían fallecido. Y en las afueras del pueblo, 400 vacas también muertas. Ephriam, incluso ante esa escena macabra y viendo a quienes eran sus amigos muertos en el suelo, se dio cuenta de algo que terminó de helar su sangre. Ni siquiera había moscas sobre los cadáveres. Las moscas también habían muerto.

Presa del pánico, fue corriendo hacia el poblado de Lower Nyos, situado más abajo de la colina, donde vivían más de mil personas, entre ellos sus padres, hermanos, tíos y tías, para contar lo que había ocurrido. Pero al llegar ahí, descubrió lo que él mismo, tiempo después, definió como el fin del mundo. Más de mil cadáveres esparcidos por el suelo. Ni una sola gota de sangre ni el menor indicio de violencia. Todo el pueblo se había, simplemente, desplomado. Ephriam había sido el único superviviente de la tragedia del lago Nyos. Una tragedia que, evidentemente, encendió las alarmas en todo el mundo.

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El despertar de los lagos asesinos: sin pistas del crimen

Inmediatamente después de que este suceso fuera reportado, las autoridades camerunesas y la comunidad internacional se sumieron en el más absoluto caos. Llegaron brigadas con equipos de investigación para inspeccionar lo ocurrido. Pero al llegar ahí y ver la escena, cualquier relato de terror dantesco se convertiría en un cuento infantil.

El cómputo final de víctimas fue de entre 1.834 personas. Prácticamente todos aquellos que vivían en un radio de 23 km alrededor del lago habían fallecido. Todas ellas fueron encontradas en los lugares donde solían estar a las 9 de la noche, justo la hora en la que Ephriam dijo haber escuchado el misterioso estruendo.

Pero si esto no fuera suficiente, descubrieron también 3.500 vacas muertas y lo que seguramente es peor: si bien muchas personas parecían haber caído desplomadas, muchas otras tenían indicios de haberse suicidado. La reconstrucción de la escena estimó que muchos habitantes, al ver a sus familiares y amigos muriendo sin explicación, no pudieron aguantar tal nivel de dolor y se quitaron la vida.

Pero más allá de estas cifras, los equipos de investigación cameruneses regresaron a la capital sin ninguna respuesta. No había ninguna explicación a esas muertes. Ni una sola. Y los expertos, al volver, tuvieron que decir, en rueda de prensa, que lo que había sucedido en el lago Nyos era la catástrofe más extraña que había presenciado la humanidad en los últimos siglos.

Esto hizo que la tragedia se convirtiera en un fenómeno mediático. No tardó, pues, en aparecer la rumorología y en surgir todo tipo de teorías. Desde ensayos de armas químicas o bacteriológicas del Ejército de Camerún hasta conspiraciones perpetradas por el gobierno estadounidense, pasando por mitos locales que hablaban de espíritus que dormían bajo las aguas del lago y que, por una ofensa, despertaron en cólera aquella noche de agosto para exterminar a la población.

Por suerte, alguien recayó en que aquello que acaba de suceder en el Lago Nyos tenía un antecedente histórico. Sí era la tragedia más grande, pero no era la primera vez que el mundo presenciaba algo así. Y no teníamos que irnos muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio.

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Monoun, Sigurdsson y la verdad silenciada

15 de agosto de 1984. Lago Monoun. 90 km al sur del Lago Nyos. Justo dos años antes de la tragedia del lago Nyos había sucedido algo muy parecido en el lago Monoun, otro lago camerunés situado también sobre un cráter volcánico. En este caso, 36 personas fueron encontradas muertas sin indicios de violencia en las inmediaciones del lago, tanto aquellas que conducían por la carretera próxima como las que habitaban las granjas circundantes, en unas condiciones muy similares a las que más tarde veríamos en Nyos.

Pero en aquella ocasión, los funcionarios, a diferencia de la tragedia de 1986, sí que repararon en la naturaleza geológica de la zona. Monoun era un lago volcánico. Quizás, el volcán había despertado. Pero como no se observaron nubes de ceniza, coladas de lava, flujos piroclásticos o cualquier otra prueba de erupción, casi nadie apoyó esta teoría.

Casi nadie excepto los expertos de la embajada de Estados Unidos en Yaundé, la capital de Camerún, que invitaron a Haraldur Sigurdsson, un reputado vulcanólogo islandés, a viajar al lago Monoun para investigar lo ocurrido. Si alguien podía vincular el misterioso suceso con la actividad volcánica del lago, ese era Sigurdsson.

El vulcanólogo estuvo realizando estudios de campo en el terreno y en el lago durante interminables jornadas. Y no encontró nada. No había absolutamente ningún indicio de que la tragedia estuviera asociada a la vulcanología. Pero cuando ya estaba recogiendo su equipo viendo cómo todo el esfuerzo no había servido para nada, sucedió algo extraño que iba a cambiar el rumbo de esta historia.

El tapón de una botella llena con agua del lago de la que se había olvidado durante la toma de muestras salió despedido como cuando descorchas una botella de champán. Y solo había una explicación a esto: el agua del lago debía estar cargada de dióxido de carbono a unos niveles totalmente inusuales. De una forma totalmente accidental y casual, Sigurdsson había encontrado la que seguramente era el arma del crimen.

Y es que Sigurdsson llegó a la conclusión de que las muertes en el lago Monoun podían haberse debido a una asfixia por dióxido de carbono. Un gas que representa apenas el 0,035% del aire que respiramos. Pero al ser más denso que el aire en conjunto, cuando se encuentra en altas concentraciones desplaza al oxígeno y a los otros gases.

A concentraciones del 5% de dióxido de carbono, las velas pueden apagarse por este desplazamiento físico del oxígeno. A concentraciones del 10%, puede provocar náuseas e hiperventilación. Y a concentraciones del 30%, una persona cae desplomada por falta de oxígeno y muere por asfixia en pocos minutos. Sigurdsson creía que la explicación de la tragedia es que del lago había emanado una nube de dióxido de carbono que había desplazado el oxígeno de toda la zona cercana.

Conjeturó que, debido a la naturaleza volcánica del lago, desde su cámara magmática profunda y a través de fisuras en la corteza, había podido ocurrir una percolación de gases, especialmente de CO2, hasta las zonas más profundas del lago. Ahí se habría ido acumulando el dióxido de carbono generando una bomba gigantesca de dióxido de carbono disuelta en agua que, de forma repentina, podría haber liberado una nube de gas al exterior mortal para cualquier ser vivo.

Confiando en que su teoría iba a ser conocida por el mundo y a ser estudiada por otros expertos, Sigurdsson escribió en 1986 sus conclusiones y las envió a la revista Science, afirmando haber descubierto un riesgo desconocido hasta la fecha y que podía causar miles de muertes en el mundo. Pero los directores de la revista se negaron a publicar su trabajo, calificándolo de alarmista y descabellado. Así, injustamente, la teoría de Sigurdsson caería en el olvido. Y como la noticia del lago Monoun jamás llegó a ser mediática, prácticamente nadie se interesó por lo que el vulcanólogo tenía que contar al mundo.

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Haraldur Sigurdsson.

Un asesinato mediático: la ciencia llega a Nyos

Pero cuando apenas unos meses después sucedió la tragedia del lago Nyos, donde murieron esas 1.800 personas, todo cambió. Los hechos del suceso se expandieron por el mundo entero. Y en este contexto, Sigurdsson pudo, por fin, publicar su trabajo y dar a conocer a la comunidad científica internacional el hallazgo que había hecho.

En el mundo existían 474 lagos volcánicos. Y por lo que Sigurdsson había descubierto, de cualquiera de ellos podía, de repente y sin previo aviso, emerger una nube mortal de dióxido de carbono que provocaría la muerte por asfixia a todo aquel ser vivo que se encontrara a varios kilómetros a la redonda. Todas las alarmas de todos los gabinetes del mundo se encendieron. Había que comprender exactamente qué había sucedido en Monoun y Nyos.

En pocos días, se reunió un equipo de reputados vulcanólogos y limnólogos de todo el mundo para que se desplazaran al lago Nyos. Aquellos científicos, por presión de sus propios gobiernos que respondieron al auxilio de las autoridades camerunesas, fueron a la zona cero, sin saber exactamente qué había pasado o si podía volver a ocurrir y teniendo que ver miles de cadáveres de animales en descomposición y las fosas comunes donde el ejército de Camerún había enterrado los cadáveres de los fallecidos en la tragedia.

Y en cuanto empezaron a adentrarse en sus aguas, más se dieron cuenta de que lo que había predicho Sigurdsson tenía muchas opciones de ser real. No había indicios de erupción volcánica subacuática. Todo estaba en calma. Una calma que contrarrestaba con el horror que aguardaba todavía alrededor del lago.

Pero ningún asesinato es perfecto. Y tras semanas de investigación, los científicos desplegados en la zona cero fueron capaces de reconstruir la escena del crimen. Y lo que descubrieron nos hizo no solo reescribir todo lo que creíamos conocer sobre la naturaleza geológica de los lagos volcánicos, sino atemorizarnos por lo que la naturaleza puede depararnos.

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Las erupciones límnicas: ¿qué son y cómo ocurren?

El lago Nyos se había formado tras la inundación del cráter de un antiguo volcán que estuvo activo hace unos 30 millones de años. La acumulación de cenizas hizo que se desarrollara un edificio volcánico inusualmente profundo, de 226 metros en su punto de máxima profundidad. Tras la inundación, el lago resultante, a causa de esta enorme profundidad y de su forma geométrica tan estrecha, tenía una presión hidrostática extraordinariamente elevada.

Hablamos de una presión 23 veces superior a la atmosférica, suficiente como para mantener retenidos y disueltos en agua los gases volcánicos que o bien se generaron en las propias erupciones volcánicas cuando el volcán estaba activo o bien habían sido transportados desde la cámara magmática a través de fisuras en la corteza terrestre, a través de la percolación, es decir, el paso lento de gas a través de un sólido poroso, que había predicho Sigurdsson.

Así, podrían haberse acumulado enormes cantidades de dióxido de carbono en las profundidades del lago. Y al estar ubicado en una latitud tropical, a diferencia de otras regiones más al norte o al sur en la que los lagos son homogéneos, no se podía producir una mezcla de los gases disueltos. Por tanto, se había desarrollado una estratificación por capas que se habría mantenido estable e inmutable durante siglos o incluso miles de años.

Pero basta una pequeña chispa para desencadenar un incendio. Algo había tenido que ocurrir en el lago para que el dióxido de carbono, retenido en las profundidades, emergiera hasta la superficie. La teoría de que un desprendimiento de rocas fue lo que estuvo detrás es la más aceptada, pues permitiría explicar el por qué de aquel estruendo que escuchó Ephriam aquella fatídica noche. Pero a día de hoy, la causa exacta sigue siendo una incógnita.

Aun así, sucediera lo que sucediera, ya fuera un desprendimiento, un pequeño terremoto, una caída brusca de la temperatura del agua del lago, un fuerte viento o simplemente una sobresaturación por inyección continua de CO2, lo que detonó la tragedia fue una desestabilización del lago, cosa que provocó un volteo de las capas y un brusco ascenso de agua saturada en dióxido de carbono desde regiones más profundas hasta zonas más próximas a la superficie.

Esto hizo que el dióxido de carbono, por el cambio de presión, entrara en ebullición, es decir, pasara de estar disuelto en el agua a estar en fase gaseosa. Las burbujas empezaron a converger en una única y gigantesca burbuja que emergió de las profundidades del lago a una velocidad de 71 metros por segundo.

Esto habría provocado la liberación de una nube de dióxido de carbono y de otros gases volcánicos con un volumen de 1’2 kilómetros cúbicos, cosa que equivaldría a diez campos de fútbol. La nube mortal, que alcanzó una altura de 250 metros, descendió por el valle a 70 km/h, separando físicamente el oxígeno y sepultando los poblados bajo una invisible capa de aire tóxico que envenenó y mató en cuestión de minutos a la práctica totalidad de la población humana y animal.

Todo encajaba. Por eso Ephriam, con una casa más elevada en el acantilado, se había salvado de la nube, que por densidad estaba a ras de suelo. Por eso escuchó el estruendo. Y por eso vio esa niebla blanquecina en la superficie del lago. Habíamos resuelto el crimen. Pero el miedo no había hecho desaparecido. Todo lo contrario.

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El proyecto de desgasificación y el futuro de los lagos asesinos

Era el año 1987. Un año después de la tragedia del lago Nyos y tras descubrir el, hasta aquel momento desconocido proceso geológico que emergía de las profundidades del lago, el vulcanólogo francés Jean-Christophe Sabroux, en la Conferencia de la Unesco celebrada en Yaundé, hizo públicos los resultados y bautizó el término de “erupción límnica”.

Un concepto que, en contraposición a las erupciones volcánicas subacuáticas que conocíamos, apela al proceso a través del cual puede emerger el gas tóxico acumulado en las profundidades de un lago volcánico en forma de nube letal. Esta conferencia puso en marcha proyectos para desgasificar los lagos de Monoun y Nyos, pero en primera instancia, todos fueron a pequeña escala y desarrollados por las tecnológicamente limitadas instituciones camerunesas.

Aun así, en el año 2001, empezaron proyectos a mayor escala financiados por instituciones estadounidenses, japonesas y francesas, con construcciones de ingeniería que permitieron comenzar a desgasificar grandes cantidades de los gases almacenados en las profundidades de estos lagos para que no volviera a repetirse una tragedia como la de 1986.

Tras unos cuantos años de intensa desgasificación, el año 2011 el lago Monoun se consideró definitivamente desgasificado. Y en el caso del lago Nyos, si bien no se prevé que sus fuentes se agoten hasta dentro de varios años, la altura de los géiseres de extracción es de menos de 2 metros, una cifra que nada tiene que ver con los 50 metros que tenían al inicio de la extracción.

Este proyecto es una de las mayores muestras de colaboración científica internacional, mostrando cómo, a lo largo de tres décadas, muchos países han unido fuerzas con Camerún para hacer frente y desentrañar los misterios de un suceso geológico que, si bien ha sido resuelto en gran medida, sigue escondiendo muchas aterradoras incógnitas.

Y es que desde entonces y hasta el día de hoy, solo dos catástrofes así se han documentado. La de Monoun y la de Nyos. Pero no olvidemos que hay 474 lagos volcánicos en el mundo, algunos de ellos, como el lago Kivu, uno de los grandes lagos de África, con una cantidad de dióxido de carbono almacenado en sus profundidades mil veces superior a la del lago Nyos y Monoun juntos.

Todavía no entendemos exactamente todas las condiciones que deben reunirse para que ocurra una erupción así. Pero lo que está claro es que en muchos lugares del mundo existen bombas límnicas que podrían detonar en cualquier momento. Los lagos asesinos nos demuestran que el mundo todavía encierra muchos secretos, que hay veces en las que nuestro apacible hogar en el Universo decide convertirse en un lugar donde la oscura realidad supera a la más dantesca ficción y que las profundidades del mar y de los lagos nunca van a dejar de sorprendernos, pero también de aterrarnos.

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