Los 8 tipos de apego (y sus características)

El apego es una vinculación emocional intensa que nos hace sentir una especial inclinación afectiva por una persona de nuestro círculo o por algo importante para nosotros. Veamos qué clases de apego existen.

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Los seres humanos somos seres sociales. Y es que no solo para ser miembros productivos de una sociedad, sino también para gozar de un correcto bienestar psicológico, necesitamos del contacto estrecho con otras personas. Pero también hay aquellas que, al formar parte de nuestro círculo más cercano, no solo nos relacionamos, sino que desarrollamos una vinculación afectiva muy poderosa.

Y es precisamente en este contexto que surge un concepto muy interesante (e importante) para la Psicología y la Etología. Estamos hablando del apego. Una intensa vinculación emocional que nos hace sentir una especial inclinación afectiva con alguien o algo. Hablar de apego es hablar de vínculos. Y hablar de vínculos es apelar a la naturaleza humana más profunda.

Sentir apego nos proporciona seguridad, protección y consuelo, pues esta vinculación va consolidándose con las personas de nuestro alrededor que nos demuestran que la vinculación es recíproca, siendo así el eje alrededor del cual giran las relaciones humanas. Porque no es solo un sentimiento. Es un fenómeno que se expresa con comportamientos.

Ahora bien, ¿el apego se manifiesta siempre de la misma manera? No. Ni mucho menos. El apego emocional puede tomar muchas formas distintas dependiendo de cómo son las bases psicológicas de la vinculación afectiva. Y esto es precisamente lo que en el artículo de hoy y, como siempre, de la mano de las más prestigiosas publicaciones científicas, vamos a explorar.

¿Qué es el apego?

El apego es una vinculación emocional intensa que nos hace sentir una especial inclinación afectiva con alguien o algo que se expresa con conductas de proximidad. Así, podemos entenderlo como un lazo emocional que emerge entre dos personas (aunque también puede ser de una persona con un objeto) y que hace disponer de preferencias por la cercanía física y también por la conexión afectiva.

No se trata de un fenómeno puramente humano, pues estos vínculos que podríamos catalogar como “apego” se han observado en muchos otros animales, pero sí es cierto que nosotros, las personas, podemos sentir esta inclinación emocional no solo hacia otros seres humanos, sino por mascotas, objetos, propiedades, etc.

John Bowlby, psicólogo inglés, fue uno de los pioneros de “la teoría del apego”. Analizando, a mediados del siglo XX, cómo se desarrolla esta vinculación en las primeras etapas de la vida, Bowlby estableció que este apego tenía dos funciones básicas. Por un lado, la biológica, al ser una forma de garantizar protección (de nuestros padres cuando somos bebés) para la supervivencia. Y por otro lado, la psicológica, para garantizar nuestra integridad emocional y fomentar el aprendizaje social y cultural.

En este contexto, posteriores autores terminaron por desarrollar las que pueden considerarse las características conductuales del apego. Y es que cuando sentimos esta vinculación afectiva con alguien (o algo), emergen comportamientos observables tales como la intención constante de mantenerse cerca de la persona, refugiarse en ella en momentos difíciles a nivel psicológico, resistirse a la separación y sentir un contacto íntimo que va más allá de lo físico con esa persona.

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La teoría del apego permitió establecer también que este apego evoluciona a lo largo de la vida. Durante los primeros tres meses, mostramos inclinación solo hacia estímulos de rostros o voces humanas, por lo que el apego se siente por cualquier miembro de la misma especie (la humana). Posteriormente, entre los tres y cinco meses, el bebé pasa a reconocer los rostros y las voces, por lo que empieza a mostrar inclinación por sus familiares.

Esta vinculación pasa a hacerse tan fuerte que, desde los seis hasta los doce meses, empieza a rechazar a los desconocidos, pues siente miedo por aquellas personas que no son de su círculo de apego. Y a partir de los doce meses, este rechazo empieza a desvanecerse y se va adquiriendo paulatinamente autonomía para establecer los vínculos de apego con quienes nos rodean.

Así pues, podemos entender el apego como un mecanismo evolutivo que fomenta nuestra supervivencia, pero también como un fenómeno que va más allá de la genética y que, consolidándose a lo largo de la vida, nos hace experimentar una intensa conexión emocional y afectiva con personas de nuestro alrededor.

¿Qué clases de apego existen?

Ahora que ya hemos entendido las bases biológicas y psicológicas del apego, ha llegado el momento de indagar en lo que nos ha reunido hoy aquí. Los distintos tipos de apego que existen. Y es que en función de cómo es la vinculación afectiva y de cómo manejamos emocional y conductualmente dicha vinculación, se han definido diferentes clases de apego que vamos a analizar a continuación.

1. Apego infantil seguro

El apego infantil seguro es aquel que, estando presente durante la infancia, consiste en una vinculación afectiva saludable. Es la forma de apego más común y aquella en la que los padres son el mecanismo para conocer el mundo de una forma tranquila. La conexión del pequeño con ellos es profunda, por lo que la marcha de estas figuras genera malestar en él, esperando siempre la vuelta de los mismos. La vinculación es de confianza y no existe miedo al abandono, pues la relación es sana.

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2. Apego infantil evitativo

El apego infantil evitativo es aquel que, estando presente durante la infancia, se basa en una vinculación afectiva no plena. Los padres no cubren las necesidades del pequeño, por lo que este crece sintiéndose poco protegido y poco valorado, pudiendo llegar a evitar el contacto con las figuras paternas. A diferencia del anterior, la marcha de los padres no genera malestar y ni siquiera está pendiente de que regresen.

3. Apego infantil ansioso

El apego infantil ansioso, también conocido como apego infantil ambivalente, es aquel que, estando presente durante la infancia, se fundamenta en un miedo patológico al abandono. La base de su felicidad y de bienestar emocional es el contacto estrecho con las figuras paternas, por lo que cuando estas no están presentes, el pequeño siente unos profundos sentimientos de angustia y de ansiedad. La vinculación afectiva, pues, está basada en la dependencia.

4. Apego infantil desorganizado

El apego infantil desorganizado es aquel que, estando presente en la infancia, nace como una combinación del apego evitativo y el ansioso. Existen dificultades para establecer una vinculación profunda con las figuras paternas pero a la vez experimenta un profundo miedo al abandono. Es, por lo tanto, el extremo opuesto al apego seguro.

Suele surgir a raíz de conductas negligentes de los padres, que hacen que el pequeño sea inseguro, gestione mal las emociones y tenga tendencia a desarrollar conductas explosivas. Es una forma de vinculación tóxica generalmente asociada a situaciones de maltrato o violencia intrafamiliar.

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5. Apego adulto seguro

Vistos los cuatro tipos de apego en la infancia, es el momento de indagar en estas vinculaciones afectivas que desarrollamos en la vida adulta. En el apego adulto seguro, somos capaces de, ya mayores, desarrollar vinculaciones afectivas sanas con familiares, amigos y parejas. Ni existe un excesivo compromiso (que lleva a la dependencia emocional) pero tampoco un miedo constante al abandono y a la soledad.

Con aquellas personas con las que sentimos apego nos sentimos cómodos, confiados y tranquilos, sin dejar a un lado nunca nuestra independencia ni autoestima. Así, somos más propensos a tener relaciones duraderas donde impera la cercanía y la intimidad, a expresar nuestras emociones, sentimientos y necesidades, a buscar apoyo social sin perder la autonomía y a no experimentar ansiedad por la idea de ser abandonado.

6. Apego adulto evitativo

El apego adulto evitativo es aquel en el que, después de haber crecido en un ambiente poco afectuoso, sentimos, ya mayores, un rechazo hacia el compromiso y la vinculación afectiva. Las relaciones cercanas generan incomodidad y prevalece, por encima de todo, la autonomía, prefiriendo la soledad a estar en contacto con otras personas. Existe miedo a la cercanía emocional.

Existen problemas para confiar en los demás y, siendo generalmente menos sociables, estas personas no se sienten cómodas en las relaciones más íntimas. Al mismo tiempo, tienden a no expresar sus emociones, sentimientos y necesidades y a expresar poca emoción en las relaciones de pareja, mostrándose más frías, siendo así personas solitarias que creen que las relaciones de amistad, familiares o románticas son poco importantes.

7. Apego adulto ansioso

El apego adulto ansioso es aquel en el que, ya mayores, arrastramos de la infancia nuestro miedo al abandono. Basamos la felicidad en las relaciones, desarrollando así una tóxica dependencia en los vínculos afectivos. Así pues, rechazamos el tiempo a solas y, especialmente en las relaciones amorosas, necesitamos estar en contacto permanente con nuestra pareja. Al mismo tiempo, existen problemas de autoestima que, ligados a este miedo a la soledad, pueden llevarnos a encontrarnos en relaciones tóxicas.

8. Apego adulto inseguro

El apego adulto inseguro es aquel en el que, ya mayores, basamos nuestras vinculaciones afectivas en la inseguridad. Constantemente tenemos dudas acerca de todo, creyendo que al mínimo error nos van a rechazar, que no somos suficiente, que nos van a traicionar… Estos pensamientos intrusivos, que son un reflejo de una personalidad insegura donde la autoestima está mermada, acaban por hacer mella en nuestras relaciones. De ahí que, igual que todas aquellas otras formas patológicas de apego, puede ser importante buscar ayuda de un profesional de la salud mental.

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