¿Por qué nos enamoramos?

¿Cuál es el significado biológico del amor? ¿Qué ocurre en nuestro cuerpo cuando nos enamoramos? Analicemos la ciencia detrás del amor.

¿Por qué nos enamoramos?

“Sentir mariposas en el estómago” es, desde luego, mucho más bonito y poético que decir “siento mariposas en el hipocampo”. Pero lo cierto es que todas las emociones que experimentamos durante el enamoramiento son debidas a la producción de determinadas hormonas, las cuales se generan repentinamente cuando notamos ese “flechazo” por alguien.

De todos modos, el amor no es algo exclusivo de los humanos. Todos los animales con capacidad reproductiva lo experimentan - cada uno con sus matices - ya que el amor es una de las estrategias más efectivas de la naturaleza para asegurar la supervivencia de la especie.

En el artículo de hoy hablaremos sobre la ciencia detrás del amor y veremos tanto los procesos que ocurren cuando estamos enamorados de alguien como el significado evolutivo de esta emoción, además de responder muchas otras preguntas que seguro que te has hecho sobre la biología del amor.

¿Qué es el amor?

La pregunta más básica es, quizás, la más difícil de responder. El “amor” toma un significado diferente no solo dependiendo desde qué punto de visto lo enfoques, sino de a quién se lo preguntes.

Si le preguntas a un poeta, quizás te diga que es la fuerza que mueve el mundo. Si le preguntas a un biólogo, seguramente te diga que es una reacción metabólica más de nuestro cuerpo. Y si se lo preguntas a un fanático del fútbol, te dirá que es lo que siente por su equipo favorito.

De todos modos, hoy nos interesa quedarnos con la definición más científica del amor. Y, pese a que sigue sin haber consenso, podríamos definir el amor como el conjunto de reacciones hormonales que ocurren en nuestro cuerpo que nos llevan a sentir un afecto muy grande por una persona, a estar atraídos sexualmente por ella y a tener la necesidad de que la otra persona sienta lo mismo por nosotros.

Evidentemente, el “amor” como tal tiene muchos matices y cada persona lo experimenta de una manera distinta y con una fuerza mayor o menor. Sea como sea, podemos entender el proceso de enamoramiento como una reacción más de nuestro cuerpo a un estímulo.

Es decir, enamorarse es experimentar unas sensaciones de bienestar incitadas por los cambios fisiológicos generados por unas hormonas, las cuales son sintetizadas por nuestro cuerpo después de percibir un estímulo concreto. En este caso, la presencia de una persona que, tanto por lo que percibimos a través de los sentidos como por las conexiones cerebrales que despierta en nosotros, hace que “suframos” esa cascada hormonal.

¿Qué finalidad biológica tiene enamorarse?

Llorar, tener ansiedad, miedo al rechazo, pérdida de apetito, dificultad para concentrarse… El “enamoramiento” tiene una sintomatología peor que muchas enfermedades y muchas veces no termina con un final feliz. Entonces, ¿por qué sentimos la necesidad de enamorarnos? ¿Por qué queremos sentir amor?

Queremos enamorarnos porque no olvidemos que somos un “camión” que transporta genes. Nosotros seremos el vehículo, pero los que están al mando son los genes. Todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que sentimos… Podemos tener la falsa esperanza de que hay cosas que controlamos nosotros. Pero no. Todo lo que experimentamos va mediado por hormonas, y los ingredientes para producir las hormonas están en nuestro material genético.

Los genes son la fuerza más grande de la naturaleza. No hay forma de detener aquello para lo que estamos programados. Del mismo modo que hay “algo” que nos hace huir de las cosas que nos dan miedo, que hace que dejemos de tocar algo cuando quema, que nos despertemos a media noche si oímos un ruido, etc, hay algo que nos lleva a enamorarnos.

Los genes están diseñados única y exclusivamente para “propagarse” de generación en generación. Este es el significado de la vida. Conseguir que nuestros genes se multipliquen, asegurando así la supervivencia de la especie. No hay más.

Y todo aquello que puedan hacer los genes para asegurarse de que van a extenderse a lo largo de los años, ten por seguro que lo van a hacer. Y el único camino para hacer que enviemos nuestros genes a las siguientes generaciones es reproducirnos. Y el atajo más rápido es hacer que sintamos atracción por otros seres de nuestra especie.

Que seamos capaces de experimentar amor es una “garantía” para los genes de que estos van a llegar a más generaciones, pues el amor acaba llevando a la reproducción. Para los menos entusiastas del amor, incluso podría considerarse una “condena”, una sensación que estamos obligados a experimentar para que un conjunto de ADN pueda propagarse y evitar que la población se extinga.

Por lo tanto, para aquellos que digan que “el amor no tiene sentido”, malas noticias. Sí que lo tiene. El amor tiene todo el sentido biológico del mundo. Haciendo que nos sintamos atraídos por otros individuos de nuestra especie garantizamos la supervivencia de los genes. Porque la vida es eso. Genes y nada más.

Amor

¿Solo nos enamoramos los humanos?

Habiendo visto lo anterior, puede parecer extraño que solo los humanos nos enamoremos. Pero la cosa es que no, las personas no somos los únicos seres vivos que experimentan el amor. Eso es muy egocéntrico. Todos los animales con capacidad reproductiva se enamoran - a su manera - de otros miembros de su especie.

Recordemos que, pese a ser muy distintos por fuera, los humanos y los elefantes (por ejemplo) estamos hechos de los mismos ingredientes: genes. Y los genes de las personas tienen las mismas ganas de propagarse de generación en generación que los de un elefante, un orangután, una serpiente o un avestruz.

Recordemos que el amor es el conjunto de reacciones químicas destinadas a culminar con el acto reproductivo. De acuerdo, dos elefantes no irán juntos al cine o pasearán cogidos de las trompas, pero ellos también sienten atracción por unos individuos concretos.

Y es posible que ahora pienses: “pero los animales se reproducen con tantos individuos como pueden. Y el amor debería sentirse solo por una persona”. Y tienes razón. Pero esa es su forma de “enamorarse”. Se sienten atraídos por unos individuos concretos con la finalidad de dar lugar a una descendencia lo más adaptada al medio posible.

Pero es que incluso si tu idea del amor es la monogamia, esta sigue sin ser exclusiva de los humanos. De hecho, los reyes de la monogamia son las aves, pues un porcentaje muy elevado de las especies establecen vínculos reproductivos entre individuos que duran toda la vida. A diferencia de muchos matrimonios humanos.

Incluso los lobos y algunas especies de primates han demostrado tener tendencia a la monogamia, es decir, mantener en el tiempo una “pareja”. Por lo tanto, el amor no es algo exclusivo de las personas. Toda especie animal experimenta unas sensaciones que tienen el objetivo de garantizar la supervivencia de la especie y que, por lo tanto, podemos catalogar como “amor”.

¿Por qué esa persona y no otra?

La pregunta del millón. Es algo que la ciencia sigue sin poder responder del todo. De todos modos, ahora veremos que eso del “flechazo” es más real de lo que podemos pensar y que, de algún modo, sí que estamos destinados a sentir algo por una persona concreta.

Además de que, evidentemente, el hecho de que una persona aporte seguridad y confianza, nos trate bien, tenga gustos similares, sea atractiva, tenga aspiraciones, etc, puede influir en que sintamos una atracción que puede derivar en amor, hay algo contra lo que no se puede luchar. Y eso es la química.

Decir que “dos personas tienen química” no es una metáfora. Es literal. Y ahí es donde entra en juego lo que se conoce como flechazo: esas sensaciones que experimentamos de repente y que nos llevan a sentirnos atraídos por una persona. En cuanto se activa la química, no hay nada que hacer. Estaremos irremediablemente atraídos por esa persona por mucho que intentemos negarlo.

Pero, ¿qué entendemos por química? Pues básicamente eso, que unas moléculas despiertan cambios en la producción de las hormonas del bienestar. Y esta molécula son las feromonas. Las feromonas son sustancias volátiles generadas en las glándulas del labio, axila, cuello e ingles y que desprendemos, haciendo que queden “flotando” en el ambiente.

Cada persona desprende unas feromonas particulares, con matices. Y por mucho que parezca un hechizo, si nos topamos con una persona que “emite” unas feromonas que tienen la capacidad de hacer “clic” en nuestro sistema nervioso, estamos perdidos.

Estas feromonas, en caso de que estén hechas a la medida de nuestros receptores, van a despertar la producción de determinadas hormonas relacionadas con el bienestar. E igual que pasa con una droga, el cerebro se va a volver adicto a esas feromonas, pues lo hacen sentir bien. Por lo tanto, este nos obligará a seguir viendo a la persona para “pasar el mono”.

Y ya está. En el momento en el que te vuelves adicto - en el buen sentido de la palabra - a las emociones que esa persona te hace experimentar, estás oficialmente enamorado.

Por lo tanto, el flechazo existe, la química entre dos personas es real y, como no podemos controlar la respuesta de nuestro cerebro ante la presencia de unas feromonas concretas, el amor no se puede frenar y tampoco podemos controlar de quién nos enamoramos.

¿Qué ocurre en nuestro interior cuando nos enamoramos?

Cuando alguien consigue “dar en la tecla” y activa las emociones propias del amor, nuestro cerebro envía la orden de producir determinadas hormonas: endorfinas, oxitocinas, dopamina, fenitelanina, etc.

Todas estas hormonas generan en nuestro cuerpo una serie de cambios fisiológicos que se traducen en el aumento de la energía y la vitalidad, placer, optimismo, excitación y, al fin y al cabo, felicidad. Son las hormonas del bienestar y, igual que pasa con las drogas que al consumirlas incitan su producción, generan una adicción en nuestro organismo.

La producción de estas hormonas se dispara cuando estamos en contacto con la persona de la que estamos enamorados. Pero, igual que pasa con las drogas, llega un momento en el que esa “dosis” deja de hacer el mismo efecto. Por ello se suele decir que el enamoramiento como tal dura como mucho 5 años, y que después la relación se sustenta en los vínculos afectivos más que por la excitación y la felicidad que genera esa persona.

Sea como sea, cuando estamos enamorados nuestro cuerpo “nos premia” sintetizando hormonas que nos hacen sentir bien, pues es la manera que tienen los genes de aumentar las probabilidades de que nos reproduzcamos con la persona que, de acuerdo a nuestras características biológicas, vaya a ser el mejor padre o la mejor madre para nuestros hijos.

Referencias bibliográficas

  • Hernández Guerrero, P. (2012) “Bioquímica del amor”. Ciencia UANL.
  • Esch, T., Stefano, G.B. (2005) “The Neurobiology of Love”. Neuroendocrinology.
  • Mao, S. (2013) “The Science of Love”. Elsevier.
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