Los 12 tipos de memoria (y sus características)

La memoria y los mecanismos por los que el cerebro es capaz de almacenar recuerdos y recuperarlos es una de las características humanas más increíbles y a la vez misteriosas para la ciencia.

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La memoria (o mejor dicho, la buena memoria) es, seguramente, lo que nos hace humanos. Sin esta capacidad de almacenar información en los rincones de nuestro cerebro y de recuperarla tanto de forma voluntaria como involuntaria, ya no solo no podríamos desarrollar nuestras actividades diarias, sino que no sabríamos quiénes somos ni quién es la gente que nos rodea.

Esta increíble propiedad cerebral a través de la cual la información, que, recordemos, está en forma de impulsos nerviosos, queda almacenada en nuestras neuronas a la espera de volver a salir a la luz ya no solo es un fenómeno fascinante, sino que la biología detrás de ella sigue estando entre los mayores misterios de la ciencia.

Los neurólogos y psicólogos continúan trabajando para entender qué ocurre en nuestro sistema nervioso central y averiguar dónde “se guardan” los mensajes, los cuales a menudo pueden permanecer años o décadas inalterables.

Rostros, nombres, sucesos, olores, sabores, frases, historias, imágenes… La memoria es algo muy complejo, pues somos capaces de almacenar información muy distinta y hacerlo también de maneras muy diferentes. Por ello, los psicólogos y otros profesionales han propuesto una clasificación de la memoria de acuerdo a unos parámetros concretos. Y esto es precisamente lo que analizaremos en el artículo de hoy.

¿Qué tipos de memoria existen?

Antes de empezar, debemos tener claro que la memoria lo abarca absolutamente todo. Desde saber el nombre de nuestros amigos hasta memorizar la tabla periódica para las clases de química. Todo lo que implique almacenar (y recuperar) información, sin importar en qué forma esté o cuál sea su grado de complejidad, está vinculado a la memoria. Por ello, dada su inmensidad, es importante presentar los tipos de memoria de acuerdo a distintos parámetros.

No hay un consenso claro sobre cuál es el más adecuado. Por ello, en el artículo de hoy los presentaremos todos. O, al menos, los más importantes. En este sentido, la memoria puede clasificarse dependiendo del contenido de la información, de la duración, del grado de consciencia y de la dirección en el tiempo.

1. Memoria según su contenido

La primera clasificación hace referencia a la naturaleza de la información que almacenamos, es decir, de cómo sea el contenido a memorizar. Dependiendo de ello, no solo se consigue la clasificación siguiente, sino que vemos por qué algunas cosas son más fáciles de memorizar que otras.

1.1. Memoria semántica

La memoria semántica es lo que normalmente relacionamos con el concepto general de “memoria”, pues este tipo es aquel que hace referencia a la capacidad de almacenar conocimiento. En otras palabras, es aquella memoria que potenciamos en nuestra vida académica, desde el colegio hasta la universidad. Es lo que tradicionalmente entendemos como memorizar, pues consiste en “guardar” información presente en libros de texto (u otros recursos académicos) que no tienen implicación en nuestra vida personal pero que debemos plasmar más tarde en un examen con la esperanza de que permanezca para siempre en nuestro cerebro.

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1.2. Memoria episódica

La memoria episódica representa un tipo de memoria que sucede sin que tengamos la sensación de estar haciendo un trabajo de almacenamiento de información. Y es que esta memoria es la que está vinculada a recordar sucesos importantes de nuestra vida, pues es bien sabido que las emociones fuertes (tanto positivas como negativas) activan los procesos neurológicos que culminan con el almacenamiento de ese recuerdo en la memoria.

1.3. Memoria instrumental

¿Has oído alguna vez lo de “ir en bicicleta no se olvida”? Esto es absolutamente cierto gracias a este tipo de memoria. La memoria instrumental hace referencia al almacenamiento de información procedimental, es decir, de forma inconsciente. Cuando nuestro cerebro aprende a hacer algo de forma automática (sin pensar en cómo hacerlo de forma activa) es porque lo necesario para realizar esta acción está bien anclada en nuestra memoria. Es por esta razón que las cosas más rutinarias como caminar, conducir, patinar, ir en bicicleta e incluso tocar instrumentos, a pesar de que en el fondo sean funciones muy complejas, se convierten en algo automático que jamás se olvida.

1.4. Memoria fotográfica

La memoria fotográfica, como su propio nombre indica, es aquella en la que la información que almacenamos es de carácter visual. Cuando somos capaces de proyectar en nuestra mente imágenes (a menudo con muchos detalles) o sucesos que hemos vivido es porque está actuando este tipo de memoria.

1.5. Memoria topográfica

La memoria topográfica es una habilidad imprescindible para orientarnos en el espacio. Y es que este tipo de memoria consiste en almacenar (y recuperar) información acerca de caminos, lo que nos permite recordar rutas y, aunque parezca algo obvio, saber siempre cómo volver a casa.

2. Memoria según su duración

Como bien sabemos, los recuerdos no permanecen siempre en nuestra memoria durante el mismo tiempo. Hay sucesos o información que adquirimos y que olvidamos al instante, otros que se mantienen durante un periodo más o menos largo y, por último, otros que no se olvidan nunca. O casi nunca. En este sentido, también podemos clasificar la memoria del siguiente modo.

2.1. Memoria sensorial

La memoria sensorial hace referencia, más que al hecho que sea información que se capta a través de los sentidos, a que es la más breve. A cada segundo que pasa recibimos una increíble cantidad de estímulos sensoriales: auditivos, visuales, olfativos, gustativos y táctiles. Estos sirven para comunicarnos con el medio que nos rodea y actuar de forma acorde a ello, pero es imposible para el cerebro recordarlo todo. Por ello, a no ser que esta información sensorial pasiva esté ligada a un suceso emocionalmente fuerte, estos mensajes de los sentidos se desvanecen al poco tiempo. De hecho, la memoria sensorial es tan breve que solemos olvidar la mayor parte de los estímulos que experimentamos menos de un segundo después de sentirlos.

2.2. Memoria a corto plazo

La memoria a corto plazo es algo más compleja que la anterior, pero que no dura mucho más. De hecho, la memoria a corto plazo es aquella que “guarda” información hasta un minuto después de haberla captado. Y si es así, ¿para qué sirve? Es muy importante ya que es el tipo de memoria que nos permite analizar lo que estamos experimentando, desde una vivencia personal hasta un parágrafo de un libro de biología. En este sentido, la memoria a corto plazo requiere de poco esfuerzo, pero si queremos que la información pase a almacenarse de forma prolongada, debemos hacer un trabajo consciente para retenerla. La memoria a corto plazo nos da un estrecho (pero imprescindible) margen de tiempo para que asociemos lo que ocurre a nuestro alrededor, lo analicemos y lo llevemos al nivel de verdadera memoria: la de largo plazo.

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2.3. Memoria a largo plazo

La memoria a largo plazo es lo que entendemos como “memoria” como tal. Y es que este tipo de memoria, además de que es la que nos permite almacenar información y recuerdos durante mucho tiempo (a veces incluso para toda la vida, si lo vinculamos con emociones) y de no deteriorarse con el tiempo, a diferencia de las anteriores, tiene una capacidad de almacenamiento ilimitada. Cabe mencionar que el momento en el que los mensajes almacenados dan el “salto” y se consolidan en la memoria a largo plazo es durante el sueño. De ahí la importancia de dormir correctamente.

3. Memoria según el grado de consciencia

Como ya sabemos, hay recuerdos almacenados en nuestro cerebro que para recuperarlos debemos hacer un esfuerzo, mientras que otros vuelven a nuestra mente “sin querer”. Dependiendo precisamente de si hay intencionalidad o no en la recuperación de la información, tenemos la siguiente clasificación.

3.1. Memoria implícita

La memoria implícita es aquel tipo de memoria en el que la recuperación de la información se da de forma inconsciente, es decir, sin que haya una intencionalidad. Aquí se engloban tanto las formas de memoria instrumental (recordemos que era aquella que explicaba que nunca olvidemos a montar en bici) como el recuerdo de sucesos emocionalmente impactantes, tanto negativos como positivos. En otras palabras, la memoria implícita es aquella que nos permite hacer acciones de forma automática (sin tener que hacer el esfuerzo de recordar cómo se realizan) y la que nos hace visualizar recuerdos o experiencias, aunque a veces sean dolorosas.

3.2. Memoria explícita

La memoria explícita es aquel tipo de memoria en el que la recuperación de la información se da de forma consciente, es decir, aquí sí que hay una intencionalidad y una voluntariedad de recordar algo en concreto. Siempre que haya que hacer un esfuerzo para recuperar una información es porque estamos ante este tipo de memoria. Esta necesidad de trabajar para recordar algo suele ser debida a que el recuerdo ha sido almacenado sin vincularlo a ninguna emoción, por lo que recuperarlo es más complicado. En el ámbito académico es la forma de memoria que más entrenamos.

4. Memoria según su dirección el tiempo

Por último, la memoria puede clasificarse en función de su dirección temporal, teniendo así la memoria retrospectiva y la prospectiva. Puede sonar complicado, pero es más sencillo de lo que parece. Veámoslas.

4.1. Memoria retrospectiva

La memoria retrospectiva es, a grandes rasgos, la memoria en la que te desplazas al pasado. Ya lo indica su propio nombre. Esto significa que incluye todos aquellos procesos por los que recordamos el camino a un lugar, el temario de un examen, el nombre de alguien que trabaja en nuestra empresa, sucesos de nuestra vida… Toda aquella información que para recuperarla debas “viajar al pasado” forma parte de la memoria retrospectiva.

4.2. Memoria prospectiva

La memoria prospectiva es, por lo tanto, aquella memoria en la que te desplazas al futuro. Esto hace referencia a que cuando, en el presente, somos conscientes de que deberemos recordar algo, por lo que hacemos un esfuerzo para almacenar esa información en nuestra mente. Debemos “recordar que nos tenemos que acordar” de algo. Mandar un email, solicitar una reunión con un cliente, hacer la compra, recoger a los niños del colegio… Toda aquella información que almacenas “viajando al futuro” forma parte de la memoria prospectiva.

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