Los 4 estilos de crianza (y sus características)

Los progenitores pueden desarrollar la crianza de los hijos acorde a diferentes estilos. Adoptar un estilo que equilibre la firmeza con el afecto es la alternativa más saludable para el desarrollo durante la infancia y el establecimiento de un vínculo seguro.

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Nuestros padres son las primeras personas con las que formamos un vínculo de apego. Son ellos nuestra referencia y nuestro sostén emocional desde los primeros momentos, por lo que su forma de criar cobra enorme relevancia. La mayoría de progenitores tratan de cumplir su papel de la mejor forma posible. Sin embargo, no todos adoptan el mismo estilo a la hora de educar.

Es necesario tener en cuenta que la forma en la que realizan su función es especialmente importante para el desarrollo físico y mental de los hijos, pudiendo beneficiar o perjudicar dependiendo del caso. En este artículo hablaremos acerca de los diferentes estilos de crianza que existen y qué efectos se derivan de cada uno de ellos.

Los 4 estilos de crianza

Fue la psicóloga Diana Baumrind la pionera a la hora de estudiar los estilos parentales. Para conseguirlo, desarrolló un estudio en el que analizó el comportamiento de 100 niños con edades de entre 3 y 5 años, entrevistando además a sus respectivos padres y madres. Tras este exhaustivo trabajo, Baumrind pudo identificar tres estilos de crianza: autoritario, permisivo y democrático. Posteriormente, se añadiría también un cuarto estilo: el negligente. A continuación, vamos a comentar las características de cada uno de ellos.

1. Estilo permisivo

El estilo permisivo de crianza es aquel en el que no hay normas o límites bien establecidos. Los padres tienden a consentir a sus hijos, satisfaciendo sus necesidades al momento. En estos casos, los niños tienden a asumir que sus deseos son necesidades que imperiosamente deben cumplir, esperando que el resto de personas se encarguen de que así sea. En general, adoptan una actitud dominante con los demás, llegando a ser muy rebeldes, impulsivos e inconformistas.

Los niños que se han educado en un clima sin límites bien establecidos suelen ser más irresponsables. Les cuesta comprometerse porque nadie les enseña la importancia de hacerlo. No cuentan con un marco de referencia que les facilite el organizarse y contar con cierto nivel de disciplina. En los casos más severos, pueden aparecer problemas de conducta y una dificultad marcada para adherirse a las normas.

2. Estilo autoritario

Los padres de estilo autoritario tienden a ser progenitores muy exigentes, que educan imponiendo en lugar de negociar. La voz de los hijos no se escucha porque se asume que son los padres los que deben tomar las decisiones. En caso de no acatarse las normas, se aplican castigos diversos. Los padres autoritarios suelen destacar por su escasa calidez y cercanía, lo que hace que los hijos crezcan sintiéndose poco valiosos e incapaces de tener voz propia.

Los niños que crecen en hogares autoritarios suelen tener una autoestima pobre y desarrollar conductas agresivas y hostiles. No obstante, también es posible que se vuelvan sumisos, inseguros o demasiado exigentes consigo mismos, ya que interiorizan como propia la voz crítica de sus progenitores. En el plano escolar, suelen ser niños poco seguros de sus capacidades, que se exigen en demasía hasta el punto de sufrir niveles intensos de ansiedad, estrés y competitividad. Se fuerza su proceso de madurez y eso hace que pierdan la espontaneidad y despreocupación propia de la infancia feliz.

3. Estilo democrático

El estilo democrático es aquel que se considera más saludable para el desarrollo de niños y niñas. Los padres que lo ponen en práctica suelen equilibrar el establecimiento de límites con un clima afectuoso y de respeto hacia los hijos. Esto permite que la relación entre ellos sea fluida, cercana y basada en la confianza. Se brinda estructura con cierta flexibilidad, sin jamás retirar el amor y la atención que los niños necesitan.

Los niños que son criados en un estilo democrático crecen sintiéndose seguros, confiados y felices. Suelen tener una mayor capacidad para empatizar, confiar en los demás y también en sí mismos. A nivel académico, los niños que se han educado en este estilo suelen vivir su desempeño de forma equilibrada. Entienden que acudir a clase y aprobar es una responsabilidad, pero asumen que no siempre se pueden obtener resultados positivos. Esto les hace desenvolverse de manera más confiada y templada, sin dejarse llevar por una autoexigencia dañina ni abandonar por completo la dedicación a sus tareas

4. Estilo negligente

El estilo negligente es aquel en el que los progenitores no atienden adecuadamente las necesidades físicas y/o emocionales de los hijos. No hay normas ni afecto, hasta el punto de que son terceras personas las que asumen las riendas de la crianza. Los niños crecen sintiéndose no merecedores de amor y atención, lo que daña seriamente su autoestima y su desarrollo general.

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¿Qué estilo de crianza es mejor?

Como hemos podido ver, los estilos de crianza se definen en torno a dos dimensiones: el grado de afecto o cercanía y el grado de firmeza en los límites. Un estilo autoritario prima las normas rígidas sobre el amor, mientras que el permisivo es cercano pero carente de estructura. El negligente sencillamente carece de ambos componentes, ya que no hay normas ni interés hacia los hijos.

Como podrás imaginar, lo ideal es hallar un equilibrio donde haya cabida para la disciplina pero también para el cariño y las atenciones. Ser firmes no está reñido con la sensibilidad, y aunar ambos elementos es lo que permite construir un estilo de crianza saludable para el desarrollo de los hijos. Los padres democráticos son los más exitosos en su papel, pues consiguen que sus hijos se adhieran a las normas y comprendan que hay límites sin dejar por ello de sentirse queridos, valorados e importantes. La voz de los pequeños no es la que dicta lo que se hace y lo que no, pero siempre es escuchada y tenida en consideración.

Aunque esta clasificación marca diferencias claras entre los diversos estilos, lo cierto es que no siempre se produce una identificación exclusiva con uno de ellos. Es posible que se entremezclen distintos tipos o que el estilo cambie dependiendo del momento. A veces, también sucede que los padres no se ponen de acuerdo en su forma de criar y recurren a estilos opuestos entre sí. En estos casos, es fundamental encontrar coherencia y dar pautas conjuntas que no se contradigan y generen confusión en los hijos.

La crianza saludable es aquella que da valor a los niños, tratándolos con respeto, consideración y mucho cariño y dándoles la estructura que necesitan. Criar y lograr disciplina es posible sin recurrir a medios violentos como los gritos, las malas palabras o las agresiones. La violencia de cualquier tipo es dañina para el desarrollo de los más pequeños y daña el vínculo entre padres e hijos. Huir de los típicos “lo hace por llamar la atención” es importante, ya que sólo superando esto podemos empezar a buscar respuestas y comprender qué necesitan los hijos y cómo se pueden satisfacer esas necesidades.

Acercarse al estilo democrático es posible

Si eres padre o madre y crees que puedes mejorar algunos aspectos de tu estilo de crianza, es posible que te ayuden algunas recomendaciones para acercarte más a un estilo democrático.

  • No utilices la violencia: Evita inculcar disciplina a base de gritos, insultos y mucho menos violencia física. El castigo tiene muchos más efectos negativos que positivos, ya que no fomenta la comprensión genuina de las normas y además merma la autoestima y la salud mental de los niños.
  • Escucha: La comunicación es uno de los pilares de una crianza democrática. No actúes con superioridad y trata de escuchar lo que tus hijos pueden decirte, lo que piensan y sienten. Escuchar y hablar ayuda a nutrir el vínculo y la confianza.
  • Aplica normas pero trata de explicar su sentido: Imponer normas porque sí no tiene mucho sentido, pues los hijos no comprenden por qué estas deben acatarse. La adherencia a ellas es más sencilla cuando se brinda una explicación razonada que dé cuenta de su utilidad. En algunos casos, las normas pueden incluso negociarse para que sean acogidas de forma más positiva. Esta negociación es especialmente importante en la adolescencia.
  • Informa a tu hijo de las consecuencias asociadas a su mala conducta: Es importante que los hijos sepan de antemano qué normas hay en casa y qué consecuencias concretas suceden si estas no se cumplen. Informar previamente permite que tengan la posibilidad de decidir si desean o no seguir adelante con una conducta inadecuada.
  • Cuida el vínculo: El vínculo es lo más importante cuando se trata de criar. De nada sirve poner normas si no hay una base de amor, seguridad y confianza. Nutrir el vínculo es esencial para poder educar con éxito, por eso es crucial que los padres sean afectuosos y pasen tiempo de calidad con sus hijos.
  • Sé consistente: El estilo democrático no renuncia a la firmeza, y esto significa que debe existir cierta consistencia a la hora de aplicar las consecuencias de las conductas. De nada sirve castigar un comportamiento un día y no hacerlo otro o amenazar con castigos que nunca se hacen realidad.
  • No actúes como un amigo: Los padres son padres, no amigos. Dar afecto y escucha no debe implicar jamás renunciar a la estructura, las normas y el respeto.
  • Evita las etiquetas: Lo que se debe criticar son conductas, no al propio niño como tal. Evita calificar con adjetivos o etiquetas, porque esto suele ser dañino para su autoestima.
  • Evita comparaciones: Las comparaciones son odiosas y merman la autoestima. Valora a tu hijo por lo que es sin compararle con hermanos, amigos o cualquier otra persona.
  • Elogia los comportamientos positivos: No sólo es importante que haya consecuencias ante conductas inadecuadas. También es clave que se refuercen los comportamientos que sí son adecuados.
  • Repara el daño y enseña a reparar: Los padres no son perfectos y pueden cometer errores y dañar. Una vez hecho esto, es importante saber rectificar y pedir disculpas. Sé ejemplo y enseña a tu hijo la importancia de que él también repare el daño cuando lo provoca.
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