Los 5 tipos de aneurismas (causas y síntomas)

Un aneurisma es una patología en la que un vaso sanguíneo se dilata. Veamos cómo se clasifican estas anormales dilataciones de las paredes de una arteria o vena dependiendo del órgano afectado.

Tipos aneurismas

El cuerpo humano es una verdadera proeza de la evolución biológica. Somos máquinas casi perfectas. Y “casi” porque, como todos sabemos, nuestro organismo es susceptible de desarrollar infinidad de enfermedades tanto infecciosas como no infecciosas.

Y aunque las infecciones sean las patologías que más nos suelen preocupar, lo cierto es que las enfermedades con un mayor peso en la salud pública son las no transmisibles. Y es que 15 millones de las 56 millones de defunciones que se registran anualmente en el mundo son debidas a problemas en el corazón o los vasos sanguíneos.

Como vemos, la principal causa de muerte en el mundo son las enfermedades cardiovasculares. El sistema circulatorio es esencial para la vida (permite el transporte de oxígeno y nutrientes), pero también muy sensible. Y todas aquellas situaciones en la que el suministro de sangre se vea afectado pueden derivar en problemas de salud más o menos graves.

Y en el artículo de hoy, de la mano de las más recientes y prestigiosas publicaciones científicas, hablaremos de uno de los problemas cardiovasculares más frecuentes que, en determinadas situaciones, puede poner en peligro la vida. Vamos allá.

¿Qué es un aneurisma?

Un aneurisma es una patología que no siempre es sintomática en la que un vaso sanguíneo se dilata de forma anómala. En este sentido, se trata de una situación en la que una arteria o vena se ensancha de manera anormal debido a cierta debilidad en la pared del vaso sanguíneo en cuestión.

Cuando un vaso sanguíneo se hincha, se observa un abombamiento en su pared. Esto puede ocurrir en cualquier vaso sanguíneo del cuerpo, aunque es especialmente frecuente (y relevante a nivel clínicos) que suceda en las arterias que salen del corazón, las del intestino, la de detrás de la rodilla y, evidentemente, en el cerebro.

Los estudios demográficos indican que la incidencia de los aneurismas en la población general oscila entre el 0,4% y el 3,6%, aunque es difícil dar valores exactos porque, como hemos comentado, muchas veces estos aneurismas oscilan sin síntomas.

De hecho, pese a lo alarmante que suene que una arteria del corazón o del cerebro desarrolle una protuberancia, lo cierto es que muchas veces, la persona no sabe que hay ningún problema y vive perfectamente sin daños en la salud.

En este contexto, el verdadero problema de los aneurismas es que en determinadas ocasiones pueden propiciar la rotura del vaso sanguíneo. Su anómalo ensanchamiento puede provocar que la arteria se rompa, haciendo que la sangre se derrame. Y esto sí que es una grave emergencia médica que pone en peligro la vida.

Sea como sea, las causas exactas de desarrollar un aneurisma no están demasiado claras, cosa que indica que su aparición se debería a una compleja interacción entre factores genéticos y de estilo de vida, teniendo la hipertensión, la edad avanzada, ser mujer, el alcoholismo, el tabaquismo, las infecciones sanguíneas y el abuso de drogas como principales factores de riesgo.

Qué es aneurisma

¿Cómo se clasifican los aneurismas?

Clasificar los aneurismas en familias no es nada sencillo desde una perspectiva médica, pues, como hemos dicho, pueden suceder en cualquier vaso sanguíneo del cuerpo. Por ello, pese a que existen los aneurismas renales, los aneurismas poplíteos (en las piernas) o los aneurismas capilares, entre muchos otros, nos quedaremos con los más relevantes a nivel clínico.

1. Aneurismas cerebrales

Seguramente, los más conocidos. Los aneurismas cerebrales, también conocidos como aneurismas intracraneales, consisten en un abombamiento de algún vaso sanguíneo del cerebro, provocando una protuberancia en el mismo. Suele suceder en la arteria cerebral anterior, aunque también es común que ocurra en la arteria carótida interna.

Por sí solo, un aneurisma en el cerebro no tiene por qué provocar signos clínicos. De hecho, muchas veces no surgen síntomas, a excepción de aneurismas inusualmente grandes que ejercen presiones sobre determinados nervios, momento en el que se pueden manifestar con dolor detrás de los ojos, constante dilatación de pupilas, visión doble y entumecimiento de un lado de la cara.

Pero las cosas se complican cuando, como hemos dicho, las paredes abombadas del vaso sanguíneo se rompen. Y es aquí cuando llega lo más importante: la relación de este aneurisma cerebral con el accidente cerebrovascular.

Un accidente cerebrovascular, ictus, ataque cerebral, infarto cerebral o apoplejía es una urgencia médica que conforma la tercera causa de muerte en el mundo en la que el flujo de sangre a alguna región del cerebro se detiene. La interrupción del suministro de oxígeno y nutrientes provoca la muerte de las neuronas, por lo que, de no actuar rápido, resulta letal o puede dejar discapacidades permanentes.

El 87% de veces, los ictus suceden porque un coágulo sanguíneo bloquea el flujo de sangre en algún vaso sanguíneo. Pero en el 13% de casos, los ictus ocurren por la rotura de un aneurisma cerebral, cosa que ha provocado un derrame y, por tanto, una hemorragia interna y una detención del suministro sanguíneo normal.

En este momento, surgen ya los síntomas de un derrame cerebral: dolor de cabeza repentino y muy intenso, rigidez de cuello, náuseas, vómitos, sensibilidad a la luz, caída del párpado, confusión, pérdida de conocimiento, visión borrosa, etc. El 15% de las personas que padecen un derrame cerebral por rotura de aneurisma mueren antes de llegar al hospital, aunque el 40% de los operados también fallecen.

Como vemos, un aneurisma cerebral es una situación que, por sí sola, no es grave. De hecho, se estima que 5 de cada 100 personas viven con un aneurisma en el cerebro sin ni siquiera saberlo. Ahora bien, se convierte en una situación potencialmente mortal cuando este aneurisma se rompe, provocando un derrame. Esta situación de rotura de un aneurisma cerebral se estima que tiene una incidencia de 10 personas por cada 100.000 habitantes.

Aneurisma cerebral

1.1. Aneurismas saculares

Los aneurismas cerebrales se pueden clasificar en tres tipos dependiendo de sus características. El primero de ellos es el aneurisma sacular, que es el más frecuente. Recibe este nombre porque el abombamiento en la arteria cerebral afectada adquiere forma de saco, con una morfología que recuerda a la de una baya.

1.2. Aneurismas fusiformes

El segundo tipo de aneurisma cerebral son los aneurismas fusiformes, que consisten en dilataciones de toda la pared de la arteria, con una morfología alargada, con ondulaciones irregulares y sin un cuello bien definido. Esta carencia de cuello hace que su tratamiento sea más complejo que con los saculares.

1.3. Aneurismas micóticos

Los aneurismas micóticos son aquellos aneurismas cerebrales asociados a procesos infectivos, generalmente por parte de bacterias. En este caso, la debilitación de la pared del vaso sanguíneo que termina desarrollando este bulto anómalo que conforma el aneurisma está asociada a una infección sanguínea.

2. Aneurismas aórticos

Abandonamos el cerebro y viajamos hasta la arteria aorta, el vaso sanguíneo donde se producen la mayoría de aneurismas no asociados al cerebro. Presentan una incidencia de, aproximadamente, entre 6 y 10 casos por cada 100.000 habitantes.

La arteria aorta es la principal arteria del cuerpo (y la más grande), ramificándose en otras de más pequeñas para suministrar oxígeno a todos los órganos y tejidos del cuerpo. Sale desde el ventrículo izquierdo del corazón y envía sangre cargada de oxígeno y nutrientes al resto del organismo. Dependiendo de la región exacta donde se produzca un abombamiento en dicha aorta, tendremos dos tipos principales: los torácicos y los abdominales.

Aneurisma aórtico

2.1. Aneurismas aórticos torácicos

Los aneurismas aórticos torácicos son aquellos que suceden en la sección de la aorta que pasa a través del pecho y hasta el diafragma, con un incremento observado del 50% en su diámetro. Suelen estar asociados con la aterosclerosis (y con el síndrome de Marfan), una patología circulatoria que provoca un endurecimiento de las paredes de las arterias, algo que aumenta el riesgo de desarrollar un aneurisma en este vaso sanguíneo.

Sea como sea, igual que sucedía en el cerebro, el aneurisma aórtico torácico no suele dar síntomas por sí solo. Las señales clínicas aparecen cuando el aneurisma se rompe y empieza a expandirse y/o a filtrar sangre a tejidos cercanos, momento en el que pueden surgir síntomas tales como dolor en el tórax, incremento de la frecuencia cardíaca, náuseas y vómitos, ronquera, inflamación de cuello, problemas para tragar y respiración agitada.

La arteria aorta es, como hemos dicho, la arteria principal del cuerpo y aquella de la que, por ramificaciones de la misma, nacen las otras arterias. Por ello, una rotura de sus paredes constituye una urgencia médica que debe ser tratada inmediatamente para salvar la vida del paciente. De hecho, la rotura del aneurisma aórtico torácico tiene una letalidad del 97%.

2.2. Aneurismas aórticos abdominales

Los aneurismas aórticos abdominales son aquellos que suceden en la sección más inferior de la aorta, aquella que suministra sangre al abdomen, pelvis y piernas. En este caso, más allá de que se observa con mayor frecuencia en hombres mayores (pero las mujeres son más propensas a sufrir roturas del aneurisma), los factores de riesgo son los mismos que los de una patología cardiovascular cualquiera: obesidad (aunque no está del todo confirmado), tabaquismo, hipercolesterolemia, hipertensión, etc.

De nuevo, los síntomas aparecen después de la rotura del aneurisma y consisten en dolor repentino, persistente y muy intenso en el estómago, con una sensación de desgarro, aceleración del pulso y disminución de la presión arterial. Evidentemente, sigue siendo una situación muy grave con una letalidad global del 80%.

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