El Experimento del Muñeco Bobo: ¿aprendemos conductas violentas por imitación?

El experimento del Muñeco Bobo, desarrollado por el psicólogo Albert Bandura en 1961, fue un polémico ensayo que buscaba comprender el origen de los comportamientos violentos en niños a través de la imitación de conductas.

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La ciencia moderna nace en el siglo XVII con el desarrollo del método científico por parte del célebre físico, astrónomo y matemático italiano Galileo Galilei. Desde entonces, más de 400 años después, la ciencia ha evolucionado mucho; pero, sin duda, una de las lecciones más importantes que han pervivido es la promulgada por este, el padre de la ciencia: “El fin de la ciencia no es abrir la puerta al saber eterno, sino poner límite al error eterno”.

Y es que si bien hemos progresado enormemente en cuestiones científicas y tecnológicas, la grandeza de la ciencia no se encuentra en ser capaces de todo, sino de comprender que no todo lo que puede hacerse, debe hacerse. La ética debe poner límites a la ciencia. Así, a día de hoy, los comités de bioética se encargan de asegurarse de que absolutamente todas las prácticas científicas vayan acorde a unos valores éticos y morales que deben respetarse siempre.

Pero esto, como bien sabemos, no siempre fue así. Hubo en tiempo en el que, movidos por una necesidad enfermiza de desentrañar los misterios de la naturaleza humana, la ciencia, y en especial la Psicología por el objetivo de comprender la mente, fue artífice de algunos experimentos que, si bien aportaron progreso, también cruzaron todos los límites de la ética.

Son muchos los polémicos experimentos psicológicos que, especialmente en el siglo XX, se desarrollaron y que, por suerte, serían impensables de poner en práctica actualmente. Pero, sin duda, uno de los más famosos y reconocidos es el experimento del Muñeco Bobo, un estudio que pretendía comprender el origen de los comportamientos violentos en la infancia. Y en el artículo de hoy vamos a sumergirnos en su controvertida historia.

¿Qué es el aprendizaje por imitación?

Robert Baden-Powell, militar y escritor británico fundador del Movimiento Scout, dijo una vez que “el niño no aprende de lo que los mayores dicen, sino de lo que hacen”. Una cita que nos sirve para introducir el concepto alrededor del cual gira el experimento del Muñeco Bobo: el conocido como aprendizaje por imitación.

A principios del siglo XX, las investigaciones y propuestas conductistas llegaron a occidente de la mano de John B. Watson, fundador de la escuela del conductismo. En esta teoría, se defendía que el aprendizaje tenía lugar a través del reforzamiento de conductas (dando o no premios en función del comportamiento, es decir, con recompensas o castigos) y del conocido como condicionamiento clásico, un tipo de aprendizaje basado en la asociación entre un estímulo neutro, que no genera ninguna respuesta, y un estímulo que sí la provoca, cosa que permite que el neutro adquiera la capacidad de suscitar dicha reacción.

Pero en esa época, Albert Bandura, psicólogo canadiense-estadounidense de ascendencia ucraniana, refutó esta idea argumentando que, en el contexto social, aprendemos por imitación. Bandura estaba desarrollando su teoría del aprendizaje social, que iba en contra de este conductismo y defendía que aprendemos, en gran medida, imitando a los demás.

Bandura proponía que partes muy importantes de la conducta humana no se adquieren por gratificación o condicionamiento clásico, sino al imitar la conducta de los demás, especialmente cuando la imitación se hace al observar a una persona que es un modelo a seguir porque tiene un rol significativo en la vida de quien aprende, como por ejemplo un padre, una madre o un profesor.

Así, la teoría de Bandura nos mostraba algo que vemos en nuestro día a día, pues los niños pequeños aprenden, en gran medida, imitando las conductas paternas y maternas, al tiempo que, en la escuela, imitan los comportamientos de los profesores y profesoras. Así, cuando somos pequeños, aprendemos simplemente observando a los adultos, con una mitación no consciente pero que determina gran parte de nuestro desarrollo social.

Desde ese momento, el aprendizaje por imitación pasó a ser un ámbito de estudio muy importante para la Psicología, especialmente porque nació un interés para desvelar si la adquisición de conductas agresivas que se prolongan toda la vida podría deberse también a este proceso de imitar a los adultos. De ser así, sería esencial evitar que, de niños, fuéramos expuestos a modelos violentos.

Pero las cosas tienen que demostrarse. Y fue así como el propio Albert Bandura desarrolló un experimento que, si bien nos ayudó a comprender el aprendizaje por imitación en el campo de las conductas violentas, como tantos otros por aquella época, cruzó todos los límites de la ética. Estamos hablando del experimento del Muñeco Bobo. Sumerjámonos en su historia.

¿En qué consistió el experimento del muñeco Bobo de Bandura?

Era el año 1960. El muñeco Bobo, un juguete hinchable de aproximadamente metro y medio de alto compuesto de plástico blando que se pintaba para que pareciera un payaso y que tenía la característica de que al ser golpeado se levantaba fácilmente, sale al mercado.

Este muñeco sería la imagen por excelencia y herramienta de un experimento que, en el año 1961, el psicólogo Albert Bandura, ejerciendo en la Universidad de Stanford, realizaría con el objetivo de estudiar la naturaleza de la agresividad durante la infancia. Bandura y su equipo diseñaron un estudio para determinar hasta qué punto los niños pueden aprender a tener comportamientos agresivos por imitación de los adultos, siguiendo con su teoría del aprendizaje social.

Para el estudio, seleccionaron a 36 niños y 36 niñas de entre 3 y 5 años para, posteriormente, dividirlos en tres grupos: 24 serían simplemente el grupo control, 24 estarían expuestos a un modelo no agresivo y 24 estarían expuestos a un modelo agresivo. Cada niño fue expuesto al experimento de forma individual para que su comportamiento no se viera influenciado por otros de su edad.

En el experimento, el niño entraba a una sala de juegos con un adulto, donde tenía a su alcance todo tipo de entretenimientos y juegos. Y entre ellos, estaba el muñeco Bobo, ese juguete con cara de payaso. En el modelo no agresivo, el adulto no hacía ningún caso al muñeco. Simplemente estaba con el niño. Así, en este grupo, no había nada extraño.

Pero en los niños del grupo del modelo agresivo, las cosas eran bastante diferentes. Tras más o menos un minuto después de entrar en la habitación, el adulto se mostró agresivo física y verbalmente con el muñeco Bobo. El adulto insultaba y golpeaba al muñeco de distintas formas, incluso con un martillo de juguetes, ante la presencia del niño.

Este niño seguía con sus juegos, pero prestando atención a lo que el adulto estaba haciendo con ese muñeco de payaso. Tras un tiempo, estos niños expuestos al modelo agresivo fueron dejados solos en la habitación, sin saber que estaban siendo grabados. Y fue entonces cuando lo vieron claro: estaban imitando las conductas agresivas que el adulto acababa de desarrollar.

Los pequeños, especialmente los niños y con mayor frecuencia los que habían sido expuestos a un hombre agresivo, imitaron el comportamiento y agredieron física y verbalmente al muñeco Bobo de muchas formas distintas. Golpes, patadas, golpes con el martillo, arrojándolo por la habitación, apuntándolo con una pistola, sentándose sobre él… Dependiendo de lo que hubieran observado, estaban imitando unas cosas u otras.

Los niños del grupo control y del modelo no agresivo no presentaron ni una sola agresión al muñeco Bobo. Pero los del modelo agresivo, realizaron, en promedio, 38 agresiones físicas en el caso de los niños y 12 en el caso de los niñas. Y en el caso de agresiones verbales, de 17 para los niños y de 15 para las niñas.

El experimento del muñeco Bobo apoyó la teoría del aprendizaje social de Bandura, mostrando que las personas no aprendemos solo por mecanismos de conductismo, es decir, por recompensa o castigo, sino también por simple observación e imitación. Aquellos niños estaban agrediendo al muñeco sin buscar una gratificación. Lo estaban haciendo por un mecanismo no consciente de imitación.

Es cierto que su falta de ética, por el propio planteamiento del estudio, está presente. Pero de todos los experimentos psicológicos que hemos repasado en este portal, quizás sea uno de los pocos que podemos justificar o cuya realización podemos defender, pues este, a diferencia de la inmensa mayoría de estudios que encerraban poco más que simple maldad, sí que tuvo importantes aportaciones en el mundo de la Psicología.

El experimento del muñeco Bobo abrió los ojos a que en el aprendizaje, no basta solo con dar recompensas o imponer castigos, el niño tiene que tener a su alrededor modelos que le ayuden a progresar. Así, de él derivaron muchos estudios e investigaciones que nos hicieron profundizar en cómo los niños pueden ser influenciados para toda su vida al experimentar situaciones agresivas en el hogar.

En parte gracias a él, empezamos a tomar conciencia de la importancia de mantener un ambiente de no agresividad en casa y de la necesidad de que los niños sean expuestos a modelos positivos para que no existan conductas violentas en la edad adulta. Pero, al fin y al cabo, cada uno es libre de determinar si un experimento así es justificable. Nosotros simplemente hemos contado la historia.

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