Las 3 diferencias entre Altruismo y Generosidad (explicadas)

Altruismo y generosidad son dos términos muy utilizados que hacen referencia a la ayuda desinteresada hacia los demás. No obstante, ambos tienen matices diferentes que es importante conocer.

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Desde comienzos del siglo pasado, el individualismo ha pasado a ser la característica definitoria de nuestra sociedad. Los avances y cambios que se han venido produciendo en las últimas décadas y que han configurado el mundo moderno han expandido a todos los estratos de la sociedad una serie de preferencias y valores. Todos nos hemos visto seducidos por un estilo de vida que busca continuamente la novedad, el culto al bienestar y el desarrollo personal sobre todas las cosas. En definitiva, nos hemos habituado a un mundo frívolo, donde las necesidades y deseos propios son siempre la prioridad.

Estos procesos de individualización han acarreado consecuencias positivas y negativas. En un sentido positivo, la nueva organización de la sociedad ha favorecido la creación de relaciones interpersonales más horizontales, así como una mayor valoración del individuo y las diferencias particulares de cada persona. En cambio, como efectos negativos podemos encontrar una importante reducción de la cohesión social y una pérdida de la solidaridad hacia los demás.

Debido a la cada vez mayor escasez de valores como la generosidad y el altruismo, es necesario recuperar este tipo de comportamientos para fortalecer de nuevo nuestro sentido de comunidad. Entrenar este tipo de actitudes es una labor que debe ponerse en marcha desde la infancia, pues solo así lograremos construir una sociedad justa, equitativa, libre y unida.

Aunque los términos altruismo y generosidad te resultarán probablemente familiares, lo cierto es que no siempre parece estar claro lo que significan. Por eso, en este artículo vamos a comentar qué son y cuáles son las diferencias clave entre ambos.

¿Qué es la generosidad?

La generosidad se define como el hábito de dar o compartir con los demás sin esperar nada a cambio. Hemos escuchado muchas veces que es bueno dar lo que tenemos a los que más lo necesitan, que compartir es vivir y que nunca debemos ayudar sólo por esperar algo a cambio. Sin embargo, estos mensajes de amor al prójimo pueden esconder una cara más oscura y egoísta.

La generosidad es un valor muy apreciado en nuestra sociedad actual, de forma que todos los actos en la línea de esta actitud son siempre muy aplaudidos. Sin embargo, la generosidad puede ser, en sí misma, un acto encaminado al propio beneficio.

De acuerdo con las investigaciones realizadas, cuando actuamos de manera generosa con los demás se activan zonas cerebrales relacionadas con la satisfacción y el placer. Incluso, parece que las personas con más tendencia a la generosidad tienden a disfrutar de un mejor estado de salud y mayor longevidad.

Añadido a esto, ser generoso contribuye a que disfrutemos de una red social más amplia y sólida, pues esta conducta nos ayuda a estrechar lazos con los demás. Así, este tipo de personas tienden a sentirse mucho más integradas en su comunidad y más satisfechas consigo mismas. Por todo ello, podríamos decir que, en un sentido egoísta, ser generoso es una actitud bastante interesante.

No obstante, estos beneficios ligados a los actos solidarios no siempre se perciben de manera consciente. De hecho, hay quienes sostienen que el ser humano tiene la capacidad innata de pensar en el otro, ya que esto es clave para lograr una convivencia sana y equilibrada. Aunque puede que nuestra especie tenga de manera natural la tendencia a ayudar al otro, no está de más enseñar ejemplos de ayuda a los demás desde la primera infancia. De esta manera, es más probable que la sociedad esté formada por personas solidarias y comprometidas.

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¿Qué es el altruismo?

El concepto de altruismo fue ideado por el filósofo francés Augusto Comte en el siglo XIX, quien lo definió como esa tendencia que lleva a una persona a procurar el bien ajeno a costa del propio. Se podría decir que esta forma de ayuda sí que es profundamente desinteresada, pues no hay beneficios secundarios e incluso la persona que tiende su mano a quien lo necesita puede salir perjudicada. De esta manera, el altruismo representa la cara opuesta al egoísmo.

Cuando alguien se comporta de forma altruista ayuda a los demás sin buscar su propio beneficio, siendo la única prioridad la de hacer el bien por otras personas. Llegar a este nivel de compromiso con la sociedad requiere grandes dosis de empatía y una enorme voluntad para hacer renuncias personales.

El concepto de altruismo no está libre de controversia. Hay quienes defienden que el altruismo como tal no existe y que siempre esconde algún interés o beneficio subyacente. Este interés secundario puede ser consciente o no, pero para muchos siempre está ahí a la hora de ayudar a los demás. Por lo tanto, en este caso hablamos de una especie de pseudo-altruismo, un acto que lejos de ser desinteresado puede esconder cierto egoísmo. En cambio, hay quienes sí creen en el altruismo puro y real, como conducta motivada únicamente por el sentimiento de empatía y el deseo de reducir el sufrimiento ajeno.

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Altruismo y generosidad: ¿en qué se diferencian?

Ahora que ya hemos hablado acerca de qué son el altruismo y la generosidad, vamos a comentar las diferencias principales entre ambos.

1. El altruismo es un término filosófico, la solidaridad es un valor.

El altruismo es un concepto filosófico que fue ideado por Augusto Comte en el siglo XIX, entendiéndolo como el término opuesto al egoísmo. En cambio, la generosidad es un valor muy apreciado en nuestra sociedad, que se relaciona con la importancia del compartir y dar a los demás sin esperar nada a cambio.

2. En la generosidad no se ve mermado el bienestar individual; en el altruismo, a veces sí.

En el caso de la generosidad, se promueve la importancia de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. Sin embargo, una actitud generosa no implica hacer renuncias personales importantes ni salir de nuestra zona de confort. Es decir, podemos ser generosos sin sacrificar nuestro bienestar. De hecho, la generosidad se suele relacionar con la abundancia.

Esto se traduce en que se da y se comparte cuando ya se ha alcanzado un umbral de recursos determinado, en el que ofrecer algo a los otros no supone una pérdida significativa. Un ejemplo de generosidad puede ser donar una considerable cantidad de dinero a alguna ONG cuando se posee mucha riqueza.

Por el contrario, cuando hablamos de altruismo sí que puede verse afectado el propio bienestar. En el altruismo puro no existen ganancias secundarias, por lo que muchas veces ser altruista requiere renunciar a cosas valiosas para nosotros, como por ejemplo nuestro tiempo. Así, un ejemplo de altruismo lo podemos encontrar en los voluntarios que dedican su tiempo y paciencia a ayudar a otros. Añadido a esto, el altruismo puede llevarse a cabo en personas a las que en absoluto les sobran los recursos. Así, a pesar de tener muy poco, son capaces de dar y compartir lo que tienen.

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3. El papel de la cultura

Debido a nuestra naturaleza social y tendencia innata a buscar establecer lazos con los demás, parece que todos nacemos con cierto instinto de ayuda al otro. Sin embargo, parece que la cultura y el entorno donde nos desarrollamos influye notablemente en este sentido, pudiendo hacernos más o menos egoístas. Hay algunos ejemplos que nos pueden ayudar a entender cómo nos influye el contexto social a la hora de ser más o menos altruistas o generosos.

La religión es uno de esos aspectos que condicionan el comportamiento de ayuda hacia los otros. Por ejemplo, en la religión cristiana se mantiene como principio el ayudar al prójimo. Así, si crecemos en un entorno practicante de esta religión, es más probable que adoptemos este tipo de principio.

No obstante, y retomando el dilema que comentábamos antes, hay quienes entienden que este no sería un acto solidario real, pues se ayudaría a los demás para evitar ser un mal cristiano y mantener una buena imagen más que por un sentimiento real de empatía hacia el otro. Esta idea puede ser acertada, pues permitiría explicar por qué ciertas personas solo ayudan a quienes comparten su mismo esquema de valores o misma religión.

Las costumbres sociales también pueden hacernos más o menos altruistas. Es bien sabido que en la época navideña se produce una explosión de solidaridad y amor al prójimo nunca vista durante el resto del año. En estas fechas nos volcamos más en quienes se encuentran más aislados o desfavorecidos, nos reunimos con la familia e intercambiamos regalos. Así, la influencia de la cultura nos hace adoptar una actitud diferente a la que solemos tener normalmente.

No obstante, cabe señalar que la generosidad y el altruismo son bienvenidos, siempre y cuando se genere bien a otras personas. Con independencia de la motivación que haya detrás, los actos de ayuda a los demás son siempre positivos y permiten hacer una sociedad más justa y equitativa. Aunque a veces podamos actuar movidos por deseos internos, por creencias religiosas impuestas o porque queremos transmitir una imagen mejor, en cuestión de solidaridad lo que importa no es tanto el proceso sino el resultado.

Ayudar a los demás nunca sobra y es responsabilidad de todos la de tratar de aportar nuestro granito de arena a la sociedad. Lograr un mundo menos individualista y más cohesionado es un asunto pendiente. Sin embargo, con el esfuerzo de cada uno de nosotros podemos conseguir superar la barrera de lo frívolo y del yo, yo y después yo, para empezar valorar también lo que necesitan los demás.

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