¿Qué es la Ley de las Consecuencias Imprevistas? Definición y principios

La ley de las consecuencias imprevistas sostiene que todas nuestras acciones pueden dar lugar a efectos negativos o positivos no esperados. Aunque el control absoluto no es posible, veamos cómo reducir el umbral de incertidumbre.

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Las situaciones de cambio implican siempre un cierto grado de incertidumbre. Aunque la planificación minuciosa puede ayudar a reducir el margen de riesgo al que nos exponemos, es imposible tener todo bajo control. Tomar decisiones siempre requiere hacer un análisis previo de las opciones disponibles y sus respectivas consecuencias.

Cuando las acciones que se van a llevar a cabo afectan a grandes grupos de personas, los efectos de las mismas no son tan previsibles como puede parecer en un principio. Si bien podemos prever determinados efectos, el mundo real es mucho más complejo que la teoría. Por ello, es habitual que aparezcan consecuencias que a priori no se contemplaban, pudiendo ser estas positivas o negativas.

El sociólogo Robert K. Merton fue el primero en analizar de manera formal este fenómeno. De acuerdo con su teoría, la intención no siempre se materializa como esperamos en la práctica, ya que determinados efectos no se predicen con anticipación debido a su carácter fortuito.En este artículo vamos a profundizar acerca de qué es la Ley de las Consecuencias Imprevistas y sus implicaciones.

¿Qué es la Ley de las Consecuencias Imprevistas?

La Ley de las Consecuencias Imprevistas sostiene que las acciones humanas pueden acarrear consecuencias no previstas, especialmente cuando estas implican a grandes grupos de personas. Es importante diferenciar esta formulación de la famosa Ley de Murphy. Mientras que esta defiende que si una acción puede tener consecuencias negativas, las tendrá, la Ley de las Consecuencias Imprevistas sostiene que nuestras acciones pueden llevar a efectos imprevistos tanto negativos como positivos.

Hay quienes han interpretado de forma sesgada esta ley, utilizándola como justificación para mantener una actitud conservadora reticente a los cambios. En muchas ocasiones se ha apostado por no actuar por temor a los efectos negativos imprevisibles, aunque como vemos esta teoría también admite la posibilidad de que existan efectos inesperados beneficiosos que favorecen el progreso.

Robert K. Merton fue el primero en estudiar de manera formal este curioso fenómeno, por el cual la intención original del actor da lugar a resultados más allá de los esperados. Su teoría ha sido especialmente aplicada en el ámbito socioeconómico, por todas las implicaciones que las acciones en este plano pueden tener para los grupos humanos.

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Clasificación de las consecuencias imprevistas

Como venimos comentando, la Ley de las Consecuencias Imprevistas valora la posibilidad de que una acción genere efectos inesperados tanto negativos como positivos. A continuación vamos a comentar los distintos tipos de consecuencias que se pueden dar y algunos ejemplos de cada uno de ellos.

1. Consecuencias imprevistas positivas o serendipia

Quizá hayas oído antes la palabra serendipia. Este curioso término se refiere a esos hallazgos que se obtienen de manera fortuita e inintencional. A veces, cuando tratamos de conseguir un fin concreto, terminamos por lograr otras metas que no habíamos planeado en el intento. De esta forma, han sido muchos los grandes avances para la humanidad que fueron logrados de manera casual. Ejemplos de ello son el descubrimiento de la penicilina, la creación del estetoscopio o el descubrimiento de América.

Como vemos, no siempre los cambios acarrean efectos nocivos. Asumir riesgos puede ser imponente cuando se trata de acciones que repercuten en toda la sociedad, aunque si sale bien los beneficios pueden ser de calibre estratosférico. Cuando se trata de tomar decisiones siempre debemos tener presentes las dos caras de la moneda. Si sólo se hubieran barajado los posibles efectos negativos de las acciones humanas en muchos momentos de la historia, no habríamos alcanzado los avances que hemos ido consiguiendo hasta la fecha.

2. Consecuencias imprevistas negativas

Son muchas las ocasiones en las que se ponen en marcha acciones que pretenden lograr beneficios para la sociedad y, sin embargo, algo falla en el proceso. La realidad es mucho más compleja que la teoría, por lo que muchas veces intervenciones bienintencionadas acaban por empeorar la situación inicial. Aunque se haya realizado una planificación previa y una valoración de los posibles riesgos, no somos capaces de tener todo controlado y distintas variables no tenidas en cuenta pueden cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos.

Este tipo de consecuencias han supuesto importantes problemas para la humanidad en diferentes momentos de la historia. Ejemplo de ello fue la Ley seca en los Estados Unidos, que buscaba reducir el consumo de alcohol y en el intento contribuyó a la aparición de grupos criminales organizados. También se puede considerar en esta categoría la extensión de los sistemas de riego, que tratando de mejorar la calidad de vida de los campesinos terminaron por propagar enfermedades transmitidas por las aguas, como la esquistosomiasis.

De la misma manera, la introducción artificial de determinadas especies en otros hábitats llevó a enormes daños medioambientales y costes económicos millonarios, tal y como sucedió con los conejos llevados a Australia en el siglo XIX. Aunque se esperaba que este animal pudiera servir como cazador, terminó por convertirse en una plaga debido a su rápida reproducción en ausencia de depredadores.

3. Resultados contrarios o perversos

En ocasiones no sólo es que se produzcan resultados imprevistos, sino que los efectos conseguidos con nuestras acciones son opuestos a los deseados. De esta forma, en ciertos momentos es posible que nuestras intenciones no se correspondan en absoluto con la realidad. Veamos algunos ejemplos de este tipo de consecuencias.

En el ámbito educativo, se decidió evaluar los resultados de las diferentes escuelas, con el fin de que los padres pudiesen estar informados de los mejores centros y elegir cuál prefieren para escolarizar a sus hijos. Sin embargo, esta forma de control ha llevado a que muchas escuelas excluyan a determinados alumnos para mantener un buen puesto en el ranking de excelencia. De esta manera, las familias no son las que deciden el centro que más les gusta, sino que es la institución la que selecciona a los alumnos que quiere en sus aulas.

En el ámbito periodístico, también podemos encontrar el llamado Efecto Streisand, por el cual el intento por censurar y suprimir una noticia lleva a una mayor difusión de la misma. A nivel de salud pública, también resulta muy ilustrativo el fenómeno de la heroína, una droga que comenzó a comercializarse como sustituto no adictivo de la morfina a finales del siglo XIX. Sin embargo, la realidad es que esta sustancia es mucho más adictiva que la morfina, por lo que la medida resultó en un aumento del número de adictos.

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¿Se puede evitar la Ley de las Consecuencias Imprevistas?

Lo cierto es que, tal y como comentábamos antes, es imposible controlar de forma total la realidad que nos rodea. No obstante, es cierto que la planificación reduce el margen de riesgo al que nos enfrentamos, facilitando la previsibilidad de los resultados. Veamos algunas pautas interesantes para conseguir disminuir las temidas consecuencias imprevistas.

1. Ten visión a largo plazo

Cuando decidimos poner en marcha una acción determinada, es habitual encontrar dificultad para contemplar los efectos a medio y largo plazo. Normalmente, tendemos a enfocarnos de forma principal en las consecuencias inmediatas, lo que puede llevarnos a obviar posibles efectos colaterales. En este sentido, se recomienda siempre entrar a valorar qué efectos aparecerán a los 10 días, 10 meses y 10 años desde que la acción se ejecutó.

2. No caigas en el optimismo

Cuando vamos a llevar a cabo alguna acción, es frecuente que ensalcemos las posibles consecuencias positivas, mientras que apenas atendemos a las negativas. Esta especie de autoengaño es lo peor que puedes hacer si deseas evitar consecuencias imprevistas. Evita caer en un optimismo despreocupado y, en su lugar, intenta ponerte en lo peor. Valora si, aún yendo las cosas de la forma más decadente, tú serías capaz de actuar y resolver ese dilema. Esta estrategia te será de gran ayuda para saber si realmente es interesante asumir o no los riesgos.

3. Encuentra el mejor momento

A veces sentimos mucha prisa por actuar sin detenernos a pensar si realmente es el mejor momento para hacerlo. Ante la duda, párate a pensar si dar pasos ahora puede darte realmente resultados positivos. Ármate de paciencia y valora si dentro de unos meses puede existir un menor riesgo de fracaso e incertidumbre. Si es así, espera a que llegue el momento propicio para dar pasos. Lo primordial es que, siempre que actúes, lo hagas estando seguro de tu decisión.

4. Ten en cuenta la probabilidad de cada una de las consecuencias posibles

Sabemos que de nuestras acciones se pueden derivar efectos tanto negativos como positivos que no esperamos. Sin embargo, no todos tienen la misma probabilidad. Puede que una acción concreta tenga un posible efecto colateral positivo muy improbable y, sin embargo, un efecto colateral negativo altamente probable. Es decir, no sólo debes balancear la existencia de posibles efectos beneficiosos o nocivos, sino también cómo es de posible que se lleguen a dar cada uno de ellos. Sólo de esta forma realizarás un análisis realista de tus alternativas.

4. Piensa si tus actos son reversibles

Este aspecto también es especialmente importante. Es necesario pararnos a pensar si, en el peor de los casos, sería posible remendar el daño cometido. En caso de que el peor de los escenarios no se pueda remediar, es necesario pensar muy bien si asumir ese riesgo es prudente. En el caso de que la peor de las consecuencias sí admita alguna solución, puedes valorar actuar y pensar a priori qué deberías hacer si todo lo que puede salir mal, sale mal.

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