¿Cómo afectan los conflictos entre padres a los hijos?

Los conflictos entre padres son una gran fuente de sufrimiento y ansiedad para los hijos en común. Es importante que los adultos tomen medidas para no implicar a los menores en sus diferencias ni dañarles innecesariamente.

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Llamamos conflicto a ese tipo de situación en las que se produce una oposición o desacuerdo entre personas. Esto es algo natural en el marco de las relaciones interpersonales, pues siempre que nos vinculamos con alguien es posible que surjan ciertas diferencias y roces. Sin embargo, cuando el nivel de conflictividad es tan elevado que se vive una tensión constante en las interacciones, es posible que estemos hablando de un problema.

Muchas veces, el conflicto no sólo afecta a las personas directamente implicadas. A veces, este salpica a quienes se encuentran cerca, que muchas veces pueden sentirse obligados a participar de él sin quererlo. Cuando el conflicto tiene lugar entre dos adultos que tienen hijos en común, las implicaciones del mismo tienen una enorme relevancia. Los menores expuestos de manera habitual a escenarios de tensión y agresividad pueden ver seriamente mermado su desarrollo y salud mental. En este artículo vamos a hablar acerca de los efectos que el conflicto entre padres puede provocar sobre los hijos.

¿Cómo afectan las discusiones entre padres a los hijos?

Cuando el conflicto es una constante en la dinámica relacional de los progenitores, los hijos sufren las consecuencias. Para empezar, crecer en un entorno cargado de conflicto puede dificultar la adaptación social de los pequeños, así como su estabilidad afectiva. Exponerse continuamente a modelos de resolución de conflictos inadecuados puede llevar a que los hijos desarrollen pocas habilidades para resolver sus diferencias con los demás de manera asertiva.

Los hijos de padres que mantienen una relación conflictiva (se encuentren divorciados o no) poseen un mayor riesgo de desarrollar problemas emocionales, como por ejemplo ansiedad, así como comportamientos desadaptativos. Esto también puede repercutir negativamente en su desempeño escolar y ajuste psicológico general.

Presenciar un conflicto siempre suscita ansiedad e incluso miedo. Esto es aún más cierto cuando los testigos son menores de edad, cuyo estado emocional depende profundamente de sus figuras adultas de referencia. Ver confrontadas a las dos personas más importantes para uno mismo supone un evento altamente estresante. En los más pequeños, el egocentrismo propio de la edad puede incluso llevarles a sentir culpa por creer que lo que sucede es debido a ellos.

En algunos niños es posible que estas vivencias les lleven a desarrollar problemas de conducta y una tendencia a la agresividad, así como conductas de tipo antisocial. En general, los menores que crecen en familias con altos niveles de tensión pueden llegar a convertirse en adultos incapaces de lidiar con el conflicto de forma adaptativa, mermando así su competencia social y su capacidad para forjar relaciones saludables.

En ciertos entornos familiares los menores no sólo presencian el conflicto, sino que además sufren el llamado fenómeno de la triangulación. De esta manera, los adultos terminan por hacer partícipes a los hijos de sus propios problemas, obligándolos a tomar partido y pronunciarse al respecto. Esto conduce no sólo a un grave daño psicológico, sino también a un enorme deterioro del vínculo paterno-filial.

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Los padres como modelo de resolución de conflictos

Los padres son el modelo de referencia para los hijos. La observación y la imitación son dos de las principales vías de aprendizaje de los más pequeños, por lo que absorben todo aquello que sucede a su alrededor como auténticas esponjas. Por esta razón, no sorprende que los niños que crecen en entornos de elevado conflicto entre padres desarrollen escasas habilidades sociales y numerosos problemas afectivos. En este sentido, se hace clave que los adultos de referencia ofrezcan un modelo de relación y resolución de conflictos adaptativo y libre de agresividad.

Esto permitirá que el pequeño aprenda a desenvolverse en las relaciones de manera adecuada, además de disfrutar de un estado psicológico adecuado basado en la seguridad y la tranquilidad. Como ya adelantamos anteriormente, el conflicto entre las figuras de referencia produce enorme inseguridad y sufrimiento en los menores, que pueden llegar a vivir situaciones traumáticas en esta tesitura.

Antes de llegar al punto de que los menores sufran un daño que puede dejar secuelas difíciles de reparar, es importante que los adultos se esfuercen por ser figuras de referencia adecuadas, capaces de otorgar a sus hijos un escenario de seguridad y protección. En otras palabras, es importante que aprendan a manejarse en el conflicto de forma adaptativa. Esto permitirá que su relación de pareja mejore y favorecerá el desarrollo psicológico y afectivo de los hijos.

5 pautas para resolver conflictos de forma adecuada

A continuación, vamos a comentar algunas pautas clave para poder resolver conflictos en la pareja de manera efectiva y adecuada.

1. No introducir a los menores en el conflicto

Anteriormente señalamos el hecho de que muchos padres introducen a los hijos en sus conflictos adultos. Este fenómeno, conocido en psicología como triangulación, lleva a que los pequeños sufran enormemente, pues se ven obligados a elegir o pronunciarse frente a las dos personas más importantes de su vida. Lo ideal es que los adultos puedan resolver sus diferencias en privado, sin la presencia de los hijos. De esta manera, se evitará que los pequeños puedan sufrir innecesariamente e incluso sentirse culpables por algo que no guarda relación con ellos.

2. Hacer un análisis de la relación

Cuando una relación de pareja es altamente conflictiva, es esencial hacer un análisis de la situación. Es necesario entender qué puede estar fallando entre ambos para que exista tensión y diferencias permanentes que dificultan la convivencia y el bienestar de la familia. A veces, estos conflictos vienen derivados de grandes problemas de comunicación. La falta de asertividad y los problemas para saber transmitir las necesidades y deseos propios al otro pueden convertir pequeños roces en grandes discusiones.

Por ello, es fundamental valorar si esto se puede mejorar. En estos casos puede ser de gran ayuda acudir a terapia de pareja, pues muchas veces la relación ha ido acumulando numerosos nudos y conflictos pasados: infidelidades, diferencias en la crianza, puntos de vista contrarios en asuntos esenciales, etc. La terapia de pareja no tiene como fin que la pareja se mantenga unida a toda costa, sino que es un espacio en el que ambos podréis conoceros mejor, mirar de frente vuestros problemas y valorar si debéis o no seguir juntos por el bien de todos.

3. Haz saber a tus hijos que nada de lo que sucede entre vosotros es culpa suya

Desde la mirada adulta puede considerarse obvio que los niños no son culpables de los conflictos entre adultos. Sin embargo, la realidad es que para los más pequeños es fácil caer en esta creencia. En los primeros años de la infancia existe un marcado egocentrismo, que puede llevar a hacer asunciones equivocadas.

El pensamiento mágico puede jugar una mala pasada a los más pequeños, que pueden asumir que sus padres no les quieren, que se quedarán sin su familia u otros miedos similares. Por ello, es clave que como padres se indique a los pequeños que nada de lo que ocurre tiene que ver con ellos. Además, es esencial hacerles saber que ambos seguís queriéndoles a pesar de vuestras diferencias. Sentirse amados incondicionalmente es un requisito para que los pequeños puedan desarrollarse de forma adecuada a todos los niveles.

4. Aceptar las emociones que se sienten

Puede parecer una obviedad, pero es clave aprender a reconocer cómo nos sentimos ante la situación de conflicto en cuestión. Aunque desagradables, emociones como la tristeza o la ira son necesarias y deben ser aceptadas como las demás. Asimilar esto es un primer paso para gestionar los conflictos correctamente.

5. Reconoce que las disputas en casa son un problema para tus hijos

De todas las alternativas de solución posibles, ignorar que las disputas constantes en casa afectan a los menores no es una de ellas. Es clave que no nos autoengañemos y aceptemos que nuestros conflictos salpican a los hijos. Negar esta realidad no ayuda en absoluto a buscar soluciones y favorecer el bienestar de la familia.

Puede que los niños no expresen su malestar como los adultos, pero esto no significa que no esté ocurriendo. A veces, el dolor emocional se expresa en el juego o en manifestaciones somáticas como el dolor de cabeza o de tripa, así como regresiones en el desarrollo (dejar de hacer por sí mismos cosas que antes sí podían resolver de forma autónoma).

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Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de los efectos que pueden producir los conflictos entre padres sobre los hijos. La elevada conflictividad en la familia puede provocar importantes daños emocionales en los más pequeños, que pueden ver mermada su competencia social, su capacidad para resolver conflictos, su tranquilidad y ajuste escolar. Todos los niños necesitan crecer en entornos familiares que les brinden paz y seguridad. Cuando esto no se cumple, es importante tomar medidas para evitar que el daño vaya a más y produzca secuelas que pueden no revertirse del todo.

Es importante que los padres admitan cómo les afectan sus conflictos y reconozcan que los hijos también pueden sufrir las consecuencias de los mismos. Es clave que hagan un análisis de su relación de pareja, valorando qué puede estar fallando para que exista tanto nivel de conflictividad. En estos casos, puede ser de ayuda acudir a terapia de pareja. De la misma manera, los niños deben tener claro que lo que sucede no es culpa suya y que sus padres les siguen queriendo incondicionalmente, por encima de todo. Su pensamiento mágico puede llevarles a asumir erróneamente consecuencias negativas.

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